Honestamente, me es difícil decir si un año ha pasado muy rápida o muy lentamente. Parece que fue ayer cuando estaba escribiendo el segundo escrito de esta lista, y sin embargo, haciendo memoria no puedo dejar de sorprenderme de todo lo que pasó ni del crecimiento que mi hijo ha experimentado durante ese tiempo.
Quizá lo que a mí me causa más asombro es el hecho de que él maneje 2 idiomas como si nada. Bueno, casi. Su japonés es mucho más fluído que su español, pero este último no está tan mal, y me deja impresionado cómo la mente de los niños funciona para que él cometa errores comunes en conjugaciones de verbos irregulares, como “yo sabo”, o “yo me poní los zapatos”, sin que le haya enseñado explícitamente esas palabras.
Con mi hijo creciendo, se ha vuelto mucho más fácil pasar tiempo con él y llevármelo a pasear (nada más nosotros dos): acuarios, zoológicos, arcadias (le encantan Mario Kart y Luigi’s Mansion, aunque últimamente a este último le ha tenido miedo) y hasta karaoke. Debo confesar que la primera vez que salimos juntos sí estaba nervioso, pero después de un día de ver Shinkansen, ir al acuario de Sumida y contemplar el Skytree, la pasé muy bien, y verlo sonreír fue lo mejor de la experiencia. Hasta medallita conmemorativa hicimos. Y de ahí en delante agarré confianza y ahora ya ni es necesario hacer planes para ir a algún lado en específico.
En contraste, algunas situaciones se han vuelto también más complicadas. Por ejemplo, darle de comer toma mucho tiempo, nada más quiere comer lo que le gusta (termina comiéndose todo, pero después de un rato); dormir es otra de ellas, pues poco a poco comienza a poner más resistencia a la hora de hacer la meme porque todo el tiempo quiere jugar. Asimismo, está desarrollando vergüenza, y ahora tarda más en ser él mismo cuando está alguien que no conoce, no quiere que lo cambien en presencia de nadie más, está en la edad del “¿por qué?”, etc., etc.
He de confesar que hay días en los que de plano siento que no me sale nada bien, pero es precisamente en ellos cuando veo a mi hijo jugar y hablarme en español cuando me doy cuenta de que al menos algo no estoy haciendo mal. Y lo corroboro cuando él me pide que juguemos “Super Mario World” (ya lo terminamos), “Yoshi’s Island” (en proceso), “Mega Man X” (también terminado) o “Little Nemo Dream Master” para “ganarle al pingüino malo y a la mantarraya mala” (sus palabras tal cual). También voy a confesar que me da mucho gusto cuando por las mañana se levanta y me ve jugando Street Fighter V y me dice: “Papá, ¿estás jugando Street Fighter?” 😀 He estado jugando con él el Super Street Figher II de Super Famicon, y su personaje favorito es Blanka (ahí le estoy fallando, pero corregiré eso a la brevedad posible :P).
También ha comenzado una nueva batalla: la escuela. Aunque por su edad no pudo entrar al kínder este año, ya está yendo al “pre-kínder”. Todavía no se adapta, pues se la pasa llorando o enojado, pero ahí la llevamos.
Hace tres años tuve la sensación más hermosa de toda mi vida. Hoy, en el tercer cumpleaños de mi hijo, me es grato darme cuenta de que no terminó ahí, sino que ha seguido vigente todo el tiempo.
¡Felicidades en tu tercer cumpleaños hijo! Este año aprenderás a andar en bicicleta 😀
Y ahora, vamos a comer pastel 🙂