En uno de los escritos resaltados del blog escribí sobre lo importante que los videojuegos han sido para mí, y de cómo me ayudaron en muchas ocasiones durante mis años mozos.
Ese gusto por los videojuegos no disminuyó con el paso del tiempo, y sigue latente aun al momento de escribir esto. Sin embargo, por las obligaciones de la vida real que uno no se puede quitar, el tiempo y la cantidad de títulos que puedo disfrutar es considerablemente menor a la que realmente me gustaría completar. He dejado pasar grandes títulos desde la generación del PS3 (recordar que en Japón el XBox nunca pegó), y ahora con la generación del PS4 ni se diga.
Hace tiempo también comenté sobre cómo poco a poco había comenzado a agarrar ritmo nuevamente gracias a las consolas portátiles, especialmente con los RPG. Mi PSP ha aguantado mucho; mi 3DS sigue en pie, y más recientemente el Switch me ha permitido disfrutar de títulos de generaciones pasadas que simplemente no pude ni siquiera revisar por falta de tiempo (Bayonetta es uno de ellos). Y es que las largas idas y regresos del y hacia el trabajo son la oportunidad perfecta para jugar sin distracciones, siempre y cuando consiga sentarme en los trenes. Jugar en consola se ha convertido en toda una proeza debido a las atenciones que tengo con mi hijo. Sí, tengo mi “tiempo libre” y lo aprovecho, pero definitivamente no es suficiente como para acabarme la librería de títulos que tengo. Últimamente le he dado prioridad a juegos de pelea (que de entrada ya me gustaban desde hace mucho) porque puedo dejar de jugar rápidamente cuando se necesita, incluso si estoy en medio de un encuentro (a lo más hay que esperar un par de minutos), pero ni así es suficiente para poder subir mi nivel como antes lo solía hacer, ya que hay que estudiar framedata, practicar combos y movimientos, y luego si dejas de practicar por un largo periodo de tiempo (digamos un par de semanas) tienes que volver a entrenar tu memoria muscular para poder hacer los movimientos de forma precisa… Creo que se entiende el punto.
Hace algunos meses, mi hijo comenzó a mostrar interés por los videojuegos debido a que varias veces me iba a buscar cuando se despertaba y me encontraba jugando Street Fighter V o Tekken 7. Dejé que usara mi joystick y comenzó a moverle como lo haría un niño de su edad, pero le gustó, y eso fue para mí una señal de que algo podía hacer para que ese interés creciera. No tuve necesidad de pensar mucho: usaría el Famicom Mini.
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