Los años maravillosos – final

Después de varios años de haber comenzado esta serie de escritos, por fin llegamos a la parte final.

Si no tienes idea de qué se trata esto, te recomiendo que leas primero todas las partes anteriores para que estés en contexto, de lo contrario, es muy probable que no entiendas muchas de las referencias hechas aquí.

Ya se la saben: palomitas, bebida y ponerse cómodos al momento de leer esto, porque hay mucho que contar.

¿Listos? Vamos entonces al final:

Acostumbrándome a Iizuka

Después de todo lo que me pasó los primeros meses, el primer verano que pasé en Japón fue relativamente tranquilo. Ya tenía cortinas, cubiertos, y en general lo que no debería faltar en una casa.
Me hice de una TV de 14″ de la tienda de reciclaje, la cual era, después del Gameboy, mi centro de entretenimiento; además, gracias a uno de los miembros de la Iizuka Friendship Network consegui un pequeño refrigerador y un librero, y uno de mis “senpai” me regaló un escritorio.

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¿Qué es un senpai? (先輩) es una persona que ha estado más tiempo que uno en un lugar. En la escuela, son las personas de un grado superior a uno.

El refrigerador que menciono arriba fue un regalo de un señor que se preocupa mucho por los estudiantes extranjeros: Takao Yamamoto, mejor conocido como “Yamamoto-san”. Él me explicó que habia una bodega con diversos muebles cuyo uso era exclusivo de los estudiantes extranjeros, pero que ya no había ningún electrodoméstico porque los habían prohibido. Al echarle un vistazo a la bodega, había desde futones viejos hasta escritorios, pero la verdad es que muy pocos podían ser usados, ya que estaban por demás descuidados. No obstante, encontré un librero pequeño que estaba en buenas condiciones. El refrigerador fue cortesía de Yamamoto-san, el cual lo tenía en su casa reservado precisamente para una ocasión como ésa.

No puedo dejar de mencionar al kouminkan (公民館) del área de Futase (二瀬). Tienen un servicio de préstamo de bicicletas a los estudiantes extranjeros, el cual realmente ayuda a la movilidad dentro de la ciudad. No hay que pagar nada, simplemente te registras, te dan una bicicleta (usada, pero en excelentes condiciones) y listo. El único requisito es que la cuides como si fuera tuya, y la regreses cuando regreses a tu país o te mudes a otra parte de Japón.

Como se puede notar, y ya lo había comentado en la parte anterior, el trato y los servicios de ayuda a extranjeros en Iizuka son excelentes, y no he escuchado de algo similar en otras partes de Japón.

Si añadimos a lo anterior una pequeña alfombra, una silla para el escritorio y un mini mueble para la televisión, el departamento iba tomando forma.

En lo que respecta al laboratorio durante los primeros meses, no me costó mucho trabajo acostumbrarme. Solía llegar muy temprano (casi por lo general era el primero, incluso antes que los profesores) y siempre regresaba a casa alrededor de las 7 pm.

Comunidad hispanohablante

Iizuka se caracteriza por tener 2 universidades a pesar de ser una ciudad pequeña en el campo de Kyushu. Esto implicaba tener un número considerable de estudiantes extranjeros (yo diría unos 80 en ese tiempo); sin embargo,
la mayoría eran originarios de Asia, lo que significaba que ni de chiste encontraría a alguien que hablara español. Aunque no necesariamente buscaba a algún hispanohablante, si sentía un aire de aislamiento en lo que a idiomas se refería, pero no me afectaba, ya que a fin de cuentas mi prioridad era comunicarme en japonés. Las únicas veces en las que podía hablar español era cuando llamaba por teléfono a mi familia o a Z en México, o cuando escribía correos masivos a los amigos que estaban al pendiente de mis experiencias. En ese entonces, este blog todavía no existía.

Un buen día, caminando rumbo al súpermercado ubicado enfrente del campus, me encontré a un estudiante extranjero que, al menos de vista, no parecía asiático. Curiosamente, él pensó lo mismo de mí, y me saludó en inglés. Ambos nos llevamos una grata sorpresa al saber nuestras nacionalidades. Su nombre: Marco, de España. Inmediatamente comenzamos a hablar en español, y me comentó que en la universidad había otro estudiante de Cuba. ¡3 hispanohablantes en Iizuka! La comunidad crecía a ritmos acelerados…

Marco estaba en su tercer año de doctorado y ya estaba decidido que regresaría a España. No obstante, los meses que pudimos convivir, aunque la mayor parte del tiempo fuera por correo o por encuentros aleatorios en el comedor de la universidad.

Marco envió un correo al estudiante cubano informándole de mi presencia en la ciudad. Así fue como conocí a José, un estudiante de doctorado que también trabajaba en una empresa en Fukuoka y solamente iba a Iizuka una vez a la semana.

José tenía una característica especial: si lo ven en la calle, jurarían que es japonés. José nació y creció en Cuba, pero tiene ascendencia japonesa y su familia es de Okinawa.

Rayduck

Aunque sabía que en Japón se puede comer de todo, el “shock” que recibí al comer hamburguesas en Canal City seguía presente; no significaba que iba a vivir de hamburguesas o de comida occidental, pero sí me habían advertido que comer carne en Japón no sería barato, por lo que degustar uno de mis platillos favoritos tenía que ser una experiencia única, no una mini hamburguesa como la que había comido.

¿Mc Donald’s? Sí, había “descubierto” uno en el centro comercial de la ciudad, pero no me agradaba mucho la idea de terminar comiendo Big Mac cada que se me antojara una hamburguesa, aunque si no había de otra me tendría que sacrificar.

Todo parecía perdido, hasta que un buen día se me ocurrió preguntarle a mi tutor si conocía algún lugar donde se pudieran comer hamburguesas decentes. Ocurrió lo inesperado: me dijo que sí, que había un lugar que él frecuentaba donde servían hamburguesas gigantes, aunque era un poco caro. El restaurante se llamaba “Rayduck”, y para mi buena fortuna no quedaba lejos de la universidad, así que un fin de semana emprendí la aventura hacia la tierra prometida de las hamburguesas.

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El restaurante era un lugar modesto. Al entrar, estaba una barra donde se podían sentar hasta 5 personas, y al fondo había 3 mesas para 4 personas cada una, con un agregado interesante: un par de libreros llenos de manga, los cuales puedes leer mientras disfrutas tu comida.

Rayduck usa el sistema de “pagar primero”, es decir: que ordenas en la entrada, pagas y pasas a la mesa de tu preferencia. Al entrar, una señora de unos 40 y algo años me dio la clásica bienveida (いらっしゃいませ! Irasshaimase), pero al verme extranjero intentó usar un japonés un poco más común para tratar de entablar conversación; le dije que no había problema con el idioma, y procedió a explicarme el menú y los “sets” que la tienda ofrecía.

Estudié por unos momentos el menú, y confirmé algo que mi tutor me había advertido: el lugar no era barato, pero él creía que valía la pena. Rayduck ofrece hamburguesas de tamaño normal y otras de un tamaño denominado “King”, que según esto era el doble de grande. Ya estaba curado de espantos con la experiencia en Canal City, por lo que realmente no esperaba que la “King” fuera algo que me fuera a sorprender, pero decidí creer en lo que mi tutor me había dicho y pedí la “King” doble, unas papas y bebida. La cuenta: 1,200 yenes. Dolor…

Me senté en la barra a esperar mi orden. Mientras la señora cocinaba, comenzó a hacerme plática de forma muy amigable, y se sorpendió de que pudiera entenderle en japonés y responderle apropiadamente, y me comentaba que había extrajeros que frecuentaban el lugar, pero ninguno podía hablar japonés suficiente como para sostener una plática de temas generales y no nada más del típico “¿De dónde eres?”, “¿Qué estás estudiando?”, etc. Esto fue muy importante, ya que ese intercambio de palabras con ella me abrió las puertas hacia una gran amistad con ella y su familia, que detallo un poco más adelante.

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Mi hamburguesa llegó… yo no salía del asombro: ¡realmente era digna de ser llamada “king”! Es difícil describir el tamaño sin poner algo como referencia, pero para que se entienda, era una señora hamburguesa. Había pagado una buena cantidad de dinero, pero era la primera vez en Japón que comía una que sí daba el ancho a su nombre. Rayduck se había ganado a un cliente regular.

En posteriores visitas, conocí al esposo de la señora que originalmente me atendió, y comenzamos a platicar largo y tendido cada vez que iba a comer, hábito que se volvió costumbre semanal. El señor era fanático de los autos, pero el trabajo en la hamburgesería le impedía disfrutar su vehículo más de una vez por semana. Por su parte, la señora gustaba de correr, y la veía haciendo su recorrido matutino alrededor de la universidad a eso de las 7 am, así como también era notoria su participación en maratones y medio maratones no sólo del área, sino de todo Japón (incluido el famoso maratón de Tokio). El señor estaba interesado en conocer mi opinión en diversos temas (política, entretenimiento, etc.) como extranjero, ya que podía sostener las conversaciones en japonés.

Rayduck se convirtió en mi lugar favorito de todo Iizuka, tanto por la comida como por la compañía. Los dueños amablemente me invitaron a su casa, y después me llevaron a ver por primera vez las hojas rojas a las prefecturas de Oita y Kumamoto, lo que fue mi primer viaje dentro de Japón ya como becario.

Seguramente habrán notado que cuando describí el restaurante lo hice en tiempo pasado, pero hablé de lo que Rayduck ofrece en presente. Esto se debe a que Rayduck se cambió de lugar un par de veces y yo hablé del primer lugar donde estuvo ubicado. El último cambio se llevó a cabo hace un par de años, cuando yo ya estaba en Tokio, en una oportunidad de oro que se le presentó al dueño: mover el restaurante adentro de una famosa cadena de tiendas a nivel nacional, que por fin hacía su llegada a Iizuka.

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El año pasado hice un viaje a Fukuoka y aproveché para visitar el restaurante y a sus dueños. Ellos siempre, siempre han creído en mí y siempre me han deseado lo mejor, y el señor espera que algún día regrese a México para que así ellos puedan viajar y visitarlo, pues quieren que yo sea su guía, y al señor le gusta mucho visitar lugares declarados como patrimonio de la humanidad. Algún día se hará realidad ese viaje, estoy seguro.

Verano en Iizuka.

Iizuka está rodeado de montañas, por lo que el calor se incrementa en verano y el frío arrecia en invierno, aunque no nieva más de 3 veces en el año.

Durante el primer verano, el calor húmedo me sorprendió, sobre todo en la temporada de lluvias (junio). Para alguien que toda su vida habitó en un lugar donde el calor es seco, era raro salir de bañarte y a los 5 minutos estar completamente “bañado” en sudor. Mi departamento tenía aire acondicionado, pero me habían aconsejado usarlo sólo cuando de plano no aguantara, ya que la cuenta de luz se dispararía; hice caso, y terminé comprando un ventilador.

¿Playa? Nada relativamente cercano. Para moverte a cualquier lugar era necesario tener carro o pagar una buena cantidad de dinero en transporte. Con el paso de los años, y la habilidad de moverme con mucha más libertad, supe que la playa más cercana a Iizuka está a aproximadamente una hora de camino en carro. La idea de la playa se esfumó rápidamente.

Durante los meses de más calor (julio y agosto), comencé a conocer lo que era pasar el verano por acá: sandías, helado, ropa por demás ligera (el taco de ojo a todo lo que da), raspados (かき氷, kakigoori), festivales de verano, fuegos artificiales, puestitos de comida y, lo más importante, chicas en Yukata. Ooooh sí.

Cada año en verano, se llevan a cabo festivales de fuegos artificiales a lo largo y ancho de Japón. Si por mala suerte llueve ese día, algunos festivales se posponen al día siguiente, mientras que otros no tienen de otra más que cancelar. El de Iizuka es generalmente los primeros días de agosto, y es de los que se posponen un día si el clima no es favorable; es llevado a cabo a las orillas del enorme río Onga, que pasa por la ciudad. Se imaginarán entonces que durante el evento el lugar se abarrota de gente; los puestitos de comida y bebida hacen su agosto en serio: Takoyaki (bolitas de harina rellenas de pulpo) en 500 yenes, bebidas como té y gaseosas en 200 yenes cuando en el súpermercado las encuentras a menos de 100, cervezas a mínimo 500 yenes cuando cuestan menos de 200… y en fin, ustedes ya se imaginarán.

Algo que sí debo mencionar que me sorprendió sobremanera es el estilo de los juegos que algunos puestos ofrecen. Por los manga y las caricaturas conocía algunos como el 金魚すくい (kingyo sukui, el de tratar de capturar peces dorados, o los くじ, que serían las “rifas” en México (pagas por sacar un boleto a ver si ganas algún premio), pero otros como el tiro al blanco con rifles de balines o corchos, venta de muñecos inflables (no de carácter sexual :P), globos, máscaras, algodones de azúcar y hasta churros, me hizo recordar a los puestos que se ponen cuando llega la virgen de Zapopan a la parroquia de la comunidad. Sin tomar en cuenta la comida que se vendía, era un ambiente que me hacía recordar México estando a más de 13,000 km de distancia.

Los estudiantes extranjeros teníamos otra “exclusiva” en Iizuka durante el festival de los fuegos artificiales. Uno de los miembros de la red de ayuda a extranjeros es dueño de una tienda de telas en un distrito comercial ubicado muy cerca del río mencionado anteriormente; el día del festival, invita a los estudiantes extranjeros al techo de su tienda a ver los fuegos artificiales mientras se disfruta de comida y bebida cortesía de él mismo. Mejor, imposible. La ubicación del lugar es perfecta para ver el espectáculo noctuno, y el hecho de evitar multitudes hace que la experiencia sea mucho más disfrutable, sobre todo para estudiantes que vienen al país con familia, incluyendo niños pequeños.

Mi primera laptop

El laboratorio en el que estaba tenía cuarto de cómputo, pero no había una máquina específica para cada estudiante, por lo que era difícil tener tu espacio cuando el número de integrantes era mayor que las computadoras. Viendo a otros estudiantes extranjeros (un par de chinos) que ya eran veteranos del lugar, me percaté de que cada uno llevaba una laptop y trabajaba en ella. Pensé que sería buena idea adquirir una, ya que así también estaría conectado en la casa, pues el departamento tenía la conexión de internet lista, sólo necesitaba hacer el contrato.

Un fin de semana fui a Fukuoka y aproveché para ver las laptop en un par de tiendas de electrónica: Yodobashi Camera y Bic Camera, ambas conocidas a nivel nacional. Los precios eran ciertamente elevados, y aunque no podía comprar la más cara (que no necesariamente era la mejor), sí tenía algo de presupuesto para una, sobre todo porque en agosto de ese año le pagué la deuda a mi asesor.

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Decidí no irme por marca, sino por balance entre desempeño y presupuesto. Me tomó 2 fines de semana, pero al final decidí comprar una laptop marca “Sotec”, que no es japonesa, sino coreana, pero el precio era muy bueno para lo que ofrecía; si mal no recuerdo, el procesador era Pentium 4 a 1.60 Ghz, y traía 128 MB de RAM, que inmediatamente transformé en 1 GB. He de decir que, como Japón apoya mucho a su mercado nacional, ningún japonés daba 2 pesos por mi laptop; aclaro: no le hacían feo, pero es algo que muchos no comprarían sólo por no conocer la marca, aunque la garantía de la tienda en donde fue adquirida cubriera cualquier defecto de fábrica.

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Los lectores que tengan tiempo por acá habrán de disculparme por lo que expresaré a continuación: la laptop traía Windows XP por default, y fue el sistema operativo que usé durante más o menos un año. Sí, lo sé, vergüenza total, pero aunque sí había trabajado e instalado Linux en México (Slackware, para sufrir y aprender en serio), en ese entonces todavía no me consideraba apto en el sistema del pingüino. Eso no quiere decir que no le haya metido Linux en ese tiempo, sino que lo instalé (Debian, por sugerencia del panda), pero hacer que funcionaran los drivers fue una lucha que duró mucho tiempo.

Había un “problema” con la laptop, de esos de primer mundo: no tenía WiFi integrado (en ese entonces eran pocas las computadoras que lo tenían), pero tenía 2 súper slots PCMCIA… pausa para que vayan a Wikipedia y vean qué es eso… me siento viejo :P. Yo quería tener WiFi en la casa aunque pareciera ridículo por lo reducido del tamaño de mi departamento, así que compré un router, una tarjeta PCMCIA de acceso a WiFi y con eso comencé a “disfrutar” de internet inalámbrico. Era algo como mágico, por absurdo que ahora parezca, pero el salto de siempre necesitar un cable para conectarse a la red vs. poder llevarse la laptop al baño era la gloria pura.

El gusto no me duró mucho.

Mi examen de admisión a la maestría era an agosto, y tenía que hacer una presentación sobre lo que había hecho en el laboratorio durante los meses que había estado ahí. Llevaba apenas 4 meses, pero la motivación de terminar todo lo antes posible para regresar a México al lado de Z y estar en el laboratorio de lunes a domingo de 7 am a 6 pm (más o menos) había hecho que pudiera avanzar en lo que quería, e incluso hizo posible que cambiara de proyecto de investigación: originalmente, mi plan de trabajo especificaba que yo quería trabajar en procesamiento de imágenes y gráficos por computadora usando inteligencia artificial, pero el laboratorio al que fui asignado (porque hay que recordar que yo no obtuve carta de aceptación cuando postulé para la beca) se enfocaba en procesamiento de lenguaje natural y en teoría de juegos, y por tanto no tendría ningún tipo de apoyo de compañeros y maestros; lo anterior me llevó a tomar la decisión de hacer algo referente a procesamiento de lenguaje natural, y escogí lo primero que se me vino a la mente: traducción automática de japonés a español.

Presentación, presentación… No quería hacer lo de siempre en Power Point. Traía la influencia de un proyecto que hice en equipo el último semestre de la carrera en la Universidad de Guadalajara: una presentación multimedia usando Director, del ahora difunto Macromedia, y sabía que Flash era una tecnología a la que mucha gente le prestaba atención, por lo que decidí usar Flash para mi presentación. Pausa obligatoria para que puedan hacer los facepalm requeridos.

Flash fue prácticamente lo único que mi profesor me compró en los subsecuentes 5 años y medio que estuve ahí. Malos recuerdos. En fin. El caso es que ya tenía la herramienta que necesitaba, así que sólo me hacía falta ponerme a trabajar. Y fue lo que hice; mi presentación quedó toda “chafa”, pero al menos cumplía el cometido de mostrar la información que quería transmitir. Sólo faltaba practicar para evitar los nervios (en la medida de lo posible).

Cuando sentí que ya estaba listo, opté por hacer un par de prácticas dentro de la universidad, en un salón, usando un proyector, para acostumbrarme al ambiente en el que haría la presentación. El laboratorio tenía una especie de mesita exclusiva para presentaciones, en la que, usando plataformas plegables, ponías en un lado el proyector y en otro la laptop, y los cables pasaban por dentro del tubo principal, ocultándolos a la vista. Estaba mona… Creo que en este punto ya todos se imaginan lo que pasó: puse el proyector sin problemas, levanté otra plataforma para poner mi laptop, la puse y… sólo escuché el crack del monitor cuando ésta cayó en seco al piso.

No lo podía creer: acababa de salir de una mega deuda, y había usado mis ahorros para comprarme una laptop porque la necesitaba, y a menos de 2 meses de haberla comprado, la laptop conoció el suelo japonés. Lo peor: la presentación era al día siguiente. ¿Qué podía hacer?

Al revisar la computadora, me percaté de que “sólo” el monitor estaba averiado, pero si conectaba un monitor externo podía seguir usándola sin mucho problema. Al menos así podría hacer la presentación.

No obstante, era difícil ocultar mi tristeza, y el profesor asistente del laboratorio me preguntó que qué me pasaba. Cuando le expliqué la situación, sólo atinó a decir que tuviera más cuidado la siguiente vez… ¿Gracias?

Hablé con mi profesor y él mencionó lo mismo que el profesor asistente, agregando un “pero puedes presentar con ella, ¿no?”. Como no tenía forma de negarme, dije que si.

Abajo explico cómo estuvo el examen de admisión, pero lo que importa aquí es que presenté el examen con la laptop rota de la pantalla.

Después del examen, hablé a la tienda donde compré la laptop, expliqué mi caso, y me dijeron que tenía que llevarla para que la diagnosticaran e hicieran el presupuesto de la reparación. Suponía que sería muy cara, pero tenía que pensar en hasta cuánto pagaría por ella, y en caso de que sobrepasara la cantidad que yo fijaría, tendría que verme en la necesidad de no repararla y estudiar la posibilidad de comprar una nueva.

Sobra decir que, esa laptop me duró por muchos, muchos años más. ¿Qué pasó con ella? Explico un poco más adelante.

Examen de admisión

El día del examen llegó, y yo estaba más preocupado por la laptop que por la presentación en sí. Además, ignoraba completamente quiénes estarían ahí escuchando lo que tenía que decir, así como las posibles preguntas que me harían. Obviamente iba preparado, pero debido al accidente con la laptop, como que todo lo demás pasaba a segundo plano.

Lo que encontré cuando me pasaron a hacer el examen fue sorprendente, quizá decepcionante: 2 profesores, sentados en una pequeña mesa dentro de una pequeña oficina. Saludé, conecté un monitor externo a la laptop, me aseguré de que todo funcionara y comencé mi presentación. No hubo mayor problema mientras hablaba; no me puse nervioso, las animaciones malas, pero malas que hice en Flash estaban moviéndose, los profesores escuchaban atentos a lo que estaba diciendo, y como toda mi presentación, así como el texto en las animaciones, fue en japonés, no tenían que preocuparse por entender otro idioma.

Terminé de presentar, y llegaba la hora de la verdad. ¿Qué me preguntarían? ¿Podría responder correctamente? ¿Habría sido suficiente lo que hice desde que llegué al laboratorio? Los nervios que no tuve mientras hablaba comenzaron a brotar una vez que hube terminado.

Cuando me hicieron la primera pregunta, sinceramente me quedé perplejo…No me preguntaron sobre la presentación, ni sobre el trabajo que había hecho durante los meses anteriores, ni sobre alguna materia en específico… “¿Dónde aprendiste a hablar japonés así?”. Debo confesar que estaba preparado para casi cualquier pregunta, excepto para las de ese tipo, no porque no pudiera responderla, sino porque nunca pensé que fueran a interrogarme respecto a mi japonés. Contesté medio titubeante, pero sin mayor problema, y todavía en mi ingenuidad creía que sólo había sido la primera pregunta y que las subsecuentes serían ahora sí las “verdaderas”, pero estaba equivocado. La serie de preguntas y respuestas duró cuando mucho 15 minutos, en los cuales los primeros 13 (y sin temor a equivocarme) las preguntas fueron acerca de mi japonés, de por qué sabía tantos kanji, lo que me interesaba de la cultura japonesa, etc., etc. ¿De la investigación? Lo único que me dijeron fue “con ese nivel de japonés no creemos que tengas problemas durante la maestría”. Así, por increíble que parezca, terminó mi examen de admisión. La respuesta me la dio mi profesor unas horas después, aunque por como se habían dado las cosas yo sabía que había sido admitido, y efectivamente así fue.

Es necesario aclarar que el caso de mi examen de admisión, y en concreto, el examen de admisión que le hacen a los extranjeros, es exclusivo de la universidad a donde asistí, y no quiere decir que en todas las universidades suceda lo mismo. En otras instituciones hay que presentar hasta examen escrito. Digamos que me tocó “suerte”, y lo pongo entre comillas porque quizá me habría gustado más tener una discusión técnica de donde se hubiera podido sacar buena retroalimentación de lo que había hecho durante mi corta estancia en el laboratorio.

Detallista

Tener una relación a distancia no es fácil. Algunos dicen que “amor de lejos, felices los cuatro”, y aunque no necesariamente es cierto en todos los casos, la soledad es una compañera con la que hay que saber estar, o de lo contrario puede ser muy traicionera.

Estar a más de 10,000 km de distancia de la persona con la que quieres estar trae consigo todavía más retos. No existe eso de “nos vemos una o dos veces por mes”, ni tampoco eso de “nos hablamos diario por teléfono”. Gracias a la tecnología moderna (aun hablando de hace más de 10 años), internet nos permite estar en contacto con cualquier persona en cualquier parte del mundo de forma muy sencilla, pero lamentablemente no todos tenemos acceso a los mismos recursos tecnológicos. Hablar con Z diario era una actividad que realizábamos por medio de un chat: el MSN Messenger,y por la diferencia de horarios tenía que ser siempre alrededor de las 2 o 3 pm de Japón.

Con todo y tecnología, siempre he preferido recibir cartas reales, de puño y letra. A lo mejor soy muy “old school”, pero aunque me gusta mucho recibir correos electrónicos, me gusta aún más recibir cartas. Ambos son realmente apreciados, mas una carta como que tiene un sentido más personal. Igual y nada más son ideas mías. Y debido a estas ideas era que trataba de enviarle detalles a Z para hacerle sentir que, aunque estaba lejos, no la olvidaba.

Lo que hice fue enviarle cuanto mono pudiera sacar de los famosos “cazamonos”. No crean que era (ni soy) un experto, ni tampoco que iba a diario a jugar, pero cuando veía alguno que creía que le gustaría, intentaba sacarlo, a veces durante varios días. Y aunque al final no fue una gran cantidad la que le envié (porque tampoco salía tan barato), lo que quería que era viera era el detalle de la acción.

De la misma manera, como Z tenía que levantarse temprano (estilo 4 o 5 am) para alcanzar a llegar a la primera clase de la universidad, yo la llamaba para despertarla. Por el cambio de horario para mí era fácil tomar el teléfono y marcarle; ¿la cuenta del teléfono? Muy barata. Descubrí una serie de tarjetas de prepago para llamadas internacionales que tenían tarifas decentes, y gracias eso, 1000 yenes me duraban algunas semanas, llamando de lunes a viernes.

Z era el lazo más fuerte que tenía con México en ese entonces, y fue lo que me motivó a trabajar duro durante el primer semestre que estuve por acá. Yo intentaba no darme por vencido con la relación a distancia, pero, y como todos ya están enterados, perdí la batalla en enero del año siguiente.

Mi primera mamá japonesa

Por lo que quieran y gusten, cuando recién llegué me daba “cosa” entrar al comedor de la universidad. Llámenle pánico escénico, pero trataba de evitarlo a toda costa.

Un buen día que no sabía qué comer, me animé a entrar… y todo era normal. No entendía (y ahora que lo pienso, sinceramente no entiendo) cuál era la razón por la que al principio no iba; la comida era barata, aunque hay que reconocer que, como todo buen comedor universitario, el menú no es del todo amplio. Eso sí: las señoras que atendían eran muy amables, y yo trataba de ser amigable saludándolas todo el tiempo y preguntándo cómo les estaba yendo en el día. Y como era de esperarse (por las reacciones que había tenido en otros lugares de la ciudad), se sorprendieron de que hablara japonés y de que fuera cortés.

Me hice de algo de “mini fama” en el comedor: al menos algunas de las señoras en los diferentes turnos me reconocían y me saludaban, no sólo cuando iba a comer, sino cuando me las encontraba en la calle o durante las compras. Incluso una de ellas una vez nos invitó (a mí y a Rafael, un brasileño que también estaba en el laboratorio) a su casa a comer. Pero fue otra de ellas con la que comencé a tratar más informalmente, bromear y en general, ser más amigable. La llamaremos M.

M era un persona alegre, de unos 50 y algo años de edad. De esas personas japonesas que normalmente son expresivas y sonrientes, M siempre atendía con gusto a los estudiantes, y si te hacías su amigo, te daba gratis porciones extra de comida. Tenía poco de haber comenzado a trabajar en el comedor, pero se ganó el afecto de muchos estudiantes por su actitud. Conociéndola un poco más, resultó estar en su segundo matrimonio y ser cristiana.

La relación con M comenzó muy bien: me invitó a su casa a conocer a su esposo, me presentó a sus 2 hijos del primer matrimonio, y después me comenzaron a llevar a pasear por la ciudad. El hecho de que hablara japonés hacía todo lo anterior posible, ya que ni M, ni su esposo ni sus hijos hablaban una pizca de cualquier otro idioma.

El apoyo de M fue muy importante durante los primeros años que estuve en Iizuka, ya que además de aceptarme un su casa, invitarme a comer de vez en cuando y sacarme a pasear, era una buena consejera. Lo único en lo que relativamente no concordábamos del todo era en el aspecto religioso. Varias veces me invitó a su iglesia los domingos, pero sólo un acepté, y fue la única, no porque no me hubiera gustado o porque fuera en contra de mis principios religiosos, sino porque gracias a eso encontré la iglesia católica de Iizuka y comencé a ir ahí.

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Algunas veces tuvimos discusiones extensas sobre religión, y como era lógico concordábamos en unos puntos y discrepábamos en otros. No obstante, y como siempre ha sido el caso, la religión nunca fue motivo de problemas en la amistad.

Primer regreso a México

Habiendo pasado algunos meses en Japón, y apenas recuperándome del “combo” de choque cultural + vivir solo por primera vez, debo reconocer que de México no extrañaba ni a la familia, ni la comida… pero sí extrañaba a Z. Eso, aunado a que a mi mamá la iban a operar, fue lo que me motivó a planear un viaje a México en septiembre de 2003.

Hablé con mi profesor, y aunque no le agradaba mucho la idea, realmente no tenía razón para negarme el permiso. Verán: como el profesor es el responsable, si uno quiere hacer un viaje al extranjero obviamente hay que avisarle, y en el caso de mi universidad, también había que llenar un formulario en donde se especifican las fechas y el destino del viaje, y el profesor tiene que firmarlo. Yo había trabajado duro durante el poco tiempo que había estado en el laboratorio, y lo único que me faltaba era presentar el examen de admisión, por lo que el profesor accedió. Todo estaba listo: regresaría a México de vacaciones durante casi un mes.

Mientras hacía los preparativos del viaje (qué haría, a quién vería, los típicos recuerditos. etc.), se me ocurrió la idea de no avisarle a nadie y llegar de sorpresa, especialmente con mi familia. A la única persona de Guadalajara que le avisé fue a Z, debido a que el viaje sería por Japan Airlines en la ahora extinta ruta Tokio-Vancouver-Ciudad de México y me movería del D.F. a Guadalajara por autobús nocturno (ETN FTW!), quería que ella me fuera a recibir. Además, en ese entonces, la situación entre ella y yo no estaba del todo bien y era buena oportunidad para intentar enmendarla. También le avisé al panda en el D.F., ya que ver una cara conocida después de varios meses sería reconfortante. Él y su ahora esposa irían a recibirme al aeropuerto de la Ciudad de México.

Tenía el boleto comprado y gente que sabía que estaría por allá y que me recibiría. Lo único que faltaba era presentar mi examen de admisión a la maestría y preparar lo que me llevaría. Era un hecho que la laptop se iría conmigo, pero no contaba con el accidente que tendría. Y tenía que pensar qué clase de regalitos llevaría y para quién, lo cual sinceramente no era nada fácil debido a un par de razones que a continuación explico.

  • El número de integrantes de la familia por parte mi mamá (que era con la que tenía más relación) era enorme para propósitos de llevarles algo.
  • Por desgracia, mi papá siempre nos decía que “si vas a regalar algo, tiene que ser algo ‘bueno'”, o sea que cualquier detalle que quisieras regalar tenía que tener valor económico para después poder adquirir valor sentimental; de otra forma, el detalle no servía de nada. Eso, más el hecho de conocer a la familia de mi mamá y saber que había personas que te decían abiertamente cuando algo que les obsequiabas era “muy poco”, me tenía de nervios tanto por el lado económico como por el familiar. Entonces, si llevaba algo, tendría que gastar una buena suma de dinero para que fuera algo “bueno” y para llevar el número de recuerdos necesario para no quedar mal. Con mis amigos no era tanto problema, pues ellos sí entendían cómo estaba la situación y no ponían pero por lo que se les diera. Apreciaban el detalle.

Después de pensarlo detenidamente, decidí llevar recuerdos para mis amigos, para mi familia directa (padres y hermanos) y para mi abuela. En cuanto a los demás tíos y primos, decidí no dejarme llevar por el lado ecnómico y mostrarles con un pequeño detalle que sí me acordaba de ellos, pero como de todas formas eran muchos y mi situación económica no era del todo abundante, decidí dividirlos: esta vez que regresaba a México les llevaría a algunos solamente, mientras que en veces subsecuentes les llevaría a los otros.

Sólo quedaba un problema: la laptop. La mandé a reparación para que la evaluaran, pero la respuesta no llegaría hasta cuando ya estuviera en México, y como te llaman por teléfono para decirte el resultado, no había forma de recibir esa llamada. Sin embargo, M salió al rescate; me presentó a su hijo, el cual tenia conocimientos firmes en computación. Además de ayudarme a respaldar, me dijo que dejara su teléfono como forma de contacto para que le llamaran y él pudiera decirles si la laptop se repararía o no.

Con todo ya preparado para el viaje, regresé a México por primera vez en septiembre de 2003. Como estaba planeado, Z me recibió en la central de autobuses de Guadalajara. Vi a mi familia, amigos, y pude arreglar (aunque temporalmente) la relación con Z. Y ahora que lo veo en retrospectiva, fue la última vez que vi a mis abuelos maternos. De hecho, la última vez que vi a mi abuela, justo antes de irme al aeropuerto, recibí, como era su costumbre, la bendición para que me fuera bien. ¡Gracias Trini, donde quiera que estés ahora!

El nacimiento de “la inmortal”

Mientras estaba en México, recibí correo del hijo de M en el que me ponía al tanto de la situación con la laptop: el presupuesto se pasaba sólo por 3000 yenes del límite que yo me había puesto para repararla, y quería saber si estaba dispuesto a pagarlos o dejar la laptop así y usarla de escritorio (lo que requeriría comprar un monitor). Lo pensé por un momento, ya que aunque después de lo que estaba dispuesto a pagar ciertamente 3000 yenes no eran gran cosa, esos 3000 yenes de alguna forma me harían falta, pero sería para una buena causa. Le respondí que sí, que los pagaría, y que por favor comunicara eso a la tienda.

La reparación del monitor roto costó más de la mitad del precio original de la laptop, algo que ya me imaginaba gracias a aquella ocasión en donde rompí la pantalla de mi diccionario electrónico y repararla me costaba 1000 yenes menos del precio del producto nuevo. Necesitaba una laptop, cierto, así que si iba a gastar tanto dinero en conservar la que había escogido, tenía que asegurarme de que fuera a durarme el mayor tiempo posible.

Como comenté arriba, la laptop tenía Windows XP, pero en cuanto tuve oportunidad le instalé Debian, y gracias al panda pude echar a andar la tarjeta WiFi. En el laboratorio me recomendaron hasta el cansancio instalar Vine Linux, porque “ya estaba todo configurado en japonés”, y era además la distribución que estaba instalada en el cuarto de cómputo del laboratorio. Les hice caso una vez, pero no duré con Vine ni un día, pues no me convencía, y además los paquetes que ofrecía eran todavía más viejos que los que Debian tenía (y eso ya es mucho decir). Y como nunca había tenido problemas para instalar soporte japonés en Debian, realmente no veía las ventajas que los demás miembros del laboratorio tanto alababan.

En esa laptop fue donde hice mi tesis de maestría, un buen de programación y experimentos; conocí y usé BitTorrent con ella, la usaba para jugar con emuladores, chatear con Z, enviar correos masivos a mis amigos, etc., pero lo mejor fue lo ya referido arriba: hacer poco a poco la transición de ventanitas a pingüino. Experimenté mucho con Linux en esa máquina: desde instalar diferentes distribuciones hasta compilar kernel con todo lo necesario para que mi hardware funcionara sin initd (lo cual hacía que el arranque fuera extremadamente rápido); en pocas palabras, aprendí un montón.

Ahora bien: ¿por qué “la inmortal”? Porque aguantó mucho, además del accidente con la pantalla: tuve un problema de hardware con el sonido; una vez se sobrecalentó porque uno de los ventiladores dejó de funcionar, y mientras investigaba y me animaba a abrirla, la usaba poniendo directamente al lado de la laptop el ventilador que yo usaba para refrescarme. Y así, problemitas o problemotas, pero con todo y el paso de los años seguía dando guerra; la usé también durante los dos primeros años del doctorado como mi computadora principal, puesto que en el último al fin me asignaron un computadora personal, que fue donde trabajé al final. Y todavía después de eso, la seguía usando normalmente a pesar de que desde 2005 tuve una desktop (historia que cuento más adelante). Me la llevé varias veces a México, y sirvió como consola de juegos para jugar Melty Blood con los amigos.. En fin, le salían detalles, pero “aguantaba vara”.

¿Qué le pasó a la inmortal? En una ida a México, se la regalé a mi hermana. Le dejé Sabayon instalado, pues para lo que necesitaba una computadora Linux era más que suficiente. Lamentablemente, alguien la “tomó prestada sin permiso” y nunca volvimos a saber de ella.

Fue un final sinceramente inesperado para una computadora que nació en Corea, fue comprada en Japón, cruzó el Pacífico varias veces, sufrió heridas graves de guerra, pero seguía al pie del cañón. Le tomé un gran afecto (como se puede notar), y por eso me dolió el desenlace que tuvo.

Clases de español

José, el cubano-japonés, tenía un par de clases de español, las cuales impartía los jueves a la misma hora, pero una semana a un grupo (de chicas relativamente jóvenes), y otra al otro (conformado por señoras ya un poco mayores).

Una vez me invitó a visitar a sus grupos, y así lo hice. Me interesaba ver cómo manejaba las clases de idioma, sobre todo porque años antes de salir de México dirigía un mini círculo de estudio de japonés. El grupo de las señoras era más tranquilo, queriendo poner énfasis en aprender expresiones simples, sin necesidad de llevar libros de texto o practicar constantemente pronunciación. Por su parte, el grupo de las jóvenes era, como se lo podrán imaginar, un poco más mavido, más alegre, y aunque llevaba libro de texto, hacían tarea y practicaban, la finalidad del 99% de sus integrantes no era aprender español, sino pasar un buen rato en compañía de las amigas.

Conozcamos a F, la “líder” del grupo de las jóvenes: una chica de, en ese entonces, unos 29 años; alegre, pero siempre un poco recatada, era la que evidentemente le echaba más ganas al estudio del español, tanto, que era miembro de ambos grupos a los que José impartía clase, y también era la que motivaba a las demás a seguir adelente. F había visitado México en años anteriores, y durante su época universitaria estudió un tiempo en Estados Unidos, por lo que más o menos hablaba inglés, lo que reafirmaba que su gusto por las lenguas extranjeras era, al menos, más serio que el de las demás (si es que acaso lo tenían, claro).

Rápidamente encajé en el grupo de las chicas, y desde entonces salíamos en grupo, ya fuera al cine, a cenar, etc. Y gracias a la camaradería del grupo en general y a mi respuesta positiva de integrarme, aunque ni siquiera iba a ser su instructor, F comenzó a comunicarse más conmigo, pero no crean que con tono romántico… al menos no hacía conmigo: debido a la “cercanía” que yo tenía con José (por el idioma y por como nos tratamos los latinos), F inmediatamente intuyó que yo sería la persona indicada para proporcionarle información acerca de José. Sí, a F le gustaba José, o mejor dicho, F estaba realmente enamorada de él. Pero, y como buena historia digna de telenovela de las 9, al parecer el sentimiento no era recíproco.

Según supe, F y José tenían una buena relación amistosa, sin ningún tipo de pretensión, pero la situación cambió un poco cuando F le confesó sus sentimientos y él le dijo que no estaba interesado en tener ese tipo de relación con ella. No obstante, F estaba dispuesta a intentar cualquier cosa con tal de que él se fijara en ella.

Al conocer este detalle, algunos de ustedes podrán pensar que las ganas de aprender español de F y de estar en ambos grupos eran nada más pretexto para ver a José cada semana; en parte tienen razón, pero, y me consta, el gusto de F por el español era real, y lo reafirmaba cada que me hacía preguntas de gramática que normalmente un japonés que no está realmente interesado en el idioma me formularía.

No me convertí en el confidente de F, pues para eso tenía otra amiga; sin embargo, sí comenzó a hacerme preguntas respecto a José para intentar saber un poco más de él, y de esa forma poder “llegarle” para que le hiciera caso. En lo que sí me convertí fue en profesor particular de español de F: 2 clases de hora y media al mes. Era la primera vez que enseñaba español, y resultó ser mucho más difícil de lo que pensé, pues aunque conozco bien la gramática, enseñarle a alguien cuyo idioma natal no tiene características como el modo subjuntivo (o ni tan lejos: que no tiene artículos) es una gran proeza.

Con el tiempo y las ocupaciones, puesto que José laboraba en Fukuoka y prácticamente sólo iba a Iizuka por las clases, el grupo de las señoras se deshizo, mientras que el de las chicas continuó, no sin antes nombrarme a mí como su nuevo profesor. También era 2 veces al mes, y como ya conocía al grupo, no tuve ninguna razón para negarme. Así comenzó mi experiencia al frente de un grupo de mujeres que decían que querían aprender español.

Teléfono celular

En 2003, los teléfonos celulares en Japón estaban extremadamente avanzados si los comparamos con lo que en México había en ese momento: conexión 3G, muchos servicios se podían acceder por medio de la red; había juegos interesantes creados por las grandes compañías que iban mucho más allá de la gloriosa serpiente de los teléfonos Nokia (con la que me divertía por horas); todos tenían cámara y todos podían recibir y enviar correo electrónico (no mensajes SMS, sino “e-mail” real). En fin, sin necesidad de ser “Smartphones”, los celulares eran ya un centro de entretenimiento… y sin embargo, yo no corrí por uno al momento de pisar tierras japonesas.

Celular JPhone2

Muchos, si no es que todos los becarios, lo primero que hacían una vez establecidos en donde pasarían los siguientes 3 años (por lo menos) era ir a comprar un celular. Pero a diferencia de México, es mucho más común contratar un plan de llamadas y datos en vez de tener servicio de prepago, el cual, dicho sea de paso, sí existe en Japón, pero es mucho más raro; además, no en todos los lugares era fácil que te aceptaran como cliente, pues algunas locales exigían que tuvieras un aval japonés antes de ofrecerte algún plan, mientras que otras te exigían que tuvieras un teléfono fijo, algo que sinceramente creo que pocos extranjeros tramitan estando en Japón, puesto que implica hacer contrato con NTT, que te revisen la línea, etc., etc.

¿Por qué no me hice de un celular justo al llegar a Iizuka? Hubo varias razones:

  • El departamento que me rentaron tenía teléfono fijo.
  • No tenía a nadie a quien hablarle, ni nadie que me hablara (forever alone en Japón :P)
  • Aunque me llamaba la atención todo lo que ofrecía, lo consideraba un gasto innecesario.

Hubo que pasar algo de tiempo, 8 meses para ser exacto, para que me decidiera a tener teléfono celular. Así es: fue hasta diciembre de 2003 cuando comencé a sentir la necesidad de estar más comunicado (léase: ya tenía amigos a quien contactar).

Lo que seguía era escoger una compañía telefónica. Mis opciones eran AU, Vodafone y DoCoMo. La última era la más famosa, puesto que su cobertura, en ese entonces, era la mejor del país, pero al mismo tiempo era la más cara, por lo que quedó descartada; de Vodafone se escuchaba relativamente ‘poco, pero sabía que anteriormente la compañía era J-Phone, y no escuchaba muchas cosas buenas de ella; la que quedaba por eliminación y por el plan que tenía para estudiantes era AU.

Después, a elegir teléfono. Todos los modelos que AU ofrecían eran buenos y llamativos, lo que dificultaba la decisión. Al revisar los catálogos, me percaté de que habría nuevos modelos que saldrían a la venta justo antes de navidad, y más por el lado de que eran los modelos más recientes que por las capacidades mismas del teléfono fue que seleccioné uno.

primercelular

Al momento de hacer el contrato, el hecho de tener teléfono fijo en mi departamento hizo el trámite mucho más fácil. Sinceramente, no tengo idea qué diferencia hacía, pero no tuve muchos contratiempos al momento de firmar. Fue algo como:

Empleado: “¿Tienes algún teléfono fijo a donde podamos llamarte?”.
Yo: “Sí. Es xxx-xxxx.”.
Empleado: “Muy bien. Si llamo en este momento, ¿quién puede responder preguntas respecto a ti?”.
Yo: “Err… nadie. Es el teléfono de mi departamento, pero vivo sólo. Aquí está mi comprobante de domicilio”.
Empleado (visiblemente pensando y evaluando la situación): “Hmm… ya veo. Pero, ¿sí es en realidad tu teléfono?”.
Yo: “Sí. Nadie más vive ahí. Si gusta llamarme hoy por la noche después de las 9, ya estaré ahí para responder”.
Empleado: “No es necesario. Muchas gracias. Continuemos con el trámite”.
Yo: “… Bueno…”.

El proceso tomó poco menos de una hora, pero no salí inmediatamente con mi nuevo teléfono debido a que no estaba 100% cargado, y los de la tienda me lo tenían que dar con la batería llena. Me pidieron que regresara en 3 horas, y así lo hice.
Al fin después de varios meses, tenía teléfono celular, con todas las funciones arriba descritas.

En ese entonces, aunque cada teléfono tenía características semejantes, también tenía su sistema operativo personalizado. Asimismo, cada compañía tenía su forma de definir sus “emoticons”, por lo que no eran compatibles con los de otra compañía. Esto dificultaba la comunicación con gente que tuviera contrato en una telefónica diferente a la tuya, porque mientras tu enviabas una carita feliz (por ejemplo), ellos recibían un kanji raro, de esos que casi no se usan, que supongo era la forma de “mapear” caracteres a emoticons.

Lo que estaba de moda con los teléfonos era cambiar el sonido del timbre a tu canción favorita. Estas melodías se llamaban popularmente “Chaku-Melo” (着メロ), nombre derivado de “Chakushin Melody” (着信メロディ), que se traduce literalmente como “Melodía de recepción de señal”. Pero como podrán imaginar. debido a que cada compañía manejaba diferentes estándares, y muchas veces los teléfonos usaban sistemas operativos propios, los formatos que se podían usar como ChakuMelo eran limitados y hasta crípticos. Es decir: no era nada más de agarrar un MP3 de tu colección, cortarlo y meterlo en algún lugar del teléfono, sino que tenía que ser de cierto formato con características específicas.

Hubo muchas compañías que hicieron millones con las ChakuMelo; algunas te permitían comprar directamente la canción que quisieras; otras ofrecían las melodías en MIDI, lo que las hacía más baratas; otras más ofrecían plan de suscripción mensual en el que podías bajar todas las melodías que quisieras pagando una cantidad fija. Era realmente un mundo de competencia por algo que ahora es tan simple.

Obviamente, yo no me quedé fuera de la jugada. Primero, comencé a comprar ChakuMelo (alrededor de 200 yenes cada una) y ponérselas al teléfono, pero después me salió el lado ingenieril e investigué el formato de los archivos, cómo crear los propios y cómo ponerlos en el teléfono, que por cierto para esto último había que comprar un cable especial para poder conectar el teléfono a la computadora, ya que el tipo de terminal que usaban era especial, nada de USB.

La primera canción que puse como timbre la recuerdo perfectamente: 涙そうそう (Nada sou sou). Canción originaria de Okinawa, medio triste, pero tradicional. Aquí les dejo un video:

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=ktQlk-llTmE[/youtube]

Después, a los juegos. Las grandes compañías tenían su sitio también en la red celular, desde donde se podían bajar juegos gratis o adquirir otros más elaborados, algo como una app store hoy en día. El primer título que compré y que realmente jugué por completo en el celular fue Mega Man, el primero. Así es: yo no salía de mi asombro ante el hecho de que podía jugar un gran título de Famicom (NES) con el teléfono. Lejos estaban los días en los que mataba tiempo jugando con la viborita de los Nokia, esto era un juego en su totalidad.

Lo que siguió fue preguntar los teléfonos de las personas y pedirles que me dejaran tomarles foto, ya que el directorio dentro del teléfono aceptaba fotografías con cada número registrado, y cuando te llamaban salía el número desde donde te llamaban y la fotografía con la los tenías registrados. Para alguien que solamente había tenido un celular Motorola de los viejitos, y que jugaba con los Nokia que le prestaban para satisfacer sus necesidades de recreación por medio de juegos electrónicos, el teléfono que tenía en la mano era la gloria absoluta. Recuerden que estamos hablando de 2003, año en el que todavía no se veía nada respecto a Smartphones.

Japón me había deslumbrado con su tecnología una vez más.

Como mencioné brevemente arriba, en ese entonces la red de servicios en celular ya estaba muy bien establecida, casi como tener un Smartphone hoy, pero en versión más compacta y sin gráficos bonitos, y lo mejor era que funcionaba: boletos del cine, reservaciones en diferentes establecimientos, etc. Ésa fue una de las principales razones por las que los Smartphone no pegaron de inmediato en el mercado japonés; el primer iPhone, con todo y lo que ofrecía, era inferior a los teléfonos estándares en Japón, pues no incluía dinero electrónico y la batería duraba muy poco (yo podía pasar casi 5 días sin cargar mi antiguo celular sin ningún problema).

Desde ese entonces, un teléfono celular siempre me ha acompañado a donde ande. El primer teléfono que adquirí murió por la patria, y de ahí siguieron varias iteraciones hasta llegar al Samsung Galaxy S3 que tengo ahora (perfectamente rooteado, claro está).

Festival de otoño de la universidad

Otoño en japonés se dice “Aki” (秋), y es la estación en la que los japoneses hacen de todo gracias a que el calor húmedo del verano termina y los días son mucho más agradables. De ahí se derivan los múltiples terminos estilo “El otoño de…”. Por ejemplo: “El otoño de la lectura” (読書の秋, Dokusho no aki), “El otoño de la gastronomía” (食欲の秋), “El otoño del ejercicio” (運動の秋), etc. Asimismo, es la época donde las universidades realizan los festivales culturales.

En nuestra universidad, el festival se lleva a cabo a mediados de noviembre, y por lo general los clubes de actividades y los laboratorios ponen puestos vendiendo comida, bebidas o proveen juegos recreativos simples. Nuestro laboratorio no era la excepción, y los alumnos de 4to. año de universidad (a punto de graduarse) eran los que más interés mostraban en poner un puesto. La pregunta era “¿qué vendemos?”. ¿A que no adivinan qué se decidió? Si pensaron “tacos”, le atinaron. Y ahora que lo pienso, realmente la opción era clara: un mexicano en la universidad (el único en ese entonces), México = tacos = ventas seguras. Solamente había un pequeño detalle: yo no sabía cocinar.

Cuando me preguntaron la receta para hacer tacos, les expliqué lo que era un taco, pero ellos seguían con la idea de que debía haber una receta especial para hacerlos. Como no me los iba a quitar de encima ni haría que cambiaran lo que querían vender, hice lo que lógicamente cualquiera hubiera hecho en mi situación: inventar.

(Pequeño paréntesis)

Es la segunda vez que escribo esta parte. Ya estaba terminada y había creado la siguiente sección, cuando por un error al copiar al servidor para respaldar perdí poco más de 2 horas de trabajo. ¿Qué hice? Una vez que hube terminado de escribir la noche anterior, estaba cayéndome de sueño, pero antes de dormir decidí respaldar este documento, como siempre lo hago. Lo que hice fue:

scp micorreo@miservidor:estepost.txt .

en vez de

scp estepost.txt micorreo@miservidor:

En español, en vez de copiar los cambios locales al servidor, copié el documento que estaba en el servidor a la computadora, sobreescribendo lo que acababa de guardar.

Veamos qué tanto puedo volver a escribir de la forma que lo había hecho.

(Fin del paréntesis)

Cuando mencioné que no sabía cocinar, no bromeaba. Lo único que realmente podía preparar sin problemas era ensalada de atún; un triste huevo revuelto era como un experimento cientifico muy complicado para mí. ¿Qué podía hacer además de inventar? Lo que sugerí fue carne de res asada, picar cebolla y agregar una especie de salsa que vendían en el supermercado. Al menos ya había preparado la carne una vez así y no me habia quedado tan mal, pero hay un mundo de diferencia entre comer lo que uno cocina y que alguien más lo pruebe. En fin, lo peor que podía pasar era que no les gustara y se cambiaran los planes para vender en el festival.

Hicimos una degustación en el laboratorio con mi receta súper secreta. ¡Éxito! (aunque sinceramente yo lo llamo “suerte”) A todos les había gustado el sabor y los planes de vender tacos se reafirmaron.

Luego, se comenzó a discutir si venderíamos bebidas o no, ya que había otros puestos que solamente se dedicaban a eso, y a menos de que ofreciéramos algo diferente, a la gente no le interesaría comprar un combo de taco con bebida. ¿Té? No. Totalmente descartado. ¿Bebidas gaseosas? No sonaba mal, pero, aunque en menor medida, también otros grupos las venderían. De repente recordé que me haía llevado una buena dotación de Tang de diferentes sabores, y lo ofrecí. Fue difícil explicar lo que es el tamarindo y horchata, así que mejor se los di a probar. Otro éxito rotundo, pero ahora sin el factor suerte. Ambos sabores gustaron, y debido a lo raro de la bebida, seguramente mucha gente querría probarla.

¿Tortillas? Ciertamente en un pueblo en Kyushu es difícil encontrarlas de maíx, pero afortunadamente había un supermercado que tenía productos de diferentes países y entre ellos había paquetes de tortillas de harina. A esas alturas del partido y considerando el lugar, las de harina sonaban más que bien; decidimos encargar con tiempo varios paquetes.

Para poder poner un puesto en el festival hay que cumplir una serie de requisitos que, en ese entonces, me parecían excesivos. Primero, hay que asistir una serie de juntas que comienzan desde medio año antes del evento. En ellas se discuten los pormenores del festival, se sortean los lugares de cada puesto, se registran las personas que quieren participar y se planean las actividades que se realizarán durante los 3 días que dura. Luego, cada representante de puesto que quiera vender comida o bebida debe obtener permiso por parte del departamente de salubridad e higiene del gobierno local. Para ello, es necesario escribir todos los ingredientes requeridos para el platillo así como también el proceso, perfectamente detallado, de su preparación. Las autoridades deciden, con base en lo escrito y en una entrevista, si permiten la venta o no. Por lo general nunca hay problema, pero los tacos y el súper Tang los agarraron de sorpresa, y estuvimos a punto de que nos negaran el permiso. La razón era que consideraban que el proceso de preparación era largo, que era insalubre preparar la carne en el lugar, y nada más no cedían ante la idea de vender una bebdida preparada con polvos extraños traídos del extranjero. A final de cuentas dijeron que no había problema, pero nos comentaron que “era la última vez que permitían que hiciéramos tacos” . Por eso no había problema. Ya nos preocuparíamos en el futuro, de ser necesario.

El día se acercaba. La universidad da varios días de descansocon motivo del festival, ya que los preparativos de los puestos toman varias horas, y para montarlos se toma un día completo. Sonará como mucho tiempo, pero como el encargado y el sub encargado de cada puesto se tienen que quedar a dormir ahí durante el evento, deben asegurarse de tener todo lo necesario para no pasar frío (y en esa época por la noche sí te congelas). Alguien puso un kotatsu, otros cooperaron con futones, alguien más puso una televisión y yo cooperé con el Gamecube y Smash Bros. Sí, teníamos todo lo necesario para pasar un buen rato. Ya sólo faltaba esperar.

Mentiría si dijera que no estaba preocupado por el recibimiento de mi receta secreta, pero ya era demasiado tarde para decir que no. El evento comenzó y la gente comenzó a llegar. Obviamente, en medio de puestos de yakisoba, karaage, okonomiyaki, takoyaki y curry, los tacos llamaban la atención. ¡Tacos en una pequeña ciudad en Kyushu! Por supuesto que ésa era toda la publicidad que necesitábamos.

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Comenzamos a vender, y vender, y vender…¡Éxito! Mi receta secreta era la sensación del lugar, pero no puedo decir lo mismo de las bebidas: a la gente ciertamente le llamaba la atención ver letreros que decían “tamarindo” y “horchata”, pero había que explicarles qué es cada cosa (el tamarindo no es común en Japón). El Tang de tamarindo era más popular, pero la horchata tenía también sus seguidores, aunque al final todos terminaban yendo a comprar té porque no estaban acostumbrados al sabor.

El festival de nuestra universidad dura 3 días, y la venta de productos termina a las 10 pm. Después me enteré de que hasta hacía algunos años el festival estaba abierto las 24 horas del día, pero lo prohibieron debido a que cada vez aumentaba el número de personas que, por no medirse con el alcohol, colapsaban afuera de la universidad, y por ende había que llamar a la policía o a una ambulancia. Además, se toman medidas para evitar que los asistentes manejen en estado de ebriedad: la salida de la universidad se restringe, y solamente pueden salir los carros cuyo conductor pasa la prueba del alcoholímetro. Esto se debe a que en Japón, si te detienen manejando en estado de ebriedad la multa va para ti, para los que van en el carro, y hasta al que te vendió la bebida alcohólica puede llevarla de perder. Entonces, para evitar problemas, se forma un grupo de personas (de los mismos organizadores del evento) para llevar a cabo esa medida, lo que hace que obviamente se pierdan todo el festival.

Cabe hacer mención que es común que los organizadores de los festivales culturales intenten llevar a gente famosa, como comediantes, cantantes o bandas, a que se presenten en la universidad, cobrando por el boleto muy poco (entre 1000 y 3000 yenes cuando mucho). Esto ayuda a jalar a todavía más gente, y por tanto, a que un evento que parecería sin pena ni glorira termine siendo famoso no sólo a nivel local sino nacional.

Al final del día, hay un equipo encargado de revisar que no haya alcohol dentro de los puestos, ya que prohíben beber una vez que las actividades de ese día han terminado. Nosotros no tuvimos ningún problema salvo por un senpai que andaba hasta las chanclas desde horas antes de que la jornada terminara. Por lo demás, lo que siguió fue jugar Smash Bros. hasta altas horas de la noche, y cuando todos cayeron rendidos, emprendí el regreso a casa, solamente para dormir un rato y prepararme para la misma rutina los 2 días restantes.

El día 2 fue casi lo mismo que el primero, con la diferencia de que hubo más gente debido a que era sábado. Era común ver familias visitando el lugar y diviertiéndose a la grande, sobre todo en los puestos que ofrecían algún tipo de juegos. La venta seguía estando bien y al parecer no habría nada más que contar. Sin embargo, esa tarde llegó a nuestro puesto una señora de unos 50 años, preguntando específicamente por mí, o bueno, por el mexicano que estaba en el puesto. Me sorprendí, puesto que los únicos conocidos que tenía en ese entonces eran los del laboratorio, las chicas y las señoras de la clase de español, y M, pero pensé que seguramente era alguna amiga de alguien que le había platicado de mí. La saludé, y la forma en que me respondió el saludo me agarró totalmente fuera de guardia: ¡en español! A esta señora la llamaremos N (y seguimos con las letras del abecedario para nombrar gente, jeje).

Estando en medio de la prefectura de Fukuoka, con una población hispanohablante prácticamente inexistente y con tan pocas probabilidades de escuchar español, el hecho de que alguien me saludara y comenzara a hacer preguntas en español me producía un sentimiento reconfortante, y al mismo tiempo de nostalgia… aunque después la conversación se hizo en japonés porque N no recordaba mucho del idioma. N hablaba español debido a que, por el trabajo de sus esposo, vivió en la ciudad de México por espacio de 2 años, en las épocas cuando el programa “Sólo dar y dar” “Solidaridad” era el tema de discusión en México (para los no mexicanos, fue en el sexenio 88-94, la época de Carlos Salinas de Gortari).

N estaba contenta de conocer a un mexicano en tan remotas tierras, y me dijo que tenía una amiga a la que seguramente también le daría gusto conocerme, ya que hablaba mucho mejor que ella. En ese mismo momento, N la llamó, le dio la noticia de que un mexicano vivía en la ciudad, y me pasó el teléfono para que hablara con ella. La señora al otro lado del teléfono se oía seria, pero en claro español se presentó y me dijo que le gustaría conocerme en persona. A esta señora la llamaremos MM (ya verán por qué un poco más adelante).

Después de conversar un rato con N, la jornada continuó de forma normal, y así continuó hasta el domingo. Para el lunes, ya todos los puestos estaban desmontados y lo que restaba era guardar todo y regresar lo que se había rentado para ponerlos (como lonas, mantas, mesas, etc.).

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El resultado final de la venta fue mucho mejor de lo esperado: se recuperó la inversión inicial; me dieron 1000 yenes por los sobres de Tang que puse para las bebidas; no sobró carne y teníamos una ganancia neta muy considerable. ¿Qué se hizo con ella? Ir a celebrar yendo a cenar la siguiente semana a una izakaya (居酒屋, bar tradicional japonés), donde los que más tomaban se dieron abasto hasta que cayeron rendidos, mientras que yo me atasqué de comida hasta que de plano saqué la bandera blanca.

Ahora, después de muchos años, me doy cuenta de que la generación de estudiantes japoneses con la que conviví esa vez fue la mejor. Las generaciones siguientes fueron menos alegres, hasta el punto en el que los extranjeros no teníamos nada que ver con los japoneses del laboratorio.

Mi segunda mamá japonesa

MM trabajaba dentro de la universidad, en la oficina de un profesor. Eso hacía mucho más fácil conocerla, ya que podía ir a la hora de la comida a su lugar de trabajo, que fue donde me citó para conocernos.

MM es una persona jovial, alegre, con mucho sentido del humor; al conocerla, jurarían que tiene sangre latina, pero aunque muestre todo lo contrario, ella es totalmente apegada a la forma de pensar japonesa. Habla español debido a que lo estudió en la universidad y estuvo un tiempo en España; además de español e inglés, habla también portugués gracias a que vivió 3 años en Brasil por el trabajo de su esposo. ¡Ah! Y tiene una hija muy bonita también, a la cual, antes de que comiencen los malos pensamientos, nunca le eché el ojo 😛

Cuando fui a visitarla a su oficina por primera vez, platicamos por espacio de una hora de los temas típicos: qué hacía en Japón, por qué sabía japonés, de dónde era, etc., etc. Durante ese tiempo, sinceramente nunca sentí la barrera que ponen los japoneses al conocer a alguien, sino que realmente sentía que estaba hablando con una señora de algún país de América Latina. Una gran amistad se había formado en ese pequeño lapso de tiempo. Además, no sé por qué me no me sorprendió, pero resultó que MM conocía a José porque él le había dado clases de español en el pasado.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a darle clases a MM. Era divertido, simple, y lo que me pagaba, aunque no era mucho, era dinero extra que podía usar para algo que me quisiera comprar. Pero lo más importante de todo era que en la misma oficina, además de MM había 2 personas más: una señora un poco más grande que MM, y una chica P-R-E-C-I-O-S-A, que me dejó con la boca abierta cuando la conocía. Seguimos con letras del alfabeto, y a ella la llamaremos S (el día que repita la misma letra en 2 personas voy a tener que editar un montón de lugares :S).

S me parecía lo más bonito que había visto en Japón hasta ese momento. De baja estatura, una cara de ángel y una voz suave que me volvía loco, S era extremadamente amigable con todos (no había trato especial). Nunca me costó trabajo hablarle, pero el hecho de estar en la misma oficina era la mayor motivación para enseñarle español a MM, ya que así aprovechaba para platicar con ella y tratar de conocerla más.

De S hablaré más en otra entrada. Sólo adelantaré que nos hicimos muy buenos amigos y que no hubo nada entre nosotros, pero no porque no se dieran las cosas, sino porque nunca me animé a proponerle nada más.

Regresemos con MM. Su forma de ser hace que confíes en ella rápidamente, y gracias a los diferentes trabajos que ha realizado y a los idiomas que habla, conoce a mucha gente la ciudad, incluyendo gente importante o influyente. Comenzamos a platicar de otros temas, me invitó a su casa, me presentó a diferentes personas (entre ellas, gente del gobierno de Iizuka), y en general nos llevábamos muy bien. En lo que chocábamos era en las discusiones sobre las diferencia culturales entre latinoamérica y Japón, y en la forma en la que MM, por la vida que había llevado (sin mucha presión), generalizaba la situación entre países y para todo era mejor Japón que cualquier otro país; incluso una vez se aventuró a decir que en Brasil TODAS las adolescentes se embarazaban antes de los 16 y eran madres solteras. Exagerado, lo sé, pero era la forma en la que ella veía las cosas, y siempre discutíamos por temas similares. No obstante, desde el principio me trató muy bien, me invitó a su casa y me presentó a su familia.

Con el paso del tiempo, comencé a considerar a MM como mi segunda mamá japonesa, sentimiento que no he perdido desde entonces. Además de ser confidente y amiga, trató muy bien a mi mamá cuando la traje a Japón en 2005, lo que hizo que le tuviera mucho más respeto y valorara más el conocerla.

A la fecha, seguimos en contacto. La última vez que la vi fue el año pasado. Nos pusimos al tanto de lo que hemos estado haciendo durante el tiempo que pasó desde que salí de Iizuka, me contó cómo le estaba yendo a su hija, que por cierto siempre bromeaba y le decía que su hija era tan bonita que seguramente quedaría embarazada de algún gañán japonés, pero que aun así yo la aceptaba con todo y bebé ajeno, jeje. Ella se reía, pero sabía que ni yo estaba interesado en su hija ni ella en mí, así que ningí problema; por mi parte, le conté los planes que tenía, cómo me estaba yendo en Tokio y, por increíble que pudiera sonar, lo mucho que extrañaba Iizuka.

MM es una persona a la que seguramente algún día, cuando salga de Japón, seguramente me encontraré en el extranjero, pues le gusta viajar por todo el mundo, y ya con su hija viviendo sola y haciendo su vida, ella y su esposo pueden disfrutar el tiempo libre disfrutando de la vida que se han ganado. Ella es una de las mejores personas que he conocido en Japón, y por sus detalles, su cariño y amistad, le estaré siempre agradecido.

Primer invierno, Navidad y fin de año en Japón

El invierno se acercaba, y con él el clima gélido.

Había escuchado que Japón era un país frío, pero creía que donde estaba no bajaría tanto la temperatura, porque estaba al sur. La última semana de noviembre me haría saber lo equivocado que estaba: no sólo Japón es frío (excepto en Okinawa y en las islas de Ogasawara), sino que Iizuka es todavía más frío por ser un valle.

Todavía ni comenzaba el verdadero frío pero yo ya estaba congelándome en mi departamento. Cierto es que el aire acondicionado tiene calefacción, pero todos me habían recomendado no usarlo mucho porque la cuenta de la luz se iba a disparar.

Cuando le comenté a mi mamá japonesa (M) mi situación con el frío, me preguntó si tenía “kotatsu”, a lo que respondí que no, que todavía no compraba uno; ella me dijo que no comprara, que tenía uno que no usaba y que todavía servía y que me lo regalaría. A mí me pareció excelente la idea, y en cuestión de un par de días ya tenía kotatsu.

A lo mejor parece que el kotatsu no tiene mucho chiste, puesto que te protege del frío (usándolo con un futón-cobija, claro) mientras estés en él, pero no se diga ir al baño, o levantarte por comida o alguna bebida, porque se necesita mucho valor (y que se quite la flojera) para dejarlo y salir al frío; sin embargo, aun con ese pequeño incoveniente, una vez que usas uno, es difícil pasar un invierno sin él, y la situación que acabo de exponer (salir de él para hacer cualquier cosa) es una problema “común”, pues nadie quiere dejarlo una vez que te acomodas y se te va quitando el frío. De hecho, este comportamiento se puede apreciar en muchas series de animación y también en telenovelas.

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Existen 2 placeres culposos al estar en un kotatsu: comer mandarinas o algún helado. “¿Helado en invierno?” dirán algunos, pero degustar un helado de tu sabor favorito en pleno invierno mientras estás en tu kotatsu tiene un balance extraño, que hace que te olvides por un instante de que afuera está helando.

Como sea, con una alfombra debajo del kotatsu y un futón para guardar el calor, yo creía estar listo para soportar el primer invierno en tierras niponas. En efecto, “creía”…

Al ser originario de Guadalajara, uno sabe que hay días fríos, en donde es mejor que te lleves una chamarra o un suéter en caso de que la temperatura baje, sobre todo si sabes que regresarás a casa por la noche. No obstante, generalmente no tienes ropa para el verdadero frío, y si la tienes, son cuando mucho 2 prendas.

Cuando partí rumbo a Japón, traje conmigo mucha de la ropa que usaba en México en ese entonces, incluyendo un par de chamarras delgadas. En la casa había una chamarra a la que llamábamos “de esquimal”, que había sido un regalo para mi papá de parte de uno de mis tíos que viven en Estados Unidos; mi mamá me había dicho que sería bueno que me la llevara, pero considerando que las 2 maletotas que llevaba ya iban hasta el tope y que sólo me haría bulto, decliné la oferta. No hace falta decir que la primera vez que realmente sentí mucho frío lo primero que me vino a la mente fue esa chamarra y lo calientito que estaría en esos momentos si hubiera elegido traerla conmigo. Por lo demás, realmente la ropa que traía no era para soportar un invierno de acá. Tenía que ponerme como 4 prendas para medio mitigar el frío. Fue la primera vez que entendí lo de tener ropa por estaciones, y al mismo tiempo el vocablo japonés 衣替え(koromo gae), que literalmente quiere decir “cambio de ropa” y se refiere a guardar la ropa que no se usará en la siguiente temporada y poner a la mano la que sí se usará. El hecho era que no tenía ropa adecuada y que tenía que comprar, aunque fueran pocas prendas.

Ahora bien: el verdadero problema con el frío en Japón no es que el clima esté de locos, o que de plano sea insoportable (aunque para algunas personas lo es, y con justa razón), sino que las casas no están totalmente aisladas del exterior y el calor se escapa, por lo que aunque tengas la calefacción prendida, al apagarla el calor se va en cuestión de minutos. No es queja mía solamente: gente de países nórdicos, de Europa y Rusia siempre comentan lo mismo, y les sorprende que en Japón tengan que usar dentro de la casa la ropa que en sus países solamente usarían fuera de ella. En fin. Era una situación a la que tendría que acostumbrarme.

El frío seguía aumentando, los meses pasando, y la Navidad acercándose, pero como en Japón la Navidad no es día festivo, por más que busques el espíritu navideño que invade las calles de México desde el principio de las posadas (o del maratón “Guadalupe-Reyes”, dependiendo hasta dónde extiendan las fiestas) no lo encuentras, mucho menos en un pueblo de Japón, con 80 mil habitantes, en Kyushu. Tampoco está ahí el arbolito que, independientemente si es o no tradición oficial mexicana, siempre adornaba la casa (donde vivía o la de mis abuelos). Sabía lo que en Japón significa la Navidad (noche romántica, para las parejas), pero el cambio de una costumbre que has vivido cada año desde que tienes uso de razón no es tan fácil, y por más “Grinch” que seas, se resiente.

Afortunadamente, pude pasar la primera Navidad y el primer fin de año de este lado del mundo en compañia del grupo de español. No me regalé nada, ni tampoco le di regalos a nadie. La Navidad fue algo simple: una cena, algo de karaoke y mucha plática. No puedo negar que sentía rara esa falta del ambiente navideño, sobre todo porque siempre en esas fechas la familia se reunía en casa de mis abuelos y había cena, convivencia y, si tenías suerte, algún regalo. Todo eso se quedó en México.

Las chicas me invitaron a celebrar la llegada del nuevo en un evento nocturno de esos de “cuenta regresiva” realizado en la bahía de Hakata, y después al karaoke toda la noche. Era bueno tener con quien convivir que fuera más “cercano a mi edad”, y aunque todas las chicas eran en promedio 3 años mayores que yo, estaba acostumbrado a ser siempre el más joven de los grupos a los que pertenecía en México (con excepción del grupo de rol, porque había 2 integrantes más jóvenes que yo).

Lo que siguió después fue el fin de la relación con Z (contada en la parte anterior). Duré con el duelo poco menos de dos semanas. Me dolía, pero al mismo tiempo, el hecho de estar lejos, en un nuevo mundo, con nuevas experiencias, hacían el dolor más llevadero, hasta que, sin realmente pensarlo, se convirtió en un bonito recuerdo.

Después de eso, la experiencia cambió por completo: ya no tenía la prisa de acabar la maestría en un año, ni de regresar a México lo más pronto posible. Estaba abierto a lo que Japón me pudiera ofrecer, a explorar nuevos caminos. JAMÁS sentí que se me quitara un peso de encima, pero poderme enfocar directamente a lo que tenía enfrente ayudó mucho a adaptarme rápidamente al ambiente que me esperaba una vez dentro de la maestría.

Pachinko

En casi cualquier lugar de Japón al que vayan, incluyendo pequeños pueblos, siempre habrá un Pachinko cerca. Es como una ley de física.

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Para quienes no tienen idea de qué hablo, “Pachinko” se refiere a máquinas de juego similares a los pinball, y el objetivo es meter las bolitas (que son un poco más grandes que un balín) a ciertos agujeros, indicados por el mismo juego, para obtener todavía más bolitas. El chiste es acumular tantas bolitas como sea posible, porque entre más tengas, más dinero obtienes. ¿Un casino? Sí y no: “no”, porque los juegos de azar de ese tipo están prohibidos en Japón, pero “sí”, porque se supone que tú no estás apostando nada; las bolitas son tuyas, pero te “invitan” a venderlas de regreso al establecimiento. Hablando de agujeros legales…

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El pachinko es toda una cultura, y así como hay jugadores profesionales, quienes pueden ganar en un día lo que un trabajador común gana en un mes, hay también gente que se vuelve adicta y recurre a préstamos monetarios con tal de poder seguir jugando. Además, es un secreto a voces que los dueños de la mayoría de los pachinko son o tienen que ver con los yakuza.

La primera vez que vine a Japón en 2002, varios de los extranjeros que estaban en el grupo entraron a un pachinko por pura curiosidad, y después relataban lo coloridos que eran y algunos presumían de que ya les habían enseñado cómo jugar. Me quedé con la tentación de entrar a uno, pero esa vez no se me hizo.

Ya estando en Iizuka, la curiosidad de ir a un pachinko de nuevo me invadió; le hice el comentario a mi tutor, y resultó que él iba seguido al pachinko, por lo que accedió a llevarme la siguiente vez que fuera. Y así sucedió.

Pachinko3

Lo primero que pensé al entrar al establecimiento fue que se parecía mucho a las arcadias en lo que a ruido se refiere, pero la diferencia es que aquí, desde el principio, el olor a tabaco es penetrante, y seguramente para algunos será insoportable. En las arcadias, el olor también es muy fuerte, pero sólo en las áreas en donde están los juegos de pelea, y como ésas eran/son las que siempre frecuento, de cierta forma ya estaba acostumbrado.

Mi senpai me recomendó una máquina vieja, para que “me fuera acostumbrando”; me explicó lo que tenía qué hacer y cuándo hacerlo, asentí, y procedí a sentarme. Al igual que las arcadias en Japón, a las máquinas de pachinko también se les echa dinero en efectivo, nada de fichas o tokens. Metí un billete de 1000 yenes, la máquina reaccionó y comencé a lanzar bolitas por medio de una perilla que controla la fuerza con la que salen disparadas dependiendo de qué tanto la gires; el truco consiste en encontrar el punto exacto donde las bolitas se disparan con la fuerza suficiente para caer en los agujeros determinados y no perderse en el limbo, pero aunque suene fácil, tiene su chiste, y en lo que te intentas acostumbrar ya se ta acabaron las bolitas y hay que volverle a echar dinero si se quiere continuar jugando. Intenté 2 veces (léase “desperdicié 2000 yenes”), pero nunca pude atinarle suficiente a donde debía, por lo que fue un “Game Over” casi instantáneo en ambos intentos.

Una de las razones por las que quería ir al pachinko, además de la curiosidad de saber qué onda con ellos, es que veía que salían pachinko de series de animación que me gustaban, tanto nuevas como de antaño. En ese entonces, promocionaban mucho una de Evangelion, por lo que dejé la máquina que mi senpai me había recomendado y me dispuse a ir a la que me llamaba la atención. ¿Evangelion? sí. ¿Rei? ahí estaba en la máquina, la cual tiene pantalla que muestra animaciones que van cambiando conforme al estado del juego… me habían comprado… pero mi suerte no fue buena: al cabo de unos 10 minutos había gastado ya otros 2000 yenes, sin siquiera haber disfrutado mi estancia en el lugar. Hice cuentas: 4000 yenes perdidos en 20 minutos… no gracias. Le dije que mi senpai que yo ya mejor me regresaba a casa (cuando en realidad quería ir a las arcadias normalitas) y me pidió que lo llevara (en carro) a otro pachinko, a lo cual accedí.

Desde ese entonces, nunca más he puesto pie en un pachinko, y sinceramente recomiendo no entrarle a esa afición porque rápidamente se vuelve vicio, y en algunos casos se pueden generar problemas con gente con las que n les recomiendo tener relación (léase “posibles yakuza”). Esto no quiere decir que todas las personas que van a esos lugares son malas o tienen malas intenciones; de hecho, muchos de los amantes del pachinko son personas de la tercera edad que lo usan para distraerse una vez que se han retirado. Mi lección fue haber perdido 4000 yenes, lo cual no es cualquier cosa, en menos de media hora; con eso no me quedaron ganas de volverme a arriesgar. Corroboré que lo mío son los videojuegos, no los juegos de azar.

¿Cómo es que yo tenía automóvil?

Carro

La maestría comenzó, y comencé a tomar clases como cualquier otro alumno, sólo que yo decidí cursar muchas materias el primer semestre para reunir la mayor cantidad de créditos posibles, lo que me ayudaría a estar mucho más relajado a partir del segundo.

Mi medio de transporte principal desde que llegué a Iizuka siempre había sido la bicicleta. A decir verdad, nunca había considerado la posibilidad de tener un carro porque ni licencia tenía, pero en varias ocasiones sí deseaba tener carro, ya sea para facilitar las compras de la casa o para poder salir de la ciudad a buscar algo de diversión. Un automóvil se veía distante, y hasta cierto punto, inalcanzable.

Un buen día uno de mis senpai chinos llegó diciendo que uno de sus amigos estaba ofreciendo un carro, ya que lo iba a tirar (a hacer chatarra) porque se iba a mudar a Tokio y ya no lo necesitaba. Al escuchar eso, yo me imaginé que era un carro que a duras penas se movía, y si lo estaba ofreciendo era por algo que lo único que podía ocasionar era gastar dinero en múltiples reparaciones que solamente retrasarían lo inevitable. No obstante, me intrigaba el hecho de estar regalando un carro, y el diálogo se dio más o menos de la siguiente manera:

– Yo: “Oye, ¿el carro está en buenas condiciones?”.
– Senpai chino: “Sí. De hecho, me acabo de bajar de él. ¿Te interesa?”.
– Y: “Realmente no. No tengo dinero para comprarlo, ni licencia para manejarlo”.
– SC: “Él no está pidiendo dinero por él. Lo quiere regalar, salvo por el dinero que pagó por la verificación obligatoria que todos los carros deben hacer cada dos años. Puedes llegar a un acuerdo con él. ¿Licencia? Si tienes la de tu país y tienes suerte, puedes hacer el cambio a la licencia japonesa sin gastar tanto dinero. ¡Tendrías carro y te facilitaría mucho la vida!”.
– Y: “¿Carro gratis? ¿En serio? Hmm… pero no sé, no había ni siquiera pensado en tener uno.”.
– SC: “Mira, te comunico con él (tomando el teléfono y buscando en su lista de contactos). Habla y coméntale tus dudas. No pierdes nada. Si no te interesa, dices que no y ya”.
– Y: “Me parece”.

Acto seguido, el senpai hace la llamada, explica en chino algunas cosas y me pasa el teléfono. Lo tomo, me presento y le pregunto las condiciones para recibir el coche. La respuesta fue: solamente la mitad de lo que pagó por la verificación del carro hace un año. Había ganado mi atención, pero aún no estaba del todo decidido y le pedí tiempo para pensarlo. “¿Cuánto necesitas para decidirte?”, me preguntó, y yo respondí “una semana”, a lo que él comentó que era mucho tiempo y que durante ese periodo era mejor continuar buscando dueño en vez de esperar una respuesta que podría ser negativa. La llamada terminó ahí. El senpai, que había escuchado todo, me dijo que pensara bien las cosas: el carro estaba funcional y no iba a pagar nada por él, así que no tenía nada que perder. Me recomendó llamar de nuevo al dueño, pedirle que me mostrara el carro, y si después de verlo y probarlo no me gustaba, que ahí quedara todo, pero que si me latía, le dijera en ese momento, porque era una oportunidad única. Accedí.

Una vez que me hubo comunicado con el dueño del carro, le comenté lo arriba expuesto y me dijo que le parecía bien y justo que quisiera ver el carro antes de aceptarlo. Quedamos en que al día siguiente lo llevaría a la universidad para que lo viera y me daría una vuelta en él para que comprobara que todo estaba en orden.

El día siguiente, a la hora pactada, llegó el dueño con el carro. Al verlo, no pude evitar esconder una sonrisa, puesto que el carro se veía en perfectas condiciones, viejo, pero no mal usado. Lo vi por dentro: todo limpio e impecable. Me subí, el dueño hizo lo propio, y dimos una vuelta a la universidad, tiempo en el cual él me explicó que el carro se podía usar, que no había que repararle nada, y que se quería deshacer de él porque en Tokio ya lo estaban esperando con un mejor carro, por lo que no le quedaba otra que tirarlo, o en su defecto, regalárselo a alguien que lo quisiera y le diera buen uso. Yo no sé de carros, pero a mí me parecía que todo estaba en orden, e inmediatamente le dije que sí, que aceptaba el carro, pero que no tenía licencia para manejarlo. Su respuesta fue: “la puedes tramitar fácilmente”. En cuanto al dinero de la verificación, me enseñó la factura donde venía la cantidad que había gastado: 70,000 yenes, pero como había sido hacía un año, yo solamente le daría la mitad. En menos de 20 minutos, se había decidido que tendría carro por primera vez en la vida.

Fijamos una fecha en un par de semanas, tiempo en el cual yo investigaría cómo sacar la licencia de manejo japonesa y los trámites necesarios para un seguro contra accidentes, porque las reparaciones y los gastos médicos que se generen por un accidente son obscenamente caros. Comenzó la odisea de los trámites.

Ya he comentado antes en el blog algunos detalles de la licencia de manejo japonesa (aquí en 2006 y acá en 2009 ). Aquí mencionaré que tuve la fortuna de que se puede hacer el cambio de la licencia mexicana a la japonesa gastando aproximadamente un 10% del costo original de la misma, obviamente aprobando un examen escrito y uno de manejo. Para ello, hay que reunir una serie de requisitos, hacer una entrevista y esperar a que te den el visto bueno para hacer los exámenes. En mi caso, la aprobación duró justo un par de semanas, después de las cuales presenté el examen escrito (que no fue nada difícil) y luego el de manejo, el cual reprobé. Sí, reprobé, por un error al arrancar pensando que la velocidad estaba en primera cuando estaba en tercera (la palanca y las velocidades son las mismas que en México, sólo que, al estar sentado del lado derecho, la manejas con la izquierda). Me recomendaron que practicara.

El problema con la práctica es que es ilegal en Japón manejar sin permiso, y nadie en su sano juicio te presta un carro para practicar. ¿Cómo se le hace entonces? El lugar donde se aplica el examen de manejo tiene un sistema en el que permiten que la gente rente un carro para manejarlo en su circuito interno y practique, pero la renta era (en ese entonces) de 5000 yenes por 50 minutos y había que hacer reservación con tiempo. Yo tenía un carro que recibir. Cierto, lo podía tener estacionado en la universidad hasta que pudiera moverlo, pero aun así no podía tramitar el seguro del carro porque la licencia era necesaria para iniciar el papeleo. Todo dependía en la obtención de la licencia.

Al día siguiente después del fallido examen de manejo, fui a Rayduck, y mientras comía mi tradicional hamburguesa le comenté al dueño lo que me había pasado. No recordaba que su mayor pasión eran los carros. Después de que le hube contado la situación, me preguntó: “¿Cómo vas a practicar?”, a lo que le respondí que tendría que esperar a poder hacer reservación algún fin de semana. Al instante, me dijo: “Te veo en el estacionamiento de la universidad mañana a las 10 am”.

Por la mañana del día siguiente, acudí a la cita que ni yo esperaba. El dueño de Rayduck llegó con un carro pequeño, de los llamados “Kei” (軽), se bajó del carro y me dijo: “Súbete. Tú manejas dentro la universidad”. No lo podía creer: me había ofrecido su carro para practicar los cambios de velocidad con la mano izquierda, con confianza ciega de que realmente sabía manejar, aunque no tuviera forma de comprobarlo. El entrenamiento duró alrededor de una hora, al final de la cual me dijo que estaba listo, y que volviera a intentar el examen. Le di las gracias, se despidió y emprendió el regreso a su restaurante, mientras yo ya tenía el teléfono en la mano reservando lugar para hacer el examen el día siguiente.

Omitiendo los pormenores de lo que sucedió cuando hice el segundo examen, estaba muy nervioso al terminarlo porque no sabía si lo había pasado o no, y el policía que me lo había hecho se había quedado pensativo antes de bajarse del carro y dirigirse a las oficinas sin decirme palabra alguna. 5 minutos después regresó diciéndome: “Ven para que te tomen la foto”. No brinqué de gusto gracias a que pude contener las ganas, pero estaba realmente feliz porque pude obtener la licencia, porque tenía carro, y porque le había respondido efectivamente al dueño de Rayduck el tiempo y la confianza que depositó en mí al dejarme practicar en su vehículo. Me convertí en “un mexicano en Japón, con licencia de manejo japonesa” :D.

Recibí el carro después de hacer el cambio de dueño y de darle los 35,000 yenes del año que restaba antes de la siguiente verificación. Durante el proceso, me presentó a los dueños del taller a donde siempre llevaba el carro cuando tenía algún problema, los cuales eran una pareja de edad avanzada (entre 60 y 70 años); ellos se presentaron y me dijeron que cualquier cosa que sintiera que no estaba bien con el vehículo, se los llevara inmediatamente. Sin saberlo, había conocido a otro par de señores que se convirtieron también en grandes amigos y con los cuales, hasta la fecha, sigo teniendo contacto.

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En cuanto al seguro, M (primera mamá japonesa) me había puesto en contacto con una representante de la compañía de seguros con la que tenía contrato. Una vez que tuve la licencia en la mano, el trámite duró un par de días, al final de los cuales M me llamó por teléfono y me dijo “disfruta tu carro”. El mundo prácticamente se me abrió.

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En cuanto tuve oportunidad, compré un estéreo con capacidad para reproducir CD de MP3, un par de bocinas relativamente buenas, y medio acondicioné el carro. Repito: era el primer carro que tenía en la vida, por lo que era la primera vez que podía personalizar algo más que mi cuarto: cubierta para el volante, tapetes, cubreasientos, todo me parecía adecuado. No gasté una fortuna, porque siempre me medía en los gastos, pero sí le invertí algo de dinero a tenerlo como a mí me gustaba.

Ese carro duró hasta el 2007, y en él recorrí casi todo Kyushu, llevé a mi mamá a pasear por Fukuoka y Oita cuando estuvo por este lado del mundo, fui una infinidad de veces a Hakata y Tenjin, y tuve acceso a muchos más lugares para hacer compras y lugares de recreación. Me encantaba perderme en los caminos del campo japonés, y el hecho de poder preguntarle a quien fuera por direcciones, atajos o lugares interesantes me daba una sensación de libertad que nunca antes había experimentado. Y lo mejor del caso es que gracias a M, conocí a la pastora de una iglesia cristiana ubicada en el corazón de Tenjin (el área más importante de todo Kyushu), y me dio permiso de estacionar el carro en la iglesia todo el tiempo que fuera necesario cada vez que fuera a pasear por allá, ahorrándome una fortuna que habría gastado en estacionamientos.

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Lo más importante de tener vehículo en Iizuka fue lo fácil que se hizo la vida diaria en el lugar, y que además de libertad de movimiento me abrió las puertas a trabajos de medio tiempo como presentador de cultura mexicana en escuelas de la prefectura que estaban muy alejadas de Iizuka, y a las que acceder por tren me llevaría 3 horas de transporte, sólo de ida. Nunca había considerado que un carro fuera necesario para vivir en Japón, pero una vez con uno, me percaté de lo cerrado que era el círculo donde me movía dentro la ciudad. Sencillamente, entendí que estar en lugar como Iizuka implicaba tener un carro si es que uno quería salir de la rutina casa-escuela-casa, y de vez en cuando Fukuoka. Por ello, siempre que sé que alguien va a venir a Japón a un área más o menos rural, mi recomendación es tratar de conseguir un carro.

De la misma manera, la experiencia de haber obtenido un automóvil regalado me sirvió cuando un estudiante de Bangladesh llegó al laboratorio, venía con su esposa, y necesitaba también libertad de movimiento, para él y su esposa, ya que conseguí que le regalaran un carro que un estudiante japonés de 4to. año (a punto de graduarse) iba a tirar cuando todavía funcionaba sin mayor problema. Repetí lo mismo con otras personas de Bangladesh en años posteriores.

Epílogo

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Ya dentro de la maestría, con carro, licencia de manejo y un mundo por explorar, la verdadera aventura llamada “Japón” apenas había comenzado. En este blog se han registrado, en mayor y menor medida, las experiencias que he tenido en este país desde septiembre de 2004 hasta la fecha, y estoy seguro que la mayoría de la gente que me ha seguido durante tantos años se ha dado cuenta de los cambios que he experimentado durante todo este tiempo.

Al momento de escribir esto, tengo 11 años y medio de estar en Japón. Crecí y comencé a desarrollarme en México, pero emprendí el vuelo en el mundo “de los adultos” estando ya por acá. Dejé todo lo que tenía en México buscando un sueño, y cuando se cumplió, aparecieron otros nuevos, así como más retos y situaciones que tuve que aprender por mi cuenta cómo manejarlas. En pocas palabras, creo que maduré un poco, y paulatinamente me fui encontrando a mí mismo. Aun con 35 años (en este momento) y con tanto tiempo en este país, siento que todavía me falta mucho por aprender, no me siento para nada más que ninguna otra persona, y creo que todavía me falta madurar más.

Huelga decir que no todo ha sido miel sobre hojuelas, y en repetidas ocasiones lo he expresado. No es que los años que he pasado en Japón no hayan sido “maravillosos”, sino que cuando ves las cosas en retrospectiva te das cuenta de lo que has hecho, de cómo has crecido, y de cómo situaciones que en su momento fueron muy difíciles y que parecían insuperables han contribuido a formar lo que eres en el presente, y así mismo lo que vives y a lo que te enfrentas hoy es lo que moldeará tu futuro. Las experiencias se convierten en recuerdos invaluables que hay que atesorar. Eso las hace “maravillosas”.

Venir a Japón no fue fácil, ni tampoco lo ha sido permanecer tanto tiempo por acá y tratar de adaptarme a su forma de vida sin perder la esencia de mexicano que llevo en la sangre. Lo que he presentado en esta serie de escritos en un vistazo a mi persona, a lo que viví en mis años universitarios, antes de cruzar el Pacífico y cuando recién llegué al país que me ha dado asilo por más de una década. Japón fue un sueño que pude cumplir, pero conforme lo fui conociendo, fue mutando en dos: sueño y pesadilla. Es sin duda la fuente de las mejores experiencias que he tenido en la vida, pero se ha convertido en mi enemigo a vencer y ha sido la razón de muchos de los sinsabores más grandes he vivido.

La serie de “los años maravillosos” concluye aquí.

¿Qué sigue?

Además del blog tradicional, desarrollaré un par de temas específicos basados en la experiencia que he tenido a lo largo de los años en Japón, pero sólo he mencionado brevemente. Todavía tengo que pensar qué tanto voy a escribir y hasta dónde quiero llegar en esas dos líneas de historia, pero al menos tengo ya la base para comenzar a escribir lo que sigue.

Quiero agradecer de todo corazón a todas las personas que han seguido esta serie durante tantos años, a aquellos que se tomaron el tiempo para comentar lo que les gustó y no les gustó de ella, a quienes me han animado a seguir adelante, a quienes me animaron a comenzarla escribir (el panda entre ellos), a quienes se identifican de alguna manera con lo que he vivido y hasta los que piensan que todo es una exageración y que escribo para “farolear”. El simple hecho de que dediquen un poco de su tiempo para leer las loqueras que escribo significa mucho para mí. Estén pendientes de las nuevas series que comenzaré a escribir dentro de algún tiempo.

28 Replies to “Los años maravillosos – final”

  1. Que deleite volverte a leer Manuel. Ni cómo expresar la nostalgia. Rayduck, las aventuras de la inmortal, las clases de español, los festivales de Iizuka. Toda una era que vivirá en el recuerdo. Gracias por tomarte el tiempo de compartir todo esto. Y la aventura continúa 🙂

  2. “No brinqué de gusto gracias a que pude contener las ganas…” se me aguaron los ojos en esta parte :D, que gran experiencia de vida, ojala nos puedas brindar muchos años mas de estas experiencias.

    Un saludo y la mejor de las energías de parte de un sencillo desarrollador de software desde Colombia 😀

  3. Hola manuel antes que nada, que buenas historias encontramos en los años maravillosos, felicitaciones, ojala no sean las ultimas entradas de este tipo, ya que personalmente para mi es un gran gusto leerlas, saludos desde México.

  4. Vaya hombre, en serio que no pense que fueras a acabar realmente este tema :s
    Me dio nostalgia leerlo =p (mucha empatia)
    Una pregunta ¿Planeas quedarte alla en Japon o volveras a Mexico?

  5. Este es el primer artículo que leo de esta serie y no sabía que llevabas tanto tiempo con tu blog.
    No creo que esto del blog lo hagas por farolear ya que nadie le dedica tanto ni escribe tanto y a detalle de sus experiencias sin tener gusto y verdadero interés por hacerlo.
    He de agradecerte y felicitarte por compartirnos tanto y aunque para ti tal vez no sea la gran cosa, es muy valioso que alguien comparta su vida tan abiertamente.

  6. Lo que màs me gustò fue la historia de los tacos!! tambien soy mexicana y apasionada por Japòn aunque no sè si pudiera vivir allà once años!! el pròximo año me voy de vacaciones dos semanas a Tokio a cumplir mi sueño de conocer por allà, un gusto encontrar tu blog y saber que hay personas como tù que nos representan 😀

    1. ¡Muchas gracias por el comentario!

      Espero que te guste lo que encontrarás por acá.

      ¡Saludos!

  7. Recien hoy encontre este blog y ya me lei completa la serie de los años maravillosos……Sigue adelante y gracias por publicar un relato tan personal y con una clara mirada latina de las cosas.

  8. Hola Manuel 🙂 Habia descubierto tu blog hace unos meses pero por x o por y no lo seguia de continuo… hasta ahora.He descubierto tu seccion de Los Años maravillosos que sin duda me parecen maravillosos y tu seccion de Sabia que y te agradezco por tu tiempo en hacer esto y compratir tu vida con los que buscamos conectar de cualquier manera con Japón. Mucha suerte en todo y te seguiré leyendo.
    Atte: Una mexicana en Madrid

    1. ¡Saludos hasta España!

      Muchas gracias por leerme y por tus comentarios 🙂

      Suerte por “las europas” 🙂

  9. Estimado Manuel, y disculpa mí que te hable de tu, pero con tu historia, es como si hubiera vivido el momento, quiero manifestar mi respecto y admiración por tu empeño y lo que has logrado, y como Mexicano, me siento orgulloso de ello, sigue por favor, escribiendo ti experiencia, que con ello, muchos de lo que soñamos con conocer el país del sol naciente, hacemos nuestro sueño realidad, un abrazo hermano! desde Hermosillo, Sonora.

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