Comenzar

Parece algo muy simple, y muchos pensarán que estoy diciendo algo muy obvio, que no necesita discusión, pero con el paso del tiempo me he percatado cada vez más que muchas personas quieren hacer algo pero no pasan del pensamiento, es decir, no comienzan a actuar para lograr ese fin.

Hace poco me preguntaron en el gato curioso qué tipo de personas toleraba menos, y mi respuesta fue “las que tienen un sueño, pero no hacen ni el menor esfuerzo por alcanzarlo”. Lo he mencionado muchas veces aquí a lo largo de los años, refiriendo ejemplos de gente que conocí en persona o en línea y que me cuenta de lo mucho que les gustaría venir a Japón (incluyendo como idealizan – erróneamente – al país), pero no tienen respuesta cuando les preguntas qué han intentado hacer para lograr esa meta.

Creo firmemente que el problema se origina en el poco o nulo apoyo que tenemos (sí, me incluyo) cuando nos ponemos como objetivo algo grande, que para muchos es imposible. En el ambiente donde me crié no estaba prohibido tener sueños, pero entre familiares, amigos y conocidos se creaba un ambiente de negatividad o incredulidad cuando les comunicabas que estabas haciendo algo fuera de la norma, algo diferente que probablemente llevaría a una meta más grande. ¿Qué es lo que por lo general recibes como respuesta? Expresiones como “es una pérdida de tiempo”, “ni te canses”, “eso no te va a servir”, “se vale soñar”, etc., etc., y por experiencia les digo que eso desanima a cualquiera. Así ni te dan ganas de comenzar a luchar por algo.

Recuerdo una vez que estaba en las arcadias, jugando el recién estrenado Fatal Fury 2 (sí, quizá muchos de ustedes ni siquiera habían nacido :P), había dos muchachos que frecuentaban el lugar y eran buena “reta”; por lo que quieran y gusten, a mí se me ocurrió leer la frase en inglés “Conqer the World” (sic), y eso fue suficiente para que me tiraran carro durante algún tiempo. La frase que uno de ellos mencionó se me quedó grabada: “Si sabes algo es mejor no decir nada, porque no te la vas a acabar con la carrila”.

Con este tipo de ambiente y respuestas, es lógico que a nadie se le ocurra comenzar o intentar algo nuevo. Es parte de nuestra naturaleza sentirnos aceptados, y si no hay gente que tenga las mismas inquietudes que uno, o bien gente que no juzgue lo que otros intentan hacer, nos da miedo emprender la aventura nosotros solos.

No obstante, vale totalmente la pena hacerlo. El sentimiento que te invade cuando por fin logras algún avance, por pequeño que sea, es indescriptible, y he de ser sincero: poder mostrarles tus logros a aquellos que lo único que hicieron fueron “darte el avión” también se siente muy bien.

Aquí un detalle: lo más importante que debemos entender es que no vamos a obtener resultados inmediatamente. Hay personas a las que no les cuesta trabajo intentar algo nuevo, pero desisten rápidamente al ver que los frutos que querían no fueron obtenidos. No hay atajos: hay que comenzar desde cero, buscar rutas y equivocarse un montón. Solamente así es posible avanzar.

Entiendo a la perfección que muchas veces entran factores que están fuera de nuestro alcance, y ante ello no hay mucho por hacer. Con todo, la idea es que por uno no quede: avanzar hasta donde sea posible, y estar preparado para reiniciar al trayecto cuando la situación lo permita. Lo que ahora representa un problema no necesariamente lo hará en el futuro, y si sabemos esperar y estamos preparados para cuando llegue el momento.

Lo anterior aplica a todo: desde cosas tan simples como hacerse bueno en un juego de peleas, hasta algo como conseguir una beca para estudiar en Japón.

¿Por qué todo este rollo psicológico? Porque por tanto estrés que me estaba llegando por todos lados, de repente comencé a caer en el hoyo de “mejor ni le muevo” a varias cosas que tenía planeadas desde hace tiempo. Por un momento olvidé el sentimiento que me hizo aprender japonés e intentar obtener una beca para estudiar por acá, y me estaba comenzando a encerrar en un caparazón que me prometía falsa seguridad.

La situación es mucho menos trágica de lo que se lee, pero aun así me hizo sentarme a reflexionar. Para mí, lo más importante fue recordar que cualquier avance es bueno, pues por lo general suelo minimizar lo que sé y puedo hacer.  Ciertamente el estrés que tengo ahora estará ahí por un rato (es causado por un factor externo que no puedo ignorar), pero al menos ya me siento un poco mejor.

¿Tienes alguna idea o quieres comenzar a estudiar o intentar algo nuevo? ¿Qué te detiene? Si tú no lo haces, nadie lo va a hacer por ti.

 

Tiempo libre… ¿dónde estás?

Ni me había caído el veinte de que ya entramos a la recta final de junio… sabía que no había escrito nada aquí, pero me sorprendió que hubiera ya pasado todo este tiempo desde la última vez.

Escritos a medias, temas en el tintero, sugerencias de los lectores, correos y comentarios sin responder… todo está ahí. Los correos y comentarios ya están respondidos (creo), pero lo demás ahí sigue.

En primavera comencé a tomar un curso en la universidad de Tokio, que aunque es relativamente sencillo porque mucho de eso ya lo estudié, me mandaron del trabajo tanto por el hype de que es en esa universidad, como por una certificación expedida que avala que tomé el curso (y esperemos que diga que sí lo pasé). El punto es que hay mucha práctica y todas las semanas hay tarea. Entonces, el poco tiempo libre que he tenido durante los últimos meses se ha ido principalmente a esas tareas. No es extraño ya quedarme despierto hasta las 2 o 3 am corriendo un experimento, o estar una buena parte del domingo enfrente del monitor tratando de aumentar la precisión de lo que la computadora me regresa. ¿Videojuegos? Solamente a ratos en el tren, y si es que me toca sentarme, pero PS4 no, nada.

Obviamente no es que esté totalmente hasta el cuello de cosas que hacer, pero le doy prioridad a mi familia, y en especial a mi hijo, pues ahora que convivió con la familia de mi esposa por una semana se soltó hablando japonés ya de forma fluída y construyendo frases completas, mientras que de español sigue con frases cortas e incompletas, aunque visiblemente entiende todo lo que le digo y me responde. He notado también que cuando estamos nada más el y yo sin su mamá cerca (digamos, que lo llevé al parque), le da por hablar nada más español e intenta decir más cosas en ese idioma, pero si ve o siente que mi esposa está cerca, se apoya mucho más en japonés. Por tanto, gran parte de mi tiempo libre lo uso para jugar con él, hacer que aprenda más vocabulario y que genere más frases.

Ayer estuve un buen rato jugando a los “monitos”: él fingía que se caía, y yo con una figura de elefante iba a ver si estaba bien y en donde le dolía. Cada vez que fingía caerse decía “¡se cayó!”, y cada vez yo le corregía diciendo “¡me caí!”. Tomó fácil unos 10 intentos hasta que comenzó a decir “¡me caí!” en vez de generar la frase en tercera persona. Es natural que, por la gramática japonesa, intente usar la misma conjugación para todo, pero he notado que poco a poco se está dando cuenta de que en español la forma de decir algo cambia dependiendo del sujeto.

Sí, sé que es una batalla muy difícil al ser solamente yo (auxiliado por libros y YouTube) su única fuente de español, pero no estoy dispuesto a rendirme.

En fin, sigo al pendiente de todo por acá, pero creo que será hasta la segunda semana de julio cuando ya estaré un poco más activo por acá.

Primero las bases

El otro día, después de una acalorada y fuerte discusión amena plática con mi esposa, me hizo reflexionar sobre algo que es muy simple, y sin embargo de repente se me va el avión al respecto.

Caso en cuestión: mi hijo por lo general tiene la costumbre de guardar sus juguetes cuando termina de jugar, pero esa costumbre es intermitente, y mi esposa (y yo, para tal efecto) le indica que tiene que guardar sus cosas cuando no las va a usar. Esta vez en concreto fue una de ésas en las que hizo las cosas a medias, es decir, dejó algunos juguetes tirados. La cuestión es que eran pocos, y en un rincón en los que sinceramente no estorbaban, así que me pareció un poco exagerado que le dijera que tenían que ser todos, y que a fin de cuentas no causaba mayor problema que dejara esos fuera. Error, y no porque ella se enojara al respecto, sino porque estaba dejando pasar algo muy obvio.

Mi idea en sí era que no era completamente necesario recoger todo si no estorbaba; a fin de cuentas, podía hacerlo al siguiente día y nada cambiaría, pero las palabras que mi esposa mencionó retumbaron en mi ser:

Sinceramente, hasta yo creo que podía haber dejado los juguetes ahí, pero la diferencia es que sí habría afectado en algo: el niño todavía no sabe evaluar si algo es suficiente o no; para nosotros es fácil, pero para él no, por tanto primero tiene que aprender a hacer todo como debe de ser. Nosotros somos los maestros ahora, y cuando te toca ser maestro, tienes que enseñarle a los alumnos las cosas como se deben hacer, no a medias, y los alumnos, una vez que comprendan, serán capaces de discernir cuando pueden “tomar atajos”.

Lo dicho: muy obvio,  lo sé. Pero eso me recordó que prácticamente he recomendado eso siempre, y me extrañó no poder aplicarlo en mi hijo de primera instancia. Aunque son analogías algo diferentes, recuerdo que cuando alguien me pregunta cómo estudiar japonés, le digo que lo primero que tiene que hacer es no aprender, leer o escribir, con romaji, por los vicios que eso crea. Sí, el avance es más rápido al inicio, pero llegará el punto en el que el romaji se convertirá en un obstáculo, y si no se libró desde el principio, será mucho más difícil hacerlo después. Igual que cuando alguien me pregunta cómo aprender a programar: normalmente se les cuecen las habas por sentarse enfrente de una computadora, abrir un IDE y comenzar a teclear en algún lenguaje en concreto (últimamente mencionan mucho C#), pero mi primera recomendación es agarrar papel y lápiz, aprender lo que es secuenciación, selección e iteración, y crear algoritmos en papel para resolver problemas matemáticos, primero simples, y después complicados. Uno de los primeros programas que yo hice fue una versión propia (y rarísima) de calcular el factorial de un número: hice un while, y hacía los brincos de 2 en 2; ignoraba qué es la recursividad, así que tenía que salir adelante con lo que sabía.

No es la primera vez que olvido que primero se tiene que aprender lo básico para después poder comenzar a “jugar” con la cosas: la primera vez que intenté estudiar Support Vector Machines yo sentía que era nada más sentarme un ratito a leer y entender el concepto; hasta compré el libro oficial de su creador, según yo para tener la fuente real y comprender a la perfección… y me fui para atrás cuando me di cuenta que no entendía nada, pero nada al respecto, y que para hacerlo tenía que dar marcha atrás a aprender los conceptos básicos que me permitirian entender qué diantres estaba pasando, qué es un kernel, y cuál es la belleza de las SVM (eran tiempos en los que todos creíamos que las SVM iban a salvar al mundo).

Sí, llegará el momento en el que me hijo decidirá dejar sus cosas y su cuarto tirados y evaluará que no le afecta a nadie en ese momento, pero si no aprende que ésa es la excepción y no la regla, entonces la falla será completamente de nosotros, como padres, y en caso concreto de esta ocasión, mía.

Escritos como estos sí me hacen pensar como papá pitufo…

Fugacidad

Hace poco, respondiendo preguntas en el gato curioso, alguien me preguntó si era feliz en Japón. Respondí en su momento,  e incluso mencioné algo similar en mi carta a una relación de 14 años, pero lo consideré buen tema para ahondar un poco más.

Si debo de dar una respuesta concreta, sería invariablemente “no”, pero eso no significa que esté siendo un mártir, que la esté pasando mal por acá o que simplemente no disfrute mi estancia en este país; ese “no” va muy ligado a mi personalidad y a lo que exijo de mí mismo.

Verán: creo que mi respuesta sería “no” independientemente del país en donde estuviera. Siempre estoy buscando hacer un poco más, mejorar en algún aspecto, y rara vez me doy tiempo de saborear lo que he logrado. He aprendido a “bajar la velocidad”, cierto, y esas raras veces de voltear a ver lo logrado han aumentado con el paso de los años (aunque usted no lo crea), pero siempre he sentido que si me detengo, caería en un letargo en el que no me gustaría estar.

No obstante, y de forma irónica, he estado en esos letargos, algunas veces más tiempo del que me gustaría admitir. Y para ser sincero, aunque se siente bien tomarse un descanso y no puedo negar que todo se hace más fácil, a la larga me terminan provocando más estrés una vez que salgo de ellos. Sí, yo y mi personalidad :/

El problema radica en que soy muy exigente conmigo mismo. Aprender a separar lo que sí puedo hacer, lo que sí puedo pero no tengo tiempo de hacer y lo que de plano no puedo hacer tomó tiempo, y creo que todavía estoy en proceso de aceptación. No soy todólogo, ni nunca me he creído uno, pero siempre me ha gustado estar informado o conocer un poco de todo. Lo malo es que luego trato de ir más a fondo en todo, y es ahí cuando digo “ya valió”.

El momento en el que me siento plenamente feliz es cuando consigo algo después de mucho tiempo de haberlo intentado. Es por eso que valoro mucho el conocimiento, porque por lo general no es fácil adquirirlo, pero una vez que lo tienes, lo haces tuyo y lo manejas como quieres, nace ese sentimiento de que todo valió la pena. Vamos, es la recompensa después de un gran esfuerzo. Y sin embargo, esos momentos son efímeros, y antes de que comience a disfrutar de ese sentimiento, ya nació otro de “¿qué sigue?”. Es cansado, no lo niego.

Lo anterior no quiere decir que no disfrute mi estancia en Japón, ni a mi familia, ni a amigos. Todo lo contrario: todos esos son factores que contribuyen a que me sienta bien y a que le eche ganas todos los días. Sin embargo, tengo el “trauma” de que si digo que “soy feliz”, deje de buscar más, tanto para mí como para los que me rodean; de ahí que sienta lo efímero de la felicidad. ¿O quizá debería decir que mi felicidad es estar buscándola siempre?

Japón ha sido, sin lugar a dudas, el reto más grande que he tenido en la vida; y en muchos aspectos lo sigue siendo. Y al igual que hace 15 años, cuando apenas planeaba venir para acá, me enfrento a diferentes obstáculos y me encuentro con comentarios adversos a mi estancia de este lado del charco. Ciertamente estar aquí no es del todo fácil, y día a día te enfrentas con situaciones únicas, o que al menos no vivirías en tu país de origen, pero si todo fuera malo creo que ya habría huído. Y tomen en cuenta que quejarse de Japón no necesariamente significa odiarlo, así como quejarse de México y todo lo que conlleva su situación actual, no significa que se le haga feo.

Por lo pronto, a seguir aprendiendo a balancear las cosas.

Dos años después

Ver a un hijo crecer es una de las dichas más grandes que he encontrado en la vida. Había visto como criaban a muchos niños, desde mis hermanos menores, hasta familiares y vecinos, pero nunca, sinceramente nunca, pensé o me di cuenta de todo lo que conlleva ver a un niño correr y jugar.

Mi papá nunca tuvo paciencia con los niños. Es fecha de que todavía no soporta ver a un niño correr y jugar dentro de la casa. Yo crecí bajo la idea de que, cuando estaba mi papá en casa, no debía de hacer prácticamente nada puesto que sentía que todo le molestaba. Si corría, era “¡no estés corriendo!”; si brincaba, era “¡deja de brincar”; si hablaba porque quería la atención de alguien, era “¡tú cállate!”. No son tan bonitos recuerdos, para ser francos. Cada que iba a la casa de algún amigo o familiar y veía cómo ahí los otros niños corrían y brincaban, me entraba el miedo de que, en cualquier momento, los papás o algún adulto fueran a enojarse.

Ahora que soy padre y que mi hijo ha cumplido dos años, me he percatado de muchos detalles que ignoraba respecto a la crianza de los niños. Gracias al trabajo que tuve en Iizuka de enseñar inglés a niños aprendí a manejarlos y a comunicarme con ellos, y me di cuenta de que en realidad era muy paciente, solamente que no lo quería sacar. Y es que un niño va a correr, va a brincar, va a interrumpirte siempre que quiera atención, va a pedirte tiempo cuando menos lo esperas, porque para esa personita tú eres el mundo, su espacio de seguridad ante tanta cosa desconocida con la que se encuentra día tras día. Tu vida ya no es nada más tuya, sino también de él. Y es ahí donde siento la diferencia en el trato de padres a hijos, y es donde podría entender la actitud que mi papá tomaba hacia nosotros (y actualmente hacia mis sobrinos), pero solamente “podría”, porque definitivamente no comparto esa visión: tener un hijo te cambia la vida, en todas las formas y significados posibles.

Sí, es una “joda”, y sí, hay veces en que quisieras gritar, y ruegas por tener ya ni siquiera un día, sino unos minutos para ti. El estrés se vuelve el pan de cada día porque ya no es nada más el trabajo y tu pareja (con todos los altibajos que ambos tienen), sino que una persona requiere de ti como nadie más lo había requerido en tu vida. Pero dentro de esa “joda” están todos lo momentos mágicos que en un instante hacen que el estrés acumulado, las horas de desvelo que han pasado, la preocupación que tienes cuando ves al niño enfermo, y hasta las lágrimas de desesperación que has derramado cuando todo se te junta y tu hijo algo quiere pero no sabes qué es e intentas entenderlo sin éxito, desaparezcan de la faz de la tierra y sientas como que nunca nada de eso ocurrió. No sé los demás, pero yo estoy inmensamente feliz por esa “joda”, y más aún por esos momentos.

Convertirme en papá ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, y convertirme en el primer y principal guía que mi hijo tendrá a lo largo de su vida es una gran dicha, Definitivamente no es nada fácil, y hay muchas cosas que hay que adaptar (no voy a decir “sacrificar”), pero al final todo, absolutamente todo, vale la pena.

¡Feliz cumpleaños número dos hijo! Y de nuevo, publicado justo el día y a la hora en la que hace dos años llegaste a nosotros.

Carta a una relación de 14 años

Querido Japón:

Por más que pensé en la forma adecuada de comenzar este escrito, no la encontré, y preferí seguir el instinto de plasmar las ideas como fueran saliendo en vez de salir con alguna  expresión que seguramente más de alguno tildaría de cursi.

Siendo extremadamente correctos, nuestra relación tiene mucho más de los años arriba mencionados; incluso creo que debería haber puesto “15”, porque cuando nos conocimos en persona fue en 2002, en aquel fin de verano en el que por fin pudimos encontrarnos. Sin embargo, prefiero hacer el conteo desde que vine para quedarme (al menos por 6 años en ese entonces). Son 14 años que se dicen fácil, pero que, para ser sincero, han sido mucho más que un sueño. Yo los llamaría también “todo un reto”, porque la verdad es que, para alguien proveniente de una cultura como la mía, adaptarse a tus costumbres, gustos y caprichos no es nada fácil. Y creo que debo ser honesto mencionando que, aún con todo lo bueno que tienes, no haces más fácil la situación.

Hemos pasado por mucho durante este tiempo. Creía saber muchísimo de ti cuando nos reencontramos en aquel abril de 2003, pero fuiste (y sigues siendo) lo suficientemente crudo para mostrarme que  hay todavía mucho que desconozco. Has hecho que, en retrospectiva, me dé cuenta de que aunque ya no era un niño cuando vine a ti, gran parte de mi desarrollo en la aburrida bonita etapa de ser adulto ha ocurrido contigo. Y en contra de lo que puedes pensar, no tengo (o no creo tener) problemas de identidad cultural aun después de tantos años de estar contigo. El nopal en la frente no se me cae; el acento de jalisquillo no se me quita, y aunque estoy lejos de mi tierra, no hay día en que no me imagine saboreando ricos tacos de barbacoa en la mañana, lonches de pierna, deliciosas tortas ahogadas, la delicia de un bistec mañanero con frijoles, tortillas recién hechas (y si son a mano, mejor) y chile de molcajete. Perdón, pero por muy llamativo y avanzado que puedas (o que la gente cree que puedas) ser, tú nunca me podrás dar nada que supla todo eso. No obstante, he de reconocer que sí has sido una influencia muy grande en la persona que soy en estos momentos. “Adaptación”, le dicen algunos.

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Un año nuevo igual y diferente

Entre mil cosas que salieron a finales del año pasado y principios de éste, aquí estoy casi un mes después.

Es bien sabido que el fin de año trae consigo un montón de costumbres en Japón: la primera visita al templo, la primera salida del sol del año, o-sechi (comida que se prepara específicamente para año nuevo), reuniones para olvidar el año que terminar (忘年会 bounenkai) o para recibir al que llegó (新年会 shinnenkai), etc., etc. En este sentido, el año que terminó fue esencialmente lo mismo para mí.

No es necesariamente malo que las cosas se repitan cada año; es un ciclo que definimos para medir muchas de las actividades que realizamos. No obstante, hay ciertas cosas que, por ser tan repetitivas, a veces me causan… hmm… ¿ira? No… creo que “hartazgo” es la palabra. Explico:

Dentro de las actividades que se realizan cuando el año va a terminar está la de regresar a tu lugar de origen para pasar el año nuevo en compañía de tu familia (generalmente padres y hermanos). Es, junto con el obon (a mediados de agosto), de las únicas fechas en las que las japoneses diligentemente se toman tiempo para ver a su familia. Todo bien hasta aquí. Lo que a mí me llega a deseperar es que las mismas personas me pregunten lo mismo cada que un año va a terminar:

¿Vas a regresar a México?

Noten el énfasis en “las mismas personas”. Hablo en concreto de la gente de las empresas en las que he laborado por acá. Para nada me molesta que un japonés me haga esa pregunta, ya que para ellos es una actividad natural y suponen que tener 6 días de vacaciones es tiempo suficiente para ir a México, convivir con la familia, descansar y regresar con nuevos bríos al trabajo. No lo digo de forma sarcástica, porque en verdad lo creen. Sin embargo, cuando las mismas personas te hacen exactamente la misma pregunta por varios años después de haberles explicado que el tiempo no es suficiente y que no vale la pena el gasto salvo que sea una emergencia, te hace pensar si realmente lo dicen por curiosidad o lo hacen como si estuvieran programados para preguntarlo cuando la época llega:

if (date == "Ya casi es fin de año") {
   askQuestionAboutGoingBackHome()
   receiveSameAnswerAsLastTime()
   say("Ahhhh")
}

Obviamente no les respondo de la forma grosera ni mucho menos; siempre doy la misma respuesta y siempre recibo los mismos comentarios.

La cuestión aquí es que pareciera que no hay más temas de conversación durante todo el año, y cuando pasa algo en la oficina que está fuera de la monotonía de cada día, es como ver a niños que acaban de abrir un juguete nuevo. Por ejemplo: cuando llegan a la empresa los doctores a ponernos la vacuna contra la influenza, el único tema de conversación es si duele o no, cuánto duele, si ya fuiste a que te inyectaran, que a qué horas vas a ir, etc., etc., y se siente una alegría y vida que, si fuera cada día, haría que el lugar se sintiera con más energía y no todos tendrían que estar haciendo cara de “odio estar aquí” mientras suena el ruido de los dedos al contacto de los teclados de las computadoras.

Además de esto, me sigue pareciendo increíble, aun después de tantos años por acá, que piensen que 6 días es suficiente para hacer un viaje tan largo por placer. Si fuera de negocios lo entendería; incluso si México estuviera tan cerca de Taiwan, Corea del Sur o algunos lugares de China, lo entendería, pero ¿cruzar el océano pacífico?

Otra de las preguntas, o mejor dicho, de las reacciones que tengo que ver o escuchar repetidamente es la de “Pero eres mexicano, y los mexicanos toman mucho. ¿Por qué no tomas? ¿Estás enfermo?”. Hace 6 años y medio escribí un poco al respecto; hablaba brevemente de lo que el alcohol significa para esta cultura, y aun así, aunado con el hecho de que, comparado con 2010, ahora bebo un poco más (digamos unas 2 veces por año cuando mucho, y no me pongo hasta las chanclas), me causa sorpresa ver que la reacción de muchos japoneses es la misma. Eres adulto = seguro tomas alcohol. Mi suegra cae también en esto, pues le parece increíble que yo no tome, sobre todo en situaciones en donde casi cualquier hombre japonés lo haría, y aunque sabe que no lo hago, siempre me pregunta si realmente no voy a tomar.

Recalco: no me molesta responder a este tipo de preguntas cuando alguien las hace por primera vez. Mi punto es cuando las mismas personas formulan las mismas preguntas en situaciones similares.

Hasta aquí, todo fue igual.

Lo diferente este fin de año fue estar con mi hijo… pero enfermo. No es NADA gracioso que tu hijo se enferme con rotavirus justo el 30 de diciembre por la noche y tengas que estar en el hospital a la 1 am del 31. Sí, sé que los niños son esponjitas, y que esto es solo el inicio, pero por principio de cuentas sí me asusté mucho porque no quería comer y lo veía vomitar y con diarrea. Olvídense de celebrar año nuevo de forma tranquila y añádanle puntos de preocupación de padre primerizo. No es una bonita combinación.

Tardó una semana en ponerse bien, y eso significa que tardé más de una semana en quitarme el miedo que tenía de que el niño no comía y le fuera a pasar algo más grave. Verlo sano es quizá lo más agradable que he experimentado en lo que va del año… pero no todo tenía que ser bueno. Ahora tenemos el problema de que solamente quiere comer lo que le gusta, puesto que cuando estuvo enfermo solamente comía (y muy poco) lo que más le gustaba. Antes de enfermarse no teníamos gran problema en que comiera verduras, y hasta Emi se jactaba de que el niño comía verduras sin respingar. ¿Ahora? Tenemos que batallar cada comida para lograr que las coma, aunque sea un poco. La hora de la comida significa reunir juguetes y libros en la mesa; mi papel es el de distraerlo mientras Emi le da de comer, y si está distraído ni se fija qué es lo que está comiendo, pero si le pone atención a la comida y ve cualquier indicio de algo que no le guste (que sí le gusta, pero refunfuña), te dice claramente “¡NO!” :/

El final de 2016 y el principio de 2017 ciertamente fueron algo contrastante. Es divertido experimentar algo nuevo, aunque sean sustos que uno debe de pasar como padre de familia. Con todo, sería mejor que los sucesos que fueron iguales cambiaran aunque fuera un poco.

Para concluir, he tenido un montón de trabajo en las últimas semanas, y junto con andar cuidando a mi hijo, no me han dado mucho tiempo para escribir por acá. Sin embargo, ya saben que estoy al pendiente de todos los correos y comentarios que me mandan, y que todos los leo, pero tardo a veces mucho en responder. Como siempre, les pido comprensión y paciencia. Hay mucho que quiero escribir aquí, pero ya saben que a veces me toma tiempo en acomodar un escrito para que quede decente.

Por aquí sigo.

¡Feliz 2017!

Ha comenzado un nuevo año. Se va el mono y nos toca el año del pollo. En 干支 (eto), el año del pollo se escribe 酉年 (toridoshi).

Sé que para la mayoría comenzar un año significa un nuevo ciclo y abre una serie de oportunidades simplemente porque sentimos que es el momento para comenzar algo. En mi caso, es momento para continuar algo. Mi hijo está creciendo, y con ello vienen nuevos retos, pero este año también quiero retomar la parte personal y profesional, que aunque no había dejado dormidas, sí estaban en muy baja prioridad por darle paso a aprender a ser padre (al menos los primeros pasos). Concretamente, me he puesto una meta que espero cumplir, y cuando lo haga, aquí les estaré informando.

Por lo pronto, olvidemos lo malo del año pasado y comencemos el nuevo con buena vibra.

Reciban un fuerte abrazo de parte mía y de mi familia. Y como siempre: aquí seguiré contando de mis loqueras por este lado del charco.

El 2016 en un kanji

Kanji de los años anteriores:

Fiel a la tradición anual, es momento de expresar y resumir lo más significativo para mí en este año que termina.

El 2016 fue una aventura total, en muchos aspectos, pero los más destacados son el familiar y el laboral. Tuve la oportunidad de visitar mi tierra después de más de 4 años de no hacerlo, convivir con mi familia, y entender de nuevo lo que significa un choque cultural (no de mi parte, sino de mi esposa). Pero lo más importante fue el descubrimiento de “nuevas” habilidades, y lo pongo entre comillas porque no son realmente nuevas, sino que por primera vez las aplico yo y no me las aplicaron a mí; me refiero a las habilidades de padre. Por tanto, después de pensar mucho entre dos posibilidades que tenía para el kanji de este año, decidí que ésta era la mejor (y más positiva) opción:

El kanji se lee がく (gaku), y como verbo se lee まなぶ (manabu), y significa “estudiar”. Las razones principales las describo a continuación:

  • Como lo mencioné arriba, he tenido que aprender mucho como padre, especialmente estando en una cultura diferente a la mía. Además de lo que vi y experimenté con mi familia en México cuando estaba chico, el hecho de enfrentarme a una serie de tradiciones nuevas de este lado del mundo ha sido toda una experiencia, tanto enriquecedora como retadora. Huelga decir que en más de una ocasión he tenido discusiones con Emi por esas diferencias, pero a fin de cuentas lo dos queremos lo mejor para el niño.
  • Finalmente estoy en un proyecto interesante en el trabajo. Lo bueno es que estoy aprendiendo muchísimo algo que tiene un gran valor curricular. Lo malo es que, como siempre, la “impecable” administración japonesa impide que las cosas salgan como deberían (o como uno está consciente de que pueden salir).
  • Tiene un poco que ver con el primer punto: reencontrarme con choque cultural y con diferencias culturales, aun después de haber vivido aquí casi 14 años. Vaya que ignoraba mucho de la cultura japonesa en lo que respecta  a criar a un niño, y va más allá de las visitas a los templos. Muchas tradiciones y rituales que en su momento contaré.
  • Aunque en menor medida, volver a tomar un Street Fighter “en serio”. Sí, sé que SFV ha tenido muchos problemas desde que salió, y que incluso muchos jugadores profesionales han expresado su disgusto por el juego, pero después de prácticamente haber dejado pasar SF4 y concentrarme más en Tekken (que sigo jugando obviamente), volver a agarrar el control en serio, estudiar el frame data, y practicar lo poco que se puede cada que se puede, ha sido refrescante y revigorizante. Apenas soy UItra Gold, no se burlen.

También, como dicta la costumbre, el kanji de este año en Japón fue , “kin”, que significa dorado, oro, dinero. Hubo varias razones por las que fue elegido, entre las más importantes:

  • La serie de medallas de oro que Japón ganó en las pasadas olimpiadas.
  • Problemas financieros que obligaron a renunciar al anterior gobernador de Tokio. En pocas palabras: usó dinero del erario público de manera personal.
  • El pelo de Donald Trump. No es broma.
  • PPAP. Tampoco es broma.

Documento oficial sobre kanji del 2016 aquí (en japonés).

Se termina otro año. Veamos que es lo que nos depara el nuevo.