Esta vez sí me tomó tiempo escribir esta parte, así que sin más contratiempos, comencemos.
Recuerden las recomendaciones: agarren palomitas, refresco y pónganse cómodos.
Por si no saben qué onda con esta serie de escritos, aquí proporciono las ligas directas a las partes anteriores.
Mi viaje a Japón había terminado: había una chica que se había llevado mi corazón a su país, esperaba los resultados de la beca de Monbukagakusho… y estaba desempleado. Esto último era quizá lo que no podía resolver tan fácilmente, o al menos así lo creía yo, porque sin saber exactamente si me ganaría la beca o no, me daba “cosa” ir a pedir trabajo sabiendo que era probable que en unos meses renunciaría. Ética a fin de cuentas.
Con todo, me puse a buscar trabajo. Gracias a un contacto de la primera empresa donde laboré concerté una entrevista de trabajo en una empresa de desarrollo de software. No me fue mal, y ellos estaban interesados, pero como no quería mentir mencioné lo de la posibilidad de obtener una beca, y que en caso de conseguirla renunciaría a finales de febrero. Sobra decir que ahí perdieron mucho del interés que tenían porque me uniera a sus filas, por lo que creo que ni es necesario escribir cuál fue su respuesta.
Traductor
La escuela de japonés a la que asistí (el instituto de intercambio cultural México-japonés de Guadalajara) siempre me brindó todo su apoyo, y en esos momentos que no tenía trabajo una profesora me ofreció ser el traductor de un documento. La tarea: traducir de japonés a español una tesis de psicología.
Para ser sincero, aunque tenía N2 de la JLPT y había intentado ya el N1 con resultados no satisfactorios, no me sentía capaz para realizar el trabajo. Una cosa es poder comunicarse en japonés y otra es meterte a traducir escritos que contienen expresiones técnicas de un área que no dominas.
Obviamente decliné la oferta al principio, pero la insistencia de la profesora, sus palabras de apoyo y lo que me dijo que podría cobrar por esa labor terminaron por convencerme. Había aceptado mi primer trabajo como traductor. No sabía en lo que me estaba metiendo. Eso fue, si mi memoria no me falla, por ahí de finales de enero.
Cuando alguien que sabe japonés está viendo una animación japonesa en español y conoce la obra original, o en su defecto la ve en su idioma original con subtítulos en otro lenguaje que entiende (en mi caso inglés y español), es realmente sencillo encontrar errores de traducción, apuntar que existe una mejor forma de expresar en el idioma lo que están diciendo en japonés, y en general señalar todo lo que (se sabe que) está mal. Toooodas las veces que lo hice (y no de mala fe, debo aclarar) se me regresaron al momento de comenzar a traducir el documento arriba mencionado: palabras que en mi vida había visto, nombres en katakana que ni idea tenía de cómo se podían escribir con las letras que nosotros utilizamos, ciudades en el mundo que no me sonaban y que no podía escribir en español… en fin, se avecinaban meses complicados.
El documento tenía 62 páginas, y traducía un promedio de 2.5 por día (dedicándole entre 8 y 10 horas diarias). Para no hacerles el cuento largo, el documento lo terminé justo al llegar a Japón ya becado, y los que me habían pedido el trabajo pensaron que los habían timado porque recibí el pago justo un día antes de partir de México y no los pude contactar hasta una semana después. ¿Cómo me quedó la traducción? Legible y entendible, pero tenía mucho que, ahora que lo pongo en retrospectiva, pudo haber sido mucho mejor. En la escala del 1 al 100 yo le daría un 70, y estaría siendo muy generoso.
Lo que aprendí de esa experiencia es respetar todavía más a las personas que se dedican a hacer traducciones. Es difícil, y muchas veces no puedes traducir exactamente una expresión idiomática, lo cual te orilla a jugar con el lenguaje hasta encontrar algo que se pueda asemejar al original. No obstante, no quito el dedo del renglón: hay trabajos que pueden ser MUCHO MEJORES y que se nota que la persona que lo llevó a cabo no cuenta con la experiencia o el conocimiento para hacerlo.
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