Lo que sigue va a ser medio aburrido para muchos. Quizá sea porque ya me pegó “el viejazo”, la famosa crisis de los 40, o porque desde que me volví padre también me volví mucho más sensible en algunos aspectos que más joven consideraba como “meh”.
Cuando uno está más joven, sentimos que somos invencibles. Muchas veces durante mi adolescencia, en los tiempos en los que era mucho màs mamón de lo que ahora muchos podrían considerar, llegué a pensar que las tragedias (de cualquier tipo) eran algo muy lejano; el típico “a mí no me va a pasar eso”, o “eso está muy lejos de donde estoy”. No me ponía a pensar, ni por un momento, en la mística dualidad de la vida: tan increíble, y a la vez tan frágil. Pensé, e incluso intenté, en el suicidio al menos un par de veces; pensaba en ese entonces: “total, nada se perdería”, “nadie me extrañaría si no estuviera aquí”. Creo que la última vez que sentí deseos de no estar en este mundo fue cuando definitivamente terminamos mi primera novia y yo. Idealicé mucho a una persona y obviamente todo terminó, como normalmente terminan las relaciones platónicas. En ese entonces por supuesto que no lo veía, y culpaba a todo y a todos, y pensé (por un momento breve, pero lo pensé) que lo mejor para todos sería que yo simplemente no estuviera en este mundo.
Idioteces de la ya no tan adolescencia, porque para ese entonces esa etapa ya era cosa del pasado.
Al menos su servidor nunca se puso a pensar en lo que uno tiene cuando vive con sus padres, y todo lo daba por hecho: casa, techo, comida, vestimenta… y en cambio yo no daba nada a cambio, ni siquiera las gracias. Todo lo contrario: exigía. En fin, fue una etapa que en retrospectiva me hace pensar en que, quizá nada más poquito, ya no soy del todo un puberto.
Si bien cuando llegué a Japón sufrí el golpe de vivir y estar completamente solo, eso ayudó a que comprendiera los sacrificios que mis padres hicieron para que llegara hasta acá. Detalles enormes, pero que uno sencillamente no ve por las razones que quieran y gusten. Pero después de eso, lo que me hizo entender todavía más fue cuando nació mi primer hijo, y los casi 5 años que, al momento de escrbiir esto, he pasado criándolo. Ahora siempre digo: si yo con uno ya pido esquina, no sé cómo le hicieron mis papás para tener 4, ni mis abuelos maternos para tener 12, o mis abuelos paternos para tener 21… Digo, está bien que quizá no tenían tele, pero mantener a tanta gente requiere un montón de sacrificios, independientemente de si la vida era más fácil antes que ahora (en el caso de que lo haya sido).
Ayer, el nivel de dificultad en mi quest actual de paternidad subió: nació mi segundo hijo.
Esta vez sí estuve ahí para verlo salir del vientre de su madre. Fue un parto largo y doloroso, pero ni siquiera ver el sufrimiento de mi esposa me quebró. Sin embargo, en cuanto vi al bebé no pude contener las lágrimas. Creo que no hay palabras para describir el momento en el que esa criatura que había estado durante 9 meses dentro de la panza de mi esposa por fin salió a este mundo… en medio de una crisis epidemiológica mundial, pero eso ya es harina de otro costal.
Fue solamente un momento, pero el hecho de ver a mi segundo hijo me hizo pensar al instante en la dicha y la friega que es ser padre y que sin lugar a dudas mis padres vivieron durante tantos años de su vida. Unos segundos bastaron para recordarme lo equivocado que estaba cuando era un escuincle que, si bien podía estar estudiando en la universidad, de la vida real no sabía absolutamente nada. Asimismo, fue suficiente para voltear a ver a mi yo de hace algunos años, cuando me casé y le decía a mi esposa que quería 5 hijos, y que ojalá los tuviera en dos partos: primero 3 y luego dos. Necesito una máquina del tiempo para regresar a ese instante y decirme a mí mismo: “¡Estás pero si bien pendejo!“.
En fin. Ahora siendo un viejo cuarentón y padre de dos niños, me toca comenzar la segunda parte de la paternidad.Les mentiría si les digo que no tengo nada de incertidumbre respecto al futuro, pero al menos ya tengo mucha más determinación que antes.
Aquí sigo.
