Cuando fui estudiante en México (desde primaria hasta la universidad), siempre me imaginaba cuál sería el maestro perfecto y la clase perfecta. Y aunque no se puede hacer una idea clara al respecto, al menos se crea una de qué maestro y qué clase son definitivamente malos desde cualquier lado por el que se les vea.
La docencia es una carrera loable, para la que hay que tener vocación, pero con todo y el respeto que les tengo a todos los que se dedican a ella, esa vocación tiene que ser realmente grande cuando se trata de enseñar en México. ¿Por qué? Sencillo: Mucha friega, mucho estrés, **un sueldo miserable**. Admitámoslo: A menos de que te conviertas en profesor de universidades estilo Tec de Monterrey o investigador en algo como el Cinvestav o similares, siendo profesor rara vez sales de pobre en México. Sí, la carrera es bonita, se siente bonito enseñar a las nuevas generaciones, de acuerdo, pero si no se tienen influencias dentro del mundo de la docencia, alcanzar un puesto en donde se comience a remunerar el trabajo que se haya hecho hasta esa fecha es poco menos que imposible (sus excepciones habrá).
Siempre he respetado a los profesores en general, pero nunca me imaginé estar del otro lado… Y ahora que lo pienso, es algo que parece ser que estaba previsto y me estaban preparando para ello: El padre de mi primera novia es profesor de la Universidad de Guadalajara. Por fortuna, le va bien y eso me da gusto. Una anécdota curiosa referente a él que tengo muy presente aún en este momento es que un día, platicando en la sala con mi entonces novia, hablábamos precisamente sobre convertirse en profesor, a lo que yo respondí: “¡Nombre! Imagínate, ¿estudiar tantos años para terminar nada más enseñando?”. Lo malo es que el papá estaba en la sala, a tan solo unos 2 metros de distancia… Quizá debo agradecer no haber sido golpeado en ese momento 🙂 . Y además de él, varios amigos también se dedican a la docencia de una u otra forma. De pilón, Emi es profesora también. He aquí donde comienza el punto importante de esta entrada (después de una larga, muy larga y aburrida introducción 😛 )
Cuando decidí seguir con el doctorado por acá, mucha gente me preguntó que si me iba a dedicar a la docencia, a lo cual siempre respondía con un rotundo “no”, porque traía en la mente la imagen del profesor en México (mucho trabajo, sueldos muy bajos, poca gente realmente valora lo que haces). Pero mi forma de pensar fue cambiando poco a poco al ir conociendo el puesto de docente en Japón: Bien pagado, extremadamente respetado, pero con un gran problema: Trabajas como esclavo.
Las responsabilidades de un profesor en Japón son muchísimas, hasta el grado de decir “exageradas”. Nada más imagínense: Trabajar de lunes a viernes de 8 am a 7 u 8 pm (diario), y si eres profesor de primaria, secundaria o preparatoria, seguro tendrás que ir los fines de semana “un rato” (de 8-9 am a 4-5 pm) porque tendrás a tu cargo una actividad cultural o deportiva, y como entre semana los chicos estudian, pues solo los fines de semana se pueden organizar torneos, festivales, partidos amistosos, conciertos, etc. Tienes prácticamente un día de descanso cada 2 semanas (si bien te va), y de pilón, hay que aguantarles casi todo a los estudiantes porque saben que, al menos en primaria y secundaria, no importa qué hagan, **siempre** aprobarán, puesto que en Japón no se puede reprobar a nadie en estos niveles, no importa que tan bajo sea su conocimiento. Es más, la escuela se decide con la edad, y si llega alguien del extranjero de digamos 14 años a vivir a Japón y su conocimiento es suficiente para entrar a la preparatoria, simplemente será enviado a 2do. de secundaria, porque es el grado que le corresponde de acuerdo a su edad. Creo que ahora pueden imaginarse lo que sufre un maestro de secundaria cuando trata de enseñarle a dividir a un chico de 3er. año.
Cuando de recién me ofrecieron el trabajo de medio tiempo que tengo ahora, lo pensé mucho. Justo en ese tiempo mi mamá andaba por acá y platiqué con ella, y ella me dijo que era buena oportunidad, y que si me lo habían pedido era porque sabían que podría hacerlo. Acepté un poco dudoso, y los primeros 7 meses fueron eternos: No se les puede pegar a los niños (ni siquiera un poco) porque hay padres que se oponen a eso; otros creen que la escuela debe enseñarles TODO a los niños, y que ellos de padres no tienen esa obligación; hay también niños que sufren de algún trastorno, o que siempre son molestados por otros (los típicos bravucones que se creen valientes). En fin, ustedes pónganle. Todo suena controlable y pasable hasta que voltean y vienen a pedirte consejo, auxilio, o simplemente a platicar: Eres el maestro, la persona que está al frente de todo (de ahí la palabra “Sensei” 先生, quien ha vivido antes que ellos, y por tanto, sabe más), y por ende te ven como alguien que tiene el poder para hacerlo o solucionarlo todo… El problema no es que te pidan consejos, el problema comienza cuando no sabes ni qué decir.
Yo soy ALT (Alternative Language Teacher, creo), y voy a las primarias a enseñar inglés contratado por una empresa, lo que significa que por supuesto no tengo ni la más mínima idea de cómo tratar con estudiantes, más si son niños. Podrán ser enfadosos, gritones, mal educados, etc., pero siempre está el “sensei” a su lado, y es cuando comienzas a sentir responsabilidad y cuando te preocupas más por la comuniación profesor-alumno que por el tema que tienes que dar en clase, y en mi caso, es cuando comienzas a entender el por qué ser profesor necesita de mucha vocación y por qué es tan respetado en esta sociedad. Necesitas aprender a relacionarte con tus estudiantes, sin ser su amigo, pero tampoco sin convertirte en un maestro refunfuñón que de todo respinga. Los estudiants tienen que saber qué no pueden jugar contigo y que eres una persona que te puedes enojar si no responden como quieres, pero al mismo tiempo que eres alguien a quien pueden acudir en busca de plática, consejos o ayuda.
Gracias a Emi y a su experiencia, poco a poco he ido aprendiendo el lado bueno de ser profesor, y que, después de todo, no es tan mala idea convertirse en uno (no está en mis planes, pero ya lo puedo considerar). Lo malo es que también he visto como su trabajo se los come enteritos y no tienen tiempo ni para ellos mismos. La responsabilidad es mucha, cierto, pero también hay que saber descansar, y, aunque no lo crean, Japón padece de eso, de que la mayoría de la gente no sabe realmente cómo descansar.