Nunca me han gustado los hospitales. No es que no me guste ver a la gente enferma, encontrarme con olores extraños o ser partícipe de alguna escena dramática. Simplemente no me gustan porque cuando voy es porque sé que me van a decir que algo anda mal conmigo.
La situación es como sigue: hace una semana me dio un dolor en la parte baja de la espalda. El dolor era muy fuerte y con muchos trabajos podía moverme. Aún así, tuve que venir al laboratorio. Pasé un día larguísimo con el dolor insoportable, pero tenía que terminar lo que estaba haciendo.
El siguiente lunes me dispuse a ir al hospital. El dolor había disminuído, pero estaba presente. Fui, me revisaron, y me dijeron que querían tomarme un MRI (resonancia magnética) y que fuera el jueves. Así lo hice. Primera vez que me meto a una máquina de esas. Estuve 30 minutos sin poder hacer nada, y supe por fin por qué Lisa Simpson vio tantas cosas cuando estuvo dentro de la cápsula de agua (ver capítulo de los Simpson para más referencias).
Acabo de ir a que me den el resultado final: tengo una hernia en la columna vertebral. La hernia es pequeña, por lo que no necesito operación, pero el dolor sigue presente (minúsculo, pero ahí está), así que me dieron unos parches que se pegan a la piel, y me dieron una rutina de ejercicios que tengo que hacer todos los días para fortalecer esa parte del cuerpo. Puedo seguir haciendo deporte, pero es IMPRESCINDIBLE que caliente lo suficiente si es que voy a realizar una actividad extenuante.
Otra razón para seguir odiando los hospitales…
Aquí sigo.
