La familia

Algunas veces me han preguntado que si no quiero a mi familia, sobre todo por los comentarios tan duros que hago hacia ellos. No, no es eso. Es mi familia y la quiero, pero sinceramente con tantos problemas que se han generado en los últimos años que no he estado en México, creo que es mejor mantener mi distancia.

En los últimos meses he notado mucho que soy el paño de lágrimas de las personas con las quien más hablo de la casa: Mi hermana mayor y mi mamá. Para nada me molesta, al contrario, me da gusto que comiencen a tener esa confianza en mí (aunque un poco tarde). Lo malo es cuando llamas a casa y escuchas todos, absolutamente todos los problemas que hay por allá, y lo peor es que los ves de fuera, sabes que tienen solución, se las comentas, y te salen con “es que todavía tú no eres padre para comprender”…

Si de algo he de quejarme de mi familia es que realmente no me conocen. No me equivoco al decir que ustedes, los lectores de este blog, me conocen más que mi familia, y no es exageración. Nunca se nos acostumbró a platicar entre padre e hijo o incluso entre hermanos, por lo que los primeros meses que viví en Japón fueron duros en el sentido de que llamaba a casa y no tenía ni idea de qué decir. Poco a poco he ido tratando de romper el hielo, de hablar más claro, más natural, y al menos con mi hermana y mi mamá parece que está dando resultado.

Me preocupa mucho la situación actual de mi familia, ya que mi hermano el menor tiene una adicción y mis papás no saben cómo manejarlo. Eso es hasta cierto punto normal, lo que sinceramente me molesta (por no decir renca…) es que se queden de brazos cruzados esperando que el problema sea resuelto de alguna manera misterosa o mágica. Sienten impotencia, sí, yo también la siento, pero el hecho de no moverse, no intentar nada, lo único que les ocasionará será llevarlos a la tumba más rápido de lo que deberían, y eso me llena de tristeza, porque hay tanto que ver en este mundo, hay tanto que quiero enseñarles, pero por desgracia parece que no lo quieren ver.

Mi hermano el chico necesita ayuda, ayuda profesional, realmente buena, porque el ambiente lo está orillando a depender de eso para siempre, y por ende, a convertirse en una persona socialmente no aceptada. Está muy chico todavía (18 años) y tiene una vida por delante. Ya intenté hablar con él, pero por supuesto que no da resultado, y si las cosas siguen como van hasta ahora, no me extrañaría que en poco tiempo me llamaran para darme una mala noticia. A lo mejor esto suena muy duro o puede reflejar que tengo el corazón de piedra, pero lo digo con dolor, basado en la realidad de los hechos.

Yo solo puedo pedir que las cosas se arreglen, que mis padres reaccionen y que todo esté bien por allá. De ahí en fuera, tengo que seguir preparándome, porque dentro de poco tendré que hacer mi vida, tomar decisiones que cambiarán el curso de ella para siempre y no será fácil. Me preocupo por ellos, sí, pero también debo preocuparme por mí y mi futuro, por mucho que duela eso.

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