Y siempre sí se hizo

Después de un montón de negociaciones, discusiones, y una situación legal todavía no muy bien definida, sí se hizo lo del cambio de trabajo.

Han sido días muy pesados, pero no tanto por terminar los trabajos pendientes, sino por todo lo que conlleva salirte de un trabajo en Japón. Si a eso le añadimos el típico estrés de las mudanzas, y todavía más porque tendrá que ser express, entenderán que las jornadas son largas, llenas de tensión y estrés.

En el escrito anterior donde menciono sobre mi posible cambio de rumbo recibí opiniones encontradas; mucho de ello se debe a que no expliqué todo lo que tenía que explicar. Es cierto: me guardé muchas cosas personales, sobre todo de algunas que han tenido que ver con lo que he pasado durante mi estancia en Japón. Quienes me hicieron el favor de contactarme personalmente para conversar al respecto saben ya el otro lado de la historia. Es mucho rollo, y algún día lo pondré por acá.

El caso es que dejo el rancho del rancho para irme a vivir a la segunda ciudad más cara del mundo. Y no, eso no significa que voy a ganar una millonada; de hecho, mi sueldo no cambiará, pero sí tendré más prestaciones (que fue la razón por la que acepté). Tentativamente ya sé dónde voy a vivir, y todo el proceso de mudanza comenzará en 2 semanas.

Dejar Iizuka será difícil, lo tengo que reconocer. Ha sido mi casa desde que llegué por segunda vez al país del sol naciente. Es el rancho del rancho, pero uno se acostumbra a vivir aquí y a conocer las bondades del campo japonés. Conozco a mucha gente, he participado de voluntario en un sinnúmero de actividades de la ciudad y de la prefectura; la he hecho desde achichincle de profesores (sacando copias, haciendo reportes en excel), profesor de inglés, presidente del comité de estudiantes extranjeros de la universidad y vicepresidente 2 veces (y presidente honorario una vez, ya que había egresado), traductor japonés <-> inglés en eventos oficiales, he dado presentaciones culturales sobre México (aquí en Iizuka fue la primera vez que me vestí de charro, algo que en México era totalmente impensable).. y en fin, de todo un poco, y cada una de ellas me ha ayudado a crecer un poco más, a entender mejor la cultura japonesa y, sobre todo, a valorar la cultura de mi país.

Sin embargo, y como comenté al principio, no todo es color de rosa: quedan algunas situaciones complicadas que hay que resolver, y se puede poner feo el asunto. En su momento hablaré al respecto, pero solamente les puedo adelantar que tiene que ver con leyes laborales. Todavía abrigo la esperanza de que todo termine bien y la fiesta se lleve en paz, pero como tengo que ver la situación también desde el lado realista, dudo mucho que eso se cristalice.

Por lo pronto, a seguir con la limpieza de la casa. Ya saqué manga para aventar para arriba. Algunos ya me los apartaron, otros ya los regalé y otros ya los vendí. Salieron muchos libros en inglés también, y algunos siguen esperando nuevo dueño o se van a la basura (me los llevaría, pero ni les digo en cuánto me va a salir la mudanza 🙁 ).  También ya estoy en pláticas para vender el carro, o si no se hace, a hacerlo chatarra; un desperdicio, lo sé, sobre todo porque acabo de pagar la verificación en junio pasado, pero no puedo dejarlo así nada más en la calle. Para hacer el cuento corto: muchos, muchos preparativos para dejar este lugar.

Estaré con internet en la casa hasta la primera semana de agosto. Después de eso estaré en línea desde el teléfono hasta que tenga internet en la nueva casa. No obstante, espero tener algo de tiempo aunque sea para subir fotos de Iizuka antes de irme de aquí.

Los mantendré informados 🙂

Transición a Android

Después de haber usado teléfonos celulares dirigidos al mercado japonés, hace un par de semanas me decidí a comprar un smartphone de “la nueva generación”. Y como ustedes, quienes me hacen el favor de leerme, seguramente están imaginando, mi opción fue un teléfono con Android.

Antes que nada, he de hacer mención que no es mi primer smartphone. Hace algunos años usé uno estilo “blackberry”, el cual tenía el infame windows mobile 6, pero lo cambié en la primera oportunidad que tuve debido a que en ese entonces el mercado japonés todavía no estaba preparado para esa clase de teléfonos.

Primero fue muy difícil decidirme por un modelo en particular. Tener Android sólo significa una cosa para mí: rootearlo, es decir, alterarlo para tener acceso como súper usuario, lo que significa tener el control absoluto del teléfono. Si hubiera escogido un iPhone también le habría hecho jailbreak. El caso es que había que escoger un teléfono que se pudiera rootear, pero los de fabricantes japoneses se han destacado por no poder hacerlo. Y por otro lado, con un smartphone perdería todas las funciones que han caracterizado a los teléfonos celulares nipones desde hace muchos años: dinero electrónico, televisión, acceso a la red WAP (que es muy usada en este país). Por fortuna, la nueva generación de smartphones con Android contiene también esas funciones, pero siendo de fabricantes japoneses significa no poder rootearlo. Tenía que decidir entre el root o la conveniencia de las funciones arriba mencionadas.

Durante unos días pensé cuál podría ser mi mejor opción, y me decidí al principio por un Aquos Phone de Softbank, que viene con Gingerbread (Android 2.3) y las funciones de los teléfonos japoneses. Sacrificaría el root por ellas.

El hecho de que este teléfono tome fotos en 3D sinceramente me daba lo mismo.

Estuve indeciso, pero aun así fui a una tienda de Softbank a hacer cambio de teléfono, y me dijeron que era mejor que esperara hasta el 1 de julio, ya que el pago del teléfono anterior terminaba en junio y así no sufriría ningún cargo extra por “deshacerme” del teléfono antes de tiempo (por sus contratos raros que te obligan a usar un equipo por mínimo 2 años). Yo iba medio convencido por el teléfono mostrado arriba, pero tener que esperar varios días me dio tiempo para estudiar otras posibilidades.

Consultando en Twitter, Felipe me recomendó un teléfono: el HTC Desire HD. Erick hizo hincapié en lo que ya venía pensando: ¿sacrificaría el root por funciones japonesas? El punto era que yo sí usaba esas funciones, en especial el dinero electrónico y la red WAP, por lo que sí me dolería dejarlas… pero ustedes saben que puede más el lado geek, y después de ver lo que ofrecía el teléfono recomendado, aunado con que los HTC son los teléfonos que tienen de las mejores redes de desarrolladores (y por ende, altas probabilidades de poder ser rooteados), me convencieron y me di a la tarea de buscarlo. Softbank lo maneja como el modelo 001 HT, y al revisar el sitio web, me enteré de que salió a la venta en Japón en diciembre del año pasado. Siendo un teléfono ya no tan nuevo, creí que sería fácil encontrarlo…

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Ignorancia musical

Aunque desde pequeño escuchaba música y tenía mis canciones favoritas (“el yerberito”, de Celia Cruz, cuando yo tenía unos 4 años de edad, por mencionar un ejemplo), he de confesar que mis conocimientos musicales eran, y aún son, extremadamente parcos.

Muchas de las personas que me conocen personalmente no pueden creer que no conozca a una banda o una canción que, por lo general, todo mundo conoce (o debería conocer). Me pasó hace poco, en una ida a Tokio: fuimos a un karaoke y una amiga puso una canción de Coldplay, a lo que yo pregunté: ¿quién es Coldplay?”. Y así me ha pasado antes en incontables ocasiones.

Sé que los gustos musicales varían con cada persona: desde los que gustan de música clásica (que me encanta), hasta lo que odian el mainstream, pasando por ritmos como reggaeton, bandas norteñas, y un largo etc. Pero créanme que mi caso es grave…

Por ejemplo, no a todo mundo le gustan los Beatles, pero al menos pueden identificar algunas de sus canciones, aunque sea las más famosas, ¿cierto? Yo no podía hacerlo hasta hace unos años, ya que estaba aquí, en Japón, Y no es que conociera las canciones y no supiera quién las cantaba: simplemente no las conocía.

Algunos artistas o grupos me sonaban de nombre, y en algunos casos sí conocía las canciones pero ignoraba quién las cantaba, pero en general siempre he sentido que me falta mucho conocimiento en lo que a música se refiere.

Me puse a pensar cuál podría ser la razón. La música me gusta, incluso tengo canciones favoritas… ¿entonces? Le di varias vueltas al asunto, y a lo que llegué fue a mi familia.

Ya he mencionado en ocasiones anteriores que mi padre fue muy estricto con nosotros, aclarando claro que no es malo ser estricto pero sí lo es serlo de más; obviamente la música que a él le gusta a nosotros no nos agradaba del todo, pero hasta ahí todo es “normal”. La cuestión es que mi papá asociaba los grupos modernos con rebeldía, anarquía y, en algunos casos, hasta con satanismo (la famosa frase de “esas son cosas del diablo”). Mi mamá también entra en esta última categoría, pues siendo mi abuelo (q.e.p.d.) mariachi, sus gustos musicales estaban orientados hacia ese tipo de música. Por lo anterior, la música moderna que escuchaba cuando era chico era limitada.

Hasta la secundaria nunca me importó realmente todo esto, aunque recuerdo que tenía un cassette de Thalía que escuchaba muy seguido (la nena me encantaba 😛 ); en la secundaria, uno de mis compañeros idolatraba a “The Cure”, pero yo ni por enterado de quiénes eran, y por el puro nombre y la influencia de mi padre, yo también lo asociaba a que era música que “no debía de escuchar”. Sin embargo, cuando entré a la prepa comencé a notar que cuando se hablaba de música yo estaba completamente perdido. Conocía lo más común (el mainstream) sólo hasta cierto punto, pero cuando se trataba de hablar de grupos (preparen risas) como Maná (pueden reirse, gracias) yo ni siquiera los conocía. De hecho, cuando hacían fiestas con música en la prepa (lo que comúnmente se conoce/conocía como “luz y sonido”) notaba que la mayoría de la gente interpretaba o tarareaba las canciones. ¿Y yo? Calladito. Sin saber qué onda.

Por influencia de algunos amigos en la misma prepa comencé a escuchar más música. Por mencionar algunos ejemplos, conocí a Ace of Base, Toni Braxton, Aerosmith, entre otros. No obstante, no nacía en mí el sentimiento de querer escuchar más música: si escuchaba por casualidad algo nuevo, me interesaba, pero si no, ni enterado de su existencia. Recuerdo que un amigo, súper aficionado a los Beatles (¡saludos Pablo!) no podía creer que no supiera quiénes eran ellos ni tampoco que no pudiera decir el título de al menos 5 canciones de ellos.

De ahí en delante comenzó un cambio: escuchaba más música, pero no me preocupaba por saber quién la interpretaba. Me gustaba la música clásica y conocía piezas como la quinta o novena sinfonía de Beethoven… pero no sabía quién era el autor. Supongo que a muchos les ha pasado que han escuchado una canción y hasta se saben partes de ella, pero no se acuerdan o no saben el nombre, ¿cierto? Más o menos era el pan de cada día en lo que a música se refería para mí.

Todo dio un giro importante cuando me encontré con el idioma japonés. Gracias al boom de la animación japonesa en México era relativamente fácil conseguir música en japonés, no necesariamente relacionada con la animacion. Y a mi familia realmente no le importaba que escuchara música japonesa. Digamos que lo veían “diferente” a escuchar a algo como “U2”.

Uno de los primeros CD que recuerdo haber comprado fue el de endings de Ranma 1/2:

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