2020: estragos

El otro día escuchaba en un podcast una frase que se me hizo interesante: “Quizá por primera vez tenemos el mismo problema en todo el mundo”. Y aunque sea obvio por el hecho de que estamos en una pandemia (ver la etimología del prefijo “pan”), realmente pone en perspectiva el hecho de que en casi cualquier lugar del planeta estamos en las mismas (situaciones más graves en algunas partes) y que todo esto nos vino a dar en la torre, en muchos, muchos sentidos.

Dejando de lado los tintes políticos, a mí lo que más me ha sorprendido de toda esta situación es la variedad de reacciones que me ha tocado ver en diferentes personas. Pero no hablo específicamente ni de pánico ni de valemadrismo puro, sino de todo lo que ha girado en torno al virus, a las historias, relatos, fake news y suposiciones que las personas hacen, ya sea como forma de lidiar con la situación, o quizá simplemente para ponerle un toque diferente al día a día que hoy nos está tocando vivir. Desde el líquido de las rodillas y las torres 5G, hasta “En Japón, el bajo índice de mortalidad por el virus es debido a la superioridad de su gente“, no hace falta mencionar que en todos lados se cuecen habas. Y dentro de todo ese mar de pensamientos y declaraciones figuran también las de gente que minimiza los riesgos y habla del virus como si fueran expertos epidemiólogos.

Decía un amigo de por acá que llegó un momento en el que decidió dejar de ver noticias porque era deprimente, y en un país en donde una gran noticia es saber qué comió un jugador profesional de Shogi de tan solo 17 años, el mar de notas referentes al coronavirus llegó a un punto (en meses anteriores) el que a donde le cambiaras ibas a ver algo referente al coronavirus (con justa razón), y que por más que quisieras estar enterado sí te llegabas a saturar de información.

Entiendo que cada quien es libre de medir el riesgo y, al menos por este lado del mundo, salir a divertirse (porque no estamos en cuarentena), también uno es libre de abstenerse de hacerlo, y de evitar contacto con gente que sí lo hace. No obstante, donde ya no está chido es cuando las acciones de alguien pueden afectar a terceros, y ni siquiera por valemadrismo, sino por una extraña sensación de control ante la infección que viene de no sé dónde. Sí, hay que estar informados, no hay que dejarse llevar por noticias falsas, estamos entrando en una “nueva normalidad”, pero con todavía factores desconocidos respecto al coronavirus, creo (y estoy abierto a correcciones) que es muy arriesgado pensar que uno no se puede infectar, o que de hacerlo, los síntomas serán leves.

A mí no me avergüenza decir que sí estoy asustado con todo esto, mucho más porque tengo a un bebé y a una persona mayor en casa. Sinceramente considero una bendición mi trabajo actual porque me permite trabajar desde casa y porque hasta el momento no ha habido repercursiones en el ámbito económico (noten el “hasta el momento”). No salgo más que para lo esencial. Mas no es que estemos obligados a quedarnos en casa (como ya referí arriba), pero los lugares a donde solía ir, ya sea solo o con mi hijo el mayor, son de los que se consideran de más riesgo: cines, arcadias, museos, etc. Huelga decir que a todos los miembros de mi familia nos ha afectado mucho estar encerrados y que tenemos muchas ganas de salir a vacacionar, a distraernos, a cambiar la rutina que hemos llevado durante varios meses (situación similar a la de mucha gente en otros países). No obstante, hace días me di cuenta de que yo, en especial, tengo mucho estrés y cansancio acumulado, y eso ha estado afectando mi estado de ánimo y mi desempeño en el trabajo. He tratado de distraerme haciendo actividades que me gustan, pero aun así siento que no he logrado deshacerme por completo de la ansiedad que me ha provocado todo esto. Incluso escribir en el blog (los temas que he querido tratar desde hace meses) se me ha hecho pesado. Decidí empezar a escribir esto como forma de motivarme sin necesidad de publicarlo, pero después de haber escrito por un buen rato decidí que era mejor sacarlo a la luz para que quedara plasmado cómo me sentía en estos tiempos, por aquello de ver esto algunos años después, en donde, esperemos, la pandemia haya quedado solo como un amargo recuerdo de un año que no ha pintado para nada bien.

Nota aparte merecen las terribles inundaciones que ha sufrido Japón en el temporal de lluvias de este año.

El resto del año se ve difícil. Espero que todos estén sanos, se cuiden mucho, y estén preparando la mega fiesta cuando, por fin, todo lo que respecta al coronavirus sea cosa del pasado.

 

17 años es una vida

Con todo lo que ha pasado en el mundo en los últimos meses ni siquiera recordé que en abril pasado cumplí 17 años en tierras japonesas. No es que sea necesariamente una fecha que celebrar, pero conforme pasan los años y uno se hace más viejo, volteas a ver lo que hay detrás e invariablemente piensas en todo el tiempo que has pasado fuera del rancho y en las experiencias que has acumulado a lo largo del trayecto.

Cuesta decirlo, pero los años mozos ya quedaron atrás. Por mucho que pudiera intentar ocultarlo (aunque no lo hago), la realidad es que los años de juventud son cosa de la historia, y ahora me acerco más a la época en la que recordar ese periodo trae consigo un baño completo de nostalgia.

En repetidas ocasiones en este blog he mencionado que en realidad yo no me siento un triunfador, ni mucho menos un modelo a seguir. Sí, le he echado muchas ganas a todo, pero también el factor suerte (aunque muchos digan que no existe) ha jugado un papel importante durante mi estancia en el pais nipón. Hay muchas cosas de mi persona que no me gustan, hay otras que estoy intentando cambiar, pero vaya que me está costando trabajo (gracias antiguo jefe…), y hay otras que de plano son ideas mías que no tienen razón de ser. Lo cierto es que, ahora con 41 años, apenas comienzo a comprender lo que significa “la crisis de los 40”, y por qué siento que aplica muy bien a la situación interior que estoy viviendo.

Mi familia es una bendición, nunca lo he negado. No obstante, no puedo dejar de pensar en lo sabias que son las palabras que dicen que uno haga todo lo que quiera hacer e intente todo lo que pueda ANTES de tener familia, pues ya con ella, uno la antepone en cualquer decisión, pues ya no te afecta nada más a ti.

Fukuoka me dio la oportunidad de crecer en un ámbito en el que dudo mucho que hubiera podido tener en México. Llegué de 24 años por acá, pero aun con experiencia laboral (en México y Estados Unidos), inglés, y un buen nivel de japonés, era un pollito recién salido del nido, con muchas ganas de todo pero experiencia en casi nada. Quizá eso ayudó mucho a que mi integración a la cultura japonesa fuera menos dolorosa en comparación con los casos de muchos extranjeros que intentan echar raíces en este país. De hecho, si hay algo de lo que me arrepiento es de no haber tomado decisiones a largo plazo en este entonces, aunque en mi propia defensa ni yo sabía que estaría tanto tiempo por este lado del mundo, mucho menos que aquí me casaría y tendría familia.

Tokio me ha dado la oportunidad de crecer profesionalmente y de cuestionar todo lo referente a mí: desde mi selección de carrera hasta de mi propia existencia. Se oye fatalista, pero no va por ahí: es más bien darse cuenta de la posición que juega uno en la vida de las personas con las que convive y ha convivido; en evaluar lo que uno es y en pensar en qué es lo que viene después. Tengo ya casi 9 años viviendo en la capital japonesa, pero con todo y las comodidades y las opciones que ella ofrece, si tuviera en Fukuoka una opción laboral similar a la que tengo ahora, me mudaría sin pensarlo. Tanto así me atrapó el lugar.

Una plática reciente con una muy buena amiga mexicana tocó el tema de regresar a México. Ella me preguntaba que cuáles serían las condiciones en las que consideraría regresar al rancho, y mi respuesta fue, en resumen, la misma que he comentado aquí muchas veces: regresar a México nunca ha estado fuera de mi lista, pero de momento es algo que no considero ni de forma profesional ni tampoco en lo familiar. Cierto, mis padres y hermanos están allá, pero yo también tengo personas que dependen de mí y he puesto en una balanza las ventajas y desventajas de quedarme aquí así como las de irme de regreso, y en estos momentos se inclina a Japón, aunque eso no quiere decir que así será siempre.

¿Que si Japón ha cambiado algo más en mí en estos años que he estado en Tokio? Hmm… yo no diría que fue Japón, sino más bien la edad y las responsabilidades. Japón ha contribuido en que es el país en donde estoy ahora, y basado en mi experiencia, no quiero en años futuros arrepentirme de lo mismo que mencioné arriba. por lo que he estado tomando decisiones que afectarán al menos a mediano plazo. ¿Retirarme en Japón? No lo sé, pero he tenido que comenzar a moverme por si eso llega a suceder.

Me sigue gustando mucho el anime, el manga y los videojuegos, pero es un hecho que ya no tengo el mismo tiempo que antes para estar al tanto de tooooodo lo que sale nuevo. Medio ando al tanto de la cultura pop de este lado del mundo, pero obviamente no soy un experto y hay gente que está mucho mejor preparada que yo. Además, las generaciones se mueven, los medios cambian. Varias personas me han dicho que por qué no me cambio a X o Y plataforma para tener más “visitas” o “seguidores”, pero yo no veo la necesidad. El blog ha sido mi refugio durante todo el tiempo que ha existido, y bien que mal, me gusta escribir, así que, mientras mis obligaciones familiares y profesionales me lo permitan, aquí seguiré escribiendo. No crean que me he quedado sin temas: me he quedado sin TIEMPO :/, pero de cuando en cuando me doy mis escapadas.

17 años es una vida. Seguramente habrá jóvenes que nacieron el mismo año que yo llegué por acá y ahora están buscando venir a Japón becados… o quizá ya hay algunos por acá.

Changos… ya estoy viejo, pero todavía “la armo”.

5 años 5

No. El título no es error 😀

Obviamente no soy el único al decir que nunca pensé que estaríamos en medio de una pandemia en mayo 2020. Los planes de prácticamente todo el mundo, así como la forma de vivir, han cambiado drásticamente debido al coronavirus… y parece que falta mucho para que se vea la luz al final del túnel.

No obstante, hasta enero de este año todo estaba en relativa normalidad (al menos en Japón), y me pude dar el gusto de llevar a mi hijo a México a que conviviera con su familia de allá en épocas navideñas. Es quizá la memoria más grata que tengo de todo este año que pasó. Parece mentira que fue hace un año cuando pensaba cómo iba a cambiar mi hijo con el kínder. El tiempo simplemente pasó volando.

Entre infinidades de salidas a pasear juntos, una ida al mar en verano que me tomó casi 8 horas de manejo EL MISMO DÍA (gracias tráfico de Tokio), múltiples sesiones de videojuegos, juegos de mesa, juguetes (con las reglas de mi hijo acomodadas de tal manera que él nunca va a perder), regaños y situaciones en las que es inevitable tener que ponerme el sombrero de papá, y ahora con otro hijo al que cuidar y atender, no me cabe la menor duda (y realmente nunca he dudado) que convertirme en padre ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en la vida, incluyendo las desveladas, vomitadas, baños de pipípopó al cambiar pañales, y lo mejor, poder hablar en español con mi hijo, que hoy, justo en el momento en el que esto es publicado, cumple 5 años de haber venido a complementar mi vida de un sentimiento que realmente no entendía hasta que lo tuve en mis brazos.

Lo único que sí lamento no haber podido hacer, aunque me queda la conciencia tranquila de que en realidad sí lo tenía planeado y sí me comencé a mover para que se realizara pero el coronavirus vino a deshacer todo, es que todavía mi hijo no sabe andar en bicicleta :/  Bueno, al menos ya sabemos qué va a pasar cuando todo vuelva a la normalidad, porque estoy seguro que de va a volver… en algún momento.

¡Feliz quinto cumpleaños hijo! Quizá nunca vayas a leer esto, pero me siento súper orgulloso de ti por todo lo que eres y por todo lo que sé que serás en el futuro.

Relatos de cuarentena en Japón

Como suele suceder, apenas tengo un respiro y me doy cuenta que otro mes se termina. Estamos en cuarentena (no obligatoria), y aunque no he dejado de trabajar tampoco he salido de casa más que para lo necesario, por lo que se supone que los días tendrían que pasar lentamente… pero no es así.

En los últimos días he pensado mucho en la situación actual y cómo nos está afectando a nosotros como familia y a mí como persona. Creo que el que más la está llevando de perder es mi hijo mayor. Le hace mucha falta el kínder, salir, correr, jugar, ensuciarse, mover el cuerpo… Él de plano no se aburre, pues mientas yo estoy trabajando, mi esposa está atendiendo a mi segundo hijo y mi suegra nos ayuda con labores de la casa, mi hijo mayor se la pasa entre viendo a sus Youtubers favoritos, jugando videojuegos, sacando sus juguetes, y en menor medida, estudiando y haciendo actividades que le han mandado del kínder. El único problema verdadero que tengo con él en este momento es que no se le acaba la pila y hacerlo que se duerma es difícil. Al menos cuando se rinde me pide que leamos algún libro, y hemos estado leyendo historias de Charles Dickens, así que hay fantasmas de por medio y eso hace que le entre una interesante muestra de curiosidad y miedo que hace que al final se quede dormido rápidamente… definitivamente no es cansancio.

Mi esposa se pregunta, al igual que creo que todo el mundo, cuándo se irá a acabar, o más o menos normalizar, todo esto. Japón parece que está jugando a algo porque sus medidas han sido criticadas, y con eso de que el estado de emergencia se acaba el 6 de mayo (en teoría), la gente está pensando si de verdad la próxima semana ya podrá regresar a sus actividades normales. Lo interesante de esto es que hay muchos escépticos, y el gobierno ha estado lanzando indirectas de que el mencionado estado podría alargarse… Incluso se ha estado mencionando la posibilidad de comenzar el año escolar en septiembre, argumentando que, además de esperar que para ese entonces la situación respecto al coronavirus ya esté un poco más estable, sería un paso importante en la globalización de Japón al comenzar el ciclo escolar igual que otros países (los noticieros hacen la comparación directa con Estados Unidos). Pero definitivamente no la tiene fácil: si bien es cierto que esto ayudaría a que los estudiantes no perdieran estos meses en los que no hay clases, la realidad es que habría que cambiar mucho más dentro de la sociedad japonesa para que esto funcione. Un ejemplo directo es el inicio del año fiscal y la época de contrataciones de recién egresados. Se necesitarían muchos cambios de logística para que no hubiera períodos en blanco, porque cambiar el año escolar sin las contrataciones en empresas significaría que los recién graduados tendrían que esperar hasta 8 meses para comenzar a laborar.

El bebé… es el bebé. Llorando, creciendo. A él lo que le importa es estar a gusto y con la panza llena de leche materna 😀

En cuanto a mí…

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Coronavirus en Japón

A finales de febrero comencé a escribir un artículo para publicarlo aquí respecto la situación, en ese entonces, del coronavirus en Japón. Sin embargo, la falta de tiempo para hacer referencia a diversas fuentes, aunada al nacimiento de mi segundo hijo, me obligaron a dejarlo a medias. Opté mejor por escribir algo nuevo, pero enfocado más a mi opinión como residente de este país. Quiero que quede en la historia de este blog cómo me sentía al momento de escribir esto para que después, ya que todo termine y la situación se normalice, pueda ver un poco en el pasado, como lo he venido haciendo durante toda la existencia de este sitio.

Primero que nada, espero que con todo lo que ha pasado y se ha reflejado en las noticias internacioanles, a la gente se le quite (aunque sea un poco) los estereotipos de “Japón es perfecto”, “Los japoneses son súper limpios”, “Los japoneses siempre piensan en los demás”. La escasez de productos como papel del baño, cubrebocas, desinfectantes con alcohol, y ahora pan, productos enlatados, pañales y algunos otros, así como la forma en la que la gente ha tomado ventaja al momento de hacer sus compras, refleja la naturaleza del ser humano de ver por sí mismo. Pero digamos que hasta ahí no hay muchas sorpresas.

Los números reportados de personas infectadas con coronavirus en Japón han desatado debates a nivel internacional, y han polarizado a la sociedad en dos bandos:

  1. Los que creen que Japón actuó con rapidez al promover el cierre de escuelas y el trabajo desde casa (de ser posible) desde principios de marzo, logrando con esto evitar una explosión de casos como se ha visto en otros países.
  2. Los que creen que Japón está maquillando los números porque no hacen la prueba de detección de coronavirus a todos los casos sospechosos. Muchos afirman que Japón, además de tratar de mantener su integridad y apariencia hacia el resto del mundo, también estaba presentando números bajos para evitar un posible aplazamiento o cancelación de los juegos olímpicos.

Las discusiones han sido muchas. Los del primer bando afirman que si Japón estuviera mintiendo con los números se reflejaría en un colapso del sistema de salud que difícilmente podría ser ocultado; mencionan que Japón se adelantó y tomó medidas apropiadas en tiempo y forma, logrando con esto aplanar la curva. Por su parte, los del segundo creen que una vez que los juegos olímpicos sean pospuestos se verá la realidad y gravedad de la situación. Lo que sí es cierto es que, sea cual sea la realidad, al menos en Tokio la gente ha dejado de cooperar en lo que se refiere a evitar salir de no ser necesario. Explico:

Las escuelas primarias, secundarias y preparatorias de Japón fueron cerradas el 2 de marzo y hasta el fin de las vacaciones de primavera, es decir, hasta el 7 de abril. Sin embargo, y como todo lo que ha hecho Japón hasta este momento respecto al coronavirus, no fue orden gubernamental, sino “petición”. Casi todas las escuelas hicieron caso, pero hubo algunas que simplemente dijeron que no había razones de peso para cerrar debido a que no había habido casos en el área que les concernía. Con todo, se pidió que se suspendieran, o en todo caso limitaran, las ceremonias de graduación (que normalmente ocurren a mediados o finales de marzo), y que en general la gente se abstuviera de ir a lugares concurridos (se habían confirmado casos en gimnasios también). Bien que mal, la gente cooperó… hasta el pasado fin de semana del 21 al 23 de marzo: era un fin de semana “largo” puesto que el viernes era festivo, y se le pidió a la gente abstenerse de salir en la medida de lo posible para evitar contagios masivos. ¡Ah! Pero para esto, el gobierno había dicho días atrás que las restricciones (o bueno, quienes las siguieron por la petición hecha semanas atrás) podrían ser levantadas en las zonas en las que no se hubiera presentado un incremento de contagios significativo… Esto fue lo que bastó para que la gente comenzara a tomar las cosas más a la ligera y saliera a pasear y divertirse como si ya todo se hubiera acabado.

Luego, llegó a Tokio la temporada de sakura, y con ello, los hanami (días de campo que se llevan a cabo bajo los árboles de cerezo, o sea, pretexto para beber), y como parece ser que ver las sakura y tomarle fotos es súper indispensable para todos los japoneses, la gente comenzó a congregarse en los sitios famosos para tal efecto. En favor del gobierno, esos lugares prohibieron la realización de los hanami y pidieron que quienes fueran a ver las flores, aunque fuera de pasada, mantuvieran su distancia y respeteran las reglas de etiqueta al momento de toser, invitando también que usaran cubrebocas (la efectividad, o falta de ella, es tema para otra ocasión). Sin embargo, aquí y allá se podía comprobar que la gente en realidad pensó que la situación ya no era tan grave: los parques llenos, la gente saliendo a pasear y a centros de recreación, que estuvieron cerrados por dos semanas pero después reabrieron sus puertas, y en los parques más pequeños los hanami estaban a la orden del día. Al responder a entrevistas, la gente decía que como las restricciones eran simplemente peticiones y no eran obligatorias, decidieron salir, porque además ya estaban cansados de estar encerrados… El término コロナ疲れ (corona tsukare), que significa literalmente “cansancio por el coronavirus”, comenzó a tomar forma.

Es la actitud antes mencionada lo que preocupa al gobierno… pero al mismo tiempo es el mismo gobierno quien, indirectamente, la ha alentado. Desde el principio, con el manejo del crucero Diamond Princess, y luego con la falta de aplicación de medidas fuertes en aeropuertos, la situación pinta para estar totalmente fuera de control… y sin embargo parecía, y hago énfasis en parecía, que Japón realmente estaba haciendo las cosas bien… hasta que por presión internacional el Comité Olímpico Internacional se haya tenido que ver obligado a posponer las olimpiadas a más tardar un año. Cabe mencionar que aunque Japón recibió muchas críticas al respecto, el país no tiene autoridad alguna sobre la realización del eventom y la prueba está en el cambio de sede que sufrió el maratón olímpico: en vez de llevarse a cabo en Tokio se decidió que se realizaría en Sapporo incluso bajo las protestas del gobierno de la capital nipona.

Curiosamente, y vamos a decir que hasta por coincidencia, el número de infectados en Tokio comenzó a aumentar una vez que la decisión de las olimpiadas había sido tomada. Y aunque la situación, todavía hasta este momento, no está fuera de control (o al menos eso parece), los del segundo bando arriba mencionados parece ser que tenían razón…

A partir de que el coronavirus comenzó a tomarse más en serio (por algunos), también se comenzó a promover el trabajo desde casa. Como era de pensarse, muchas empresas que sí pueden dejar que sus empleados realicen sus labores desde sus hogares se mostraron reacias, argumentando, entre otros pretextos, que no sabían cómo implementarlo. No fue sino hasta que comenzaron a salir casos positivos e coronavirus entre los empleados cuando, como por arte de magia, algunas empresas (incluyendo grandes consorcios) lo implementaron. Cierto es que, con el nivel de micro-administración que se tienen por este lado del mundo, los jefes y altos mandos no saben realmente cómo comprobar que los empleados realmente estén trabajando y no haciendo otras actividades al estar en casa, pero dadas las circunstancias muchos tuvieron que improvisar. Leo casos de gente que tiene que tener siempre una webcam activada para que pueda ser monitoreada; otras tienen que enviar correos 3 veces al día para reportar avances, e incluso otras piden que los empleados contacten a sus jefes si se tienen que ausentar por más de 10 minutos del teclado. Exageraciones, si ustedes están de acuerdo, pero eso no quita el hecho de que se tuvo que dar un cambio masivo a muy corto plazo en una sociedad que es reacia a los cambios. No obstante, el hecho de que mucha gente no tenga opción y tenga que salir a subirse en trenes que hasta la semana pasada estaban de nuevo llenos, aunque no como antes en los que parece que las leyes de física se rompen en días normales (2 cuerpos ocupan el mismno lugar al mismo tiempo), es un factor de riesgo que, hasta que el gobierno no fuerce a la población a meterse y permanecer en casa, siempre existirá.

Hace un par de fines de semana la gobernadora de Tokio pidió a los habitantes de la metrópoli a abstenerse de hacer salidas que no fueran absolutamente necesarias porque estamos a nada de que se tenga que declarar estado de emergencia y lo quiere evitar a toda costa. ¿El resultado? Sí, mucha menos gente se vio en las calles… pero también se vieron aquello a los que les valió completamente y salieron nada más porque sí. Como ejemplo: una chica que fue invitada a una boda mencionó que mientras quedarse en casa no fuera obligatorio era difícil dejar de asistir a ese evento. Con todo lo que conlleva asistir a una boda en Japón puedo entender la carga y presión social que los invitados tienen (tema de otro artículo, pero en resumen: les conviene que mejor ni los inviten), pero ni así justifico su decisión… y ni qué decir de las parejas que se estaban tomando fotos con las sakura en pleno río Meguro al lado de un policía que recitaba un mensaje advirtiendo a todos del riesgo que se corría por la propagación del coronavirus. Sí… la gente bien obediente.

Al día de hoy es extremadamente difícil conseguir cubrebocas y desinfectantes. El gobierno tuvo que prohibir explícitamente la reventa de cubrebocas porque estaban a precios exorbitantes y hubo casos de gente que lucró con eso, incluyendo el de un político que se ganó más de 8 millones revendiéndolas y que lo único que tuvo que hacer fue pedir disculpas e inclinarse… ¿Multas? ¿Separación del cargo? Nah. Seguro aprendió la lección. Las compras de pánico volvieron a hacerse presentes, y los supermercados se abarrotaron desde el miércoles en la noche, haciendo que la petición de la gobernadora de evitar aglomeraciones y lugares cerrados fuera total y completamente inútil.

Personalmente, me considero parte del segundo bando…Conociendo cómo el gobierno puede reaccionar ante las crisis por lo que sucedió en Fukushima en 2011, realmente no me sorprendería que en los próximos días se anuncie el cierre total de Tokio y se imponga una cuarentena por al menos varias semanas. Ver la reacción no tanto del gobierno, sino de la gente en sí, me hace pensar que muchos creyeron que sí hubo una crisis pero que Japón la libró y que ahora estamos fuera de peligro, sin estar conscientes de que ese pensamiento es lo realmente peligroso. Y aunque digan que los casos de COVID-19 en menores y recién nacidos son leves, estoy preocupado por mis hijos, tanto en su salud fìsica como mental, puesto que mi hijo el grande ya ha pasado mucho tiempo encerrado en casa, y aunque le encantan los videojuegos realmente extraña las salidas que él y yo hacíamos cada una o dos semanas en donde simplemente nos íbamos sin plan y la pasábamos muy bien fuera, ya fuera en las arcadias, en algún parque de diversiones, museo o evento especial, y terminar en las aguas termales.

No obstante, aun como mi preocupación y mi selección de bando, me encantaría estar equivocado y que Japón realmente haya hecho las cosas bien. Me haría muy feliz retractarme sabiendo que la crisis realmente ya pasó y que en poco tiempo podremos regresar a nuestras actividades normales…

En cuanto a mi trabajo, he estado laborando desde casa desde mediados de febrero, con un descanso de dos semanas por el nacimiento de mi segundo hijo. La empresa es genial en ese aspecto, y mi jefe ha comprobado que tiene a un equipo de profesionales a los que no necesita estar supervisando para saber que están trabajando. Soy  muy afortunado, la verdad… no creo que las cosas hubieran sido tan fáciles en la empresa anterior. Pero mentiría si dijera que no tengo nada de estrés, aunque creo que miles, si no es que millones de personas en el mundo se sienten igual que yo.

Escribiendo párrafos días después… tuvo que morir  por el coronavirus un gran comediante japonés, Ken Shimura, para que mucha gente que todavía pensaba que la situación ya había mejorado comenzara a considerar que no era así.

Al momento de escribir este párrafo, estamos en el tercer día de estado de emergencia… pero no es obligatorio, ni aplica para todo el país. Resulta que nada más se aplicó para 7 prefecturas (Tokio, Chiba, Saitama, Kanagawa, Osaka, Hyogo y Fukuoka), pero no hay leyes que permitan forzar a la gente a quedarse en su casa: todo es a base de “por favor”. La idea es que, al poner a esas prefecturas en estado de emergencia la gente tome conciencia y se abstenga de hacer salidas innecesarias… lo que obviamente no sucede en todos los casos: desde quienes no pueden trabajar desde casa hasta los que de plano creen que todo es una exageración y siguen realizando sus actividades normales. Se habla de la “sana distancia” también acá, pero no todos tratan de guardarla. Cierto es que se ve mucha menos gente en lugares como Shibuya, Asakusa, Shimbashi y demás, pero fuera de ahí es como si nada realmente estuviera pasando.

La gobernadora de Tokio ha hecho anuncios también en inglés para la comunidad extranjera en la capital nipona:

A ojos de muchos japoneses, Koike parece una mejor líder que el mismo primer ministro. Ella ha buscando una cuarenta más estricta, chocando con lo que Abe planea. Algunos dicen que es puro teatro, pero lo cierto es que sus mensajes se han sentido mucho más claros y directos que los del líder de la nación.

Debo de parar en algún momento de tratar de mantener esto actualizado, y creo que será aquí, porque de otra forma este artículo nunca va a ser publicado.

Cuídense mucho por favor. Espero que la situación les sea lo más leve posible y que pronto podamos dejar esto atrás.

El milagro de la vida… por segunda vez

Lo que sigue va a ser medio aburrido para muchos. Quizá sea porque ya me pegó “el viejazo”, la famosa crisis de los 40, o porque desde que me volví padre también me volví mucho más sensible en algunos aspectos que más joven consideraba como “meh”.

Cuando uno está más joven, sentimos que somos invencibles. Muchas veces durante mi adolescencia, en los tiempos en los que era mucho màs mamón de lo que ahora muchos podrían considerar, llegué a pensar que las tragedias (de cualquier tipo) eran algo muy lejano; el típico “a mí no me va a pasar eso”, o “eso está muy lejos de donde estoy”. No me ponía a pensar, ni por un momento, en la mística dualidad de la vida: tan increíble, y a la vez tan frágil. Pensé, e incluso intenté, en el suicidio al menos un par de veces; pensaba en ese entonces: “total, nada se perdería”, “nadie me extrañaría si no estuviera aquí”. Creo que la última vez que sentí deseos de no estar en este mundo fue cuando definitivamente terminamos mi primera novia y yo. Idealicé mucho a una persona y obviamente todo terminó, como normalmente terminan las relaciones platónicas. En ese entonces por supuesto que no lo veía, y culpaba a todo y a todos, y pensé (por un momento breve, pero lo pensé) que lo mejor para todos sería que yo simplemente no estuviera en este mundo.

Idioteces de la ya no tan adolescencia, porque para ese entonces esa etapa ya era cosa del pasado.

Al menos su servidor nunca se puso a pensar en lo que uno tiene cuando vive con sus padres, y todo lo daba por hecho: casa, techo, comida, vestimenta… y en cambio yo no daba nada a cambio, ni siquiera las gracias. Todo lo contrario: exigía. En fin, fue una etapa que en retrospectiva me hace pensar en que, quizá nada más poquito, ya no soy del todo un puberto.

Si bien cuando llegué a Japón sufrí el golpe de vivir y estar completamente solo, eso ayudó a que comprendiera los sacrificios que mis padres hicieron para que llegara hasta acá. Detalles enormes, pero que uno sencillamente no ve por las razones que quieran y gusten. Pero después de eso, lo que me hizo entender todavía más fue cuando nació mi primer hijo, y los casi 5 años que, al momento de escrbiir esto, he pasado criándolo. Ahora siempre digo: si yo con uno ya pido esquina, no sé cómo le hicieron mis papás para tener 4, ni mis abuelos maternos para tener 12, o mis abuelos paternos para tener 21… Digo, está bien que quizá no tenían tele, pero mantener a tanta gente requiere un montón de sacrificios, independientemente de si la vida era más fácil antes que ahora (en el caso de que lo haya sido).

Ayer, el nivel de dificultad en mi quest actual de paternidad subió: nació mi segundo hijo.

Esta vez sí estuve ahí para verlo salir del vientre de su madre. Fue un parto largo y doloroso, pero ni siquiera ver el sufrimiento de mi esposa me quebró. Sin embargo, en cuanto vi al bebé no pude contener las lágrimas. Creo que no hay palabras para describir el momento en el que esa criatura que había estado durante 9 meses dentro de la panza de mi esposa por fin salió a este mundo… en medio de una crisis epidemiológica mundial, pero eso ya es harina de otro costal.

Fue solamente un momento, pero el hecho de ver a mi segundo hijo me hizo pensar al instante en la dicha y la friega que es ser padre y que sin lugar a dudas mis padres vivieron durante tantos años de su vida. Unos segundos bastaron para recordarme lo equivocado que estaba cuando era un escuincle que, si bien podía estar estudiando en la universidad, de la vida real no sabía absolutamente nada. Asimismo, fue suficiente para voltear a ver a mi yo de hace algunos años, cuando me casé y le decía a mi esposa que quería 5 hijos, y que ojalá los tuviera en dos partos: primero 3 y luego dos. Necesito una máquina del tiempo para regresar a ese instante y decirme a mí mismo: “¡Estás pero si bien pendejo!“.

En fin. Ahora siendo un viejo cuarentón y padre de dos niños, me toca comenzar la segunda parte de la paternidad.Les mentiría si les digo que no tengo nada de incertidumbre respecto al futuro, pero al menos ya tengo mucha más determinación que antes.

Aquí sigo.

“Comida mexicana”

Noten por favor las comillas del título.

Encontrar comida mexicana en Japón no es tan difícil. Perdón, me refiero a “comida mexicana”, es decir, a aquella que los japoneses creen que es mexicana. En resumen: si dice “salsa”, es tan picante como una décima o centésima parte de un dulce de tamarindo con chile, o tiene aguacate, ya califica como comida mexicana.

Muchos se podrán imaginar que la comida Tex-Mex es considerada como mexicana por este lado del mundo. No están equivocados. La comida de ese estilo me gusta, es muy rica, pero no la puedo llamar mexicana. No obstante, digamos que entiendo por qué la gente cree que eso es mexicano. Es como el sushi y la pseudo comida japonesa que se encuentra en México. Claro: hay lugares que son la excepción y en general se acercan muchísimo al sabor y presentación originales, tanto aquí con la comida mexicana como allá con la japonesa.

Pero para todo hay límites.

En la búsqueda de lugares para comer cerca del trabajo llegamos a una calle cerca de la estación de Yotsuya (Tokio) en donde encontramos no uno, ni tres, sino dos restaurantes mexicanos separados tan solo por algunos locales. El de la foto es el primero, llamado “El árbol”, y es el mejor decorado de los dos, al menos por fuera. El otro, al cual no le tomé foto, se llama “Salsa Cabana Bar”, y es mucho más modesto por fuera y por dentro.

El árbol se ve decente por fuera: banderita de México, el clásico sombrero que todos relacionan con México, puerta de madera (que no sé qué tiene que ver con México)… pero en fin: al menos da el gatazo.

No le tomé foto al menú, pero Google es mi amigo:

http://www.elarbol.jp/lunch.html

La verdad, desde que vi el menú sabía que entrar ahí sería un gran error si es que buscaba comida mexicana, pero la insistencia de un par de compañeros de trabajo fue tanta que no hubo opción.

Omitiré describir el interior del lugar; lo único que sí diré al respecto es que es de los pocos lugares que he visto últimamente que permiten a los comensales fumar en las mesas sin tener un área dedicada para ello.

Regresando a la comida, mi sorpresa no pudo ser mayor:


Esto es lo que el árbol vende como comida mexicana. Debo decirles que es la primera vez en mi vida en me sirven arroz blanco estilo japonés y sopa de miso con mi plato principal en un restaurante que se anuncia como de comida mexicana. Huelga decir que mi reacción fue tal, que mis compañeros de trabajo no podían parar de reírse.

El plato es de carne de cerdo guisada que tiene una salsa que remotamente, pero muy remotamente, sabe como a alguna que le pondría en México. En sí no está malo, pero… este… no lo vendan como algo mexicano. En serio.

Ignoro completamente la idea de los dueños. No sé si simplemente quieran etiquetar su negocio como de comida mexicana por la decoración del lugar, o porque tienen algún tipo de nostalgia por México (no les quise preguntar al respecto), pero definitivamente andan bien perdidos en lo que a comida mexicana se refiere.

Sopa de miso… todavía no puedo dejar de estar sorprendido.

El otro lugar, Salsa Cabana Bar, es al que hay que ir. El sabor se asemeja mucho al original, y venden unos frijoles a la charra que hacen que los 1100 yenes que pagas por el platillo a la hora de la comida valga la pena. A ése luego le tomo fotos para hacer comparación.

Como mencioné arriba, no se trata de ser súper quisquilloso con la definición de lo que es comida mexicana. Entiendo por qué la gente considera esto

como una receta decente para hacer tacos, y por qué hasta mis antiguos colegas insistían en que debería de estar muy contento (en ese entonces) porque un Taco Bell abriría en Shibuya, pero la comida en “El árbol” no tiene absolutamente nada que me haga siquiera considerarla como “bueno… al menos lo intentaron”. Estoy seguro que debe haber otra razón por la que sirven comida japonesa etiquetada como mexicana, pero hasta no preguntarle a los dueños, estará difícil saberlo.

Habiendo vivido ya tantos años en Tokio, me parece sorprendente que la mejor comida mexicana que he probado en Japón haya sido en “El borracho”, un restaurante en el centro de Fukuoka con comida realmente mexicana. ¡Hasta tortas ahogadas pude comer ahí! Tepito, en Shimokitazawa, y la fonda de la madrugada en Harajuku quedan en muy honroso segundo lugar.

EVO Japan 2020

Por segunda ocasión tuve la oportunidad de asistir al EVO Japan. El año pasado no me fue posible porque la sede fue en nada más y nada menos que Fukuoka; me habría gustado ir pero no se justificaba el gasto, así que me quedé con las ganas. Sin embargo, este año el evento regresó a Tokio, o mejor dicho, a Chiba (fue en el Makuhari Messe), así que aproveché que puedo llegar al lugar tomando un solo tren (por como hora y media).

Como antecedente, he de mencionar que iba con toda la intención de participar en el torneo de Street Fighter V porque, según yo, ya me había inscrito, pero resultó que a final de cuentas no lo había hecho: al momento de registrarse había que marcar dos lugares y yo solamente marqué uno, por lo que mi registro fue nada más al EVO en general y no en específico a algún torneo :/ Ni modo. Fue mi error. De todas formas acudí con tal de estar presente y apoyar a la comunidad de juegos de pelea.

La gente que me conoce sabe que no soy ajeno al Makuhari Messe puesto que ahí se celebra cada año, entre otros eventos ya también conocidos a nivel internacional, el Tokyo Game Show, al que he asistido sin falta desde hace ya muchos años, aunque ya no hago artículos al respecto porque el evento lamentablemente ha perdido relevancia y lo único relativamente interesante que podría mostrar serían las fotos de las edecanes, y estoy seguro de que ustedes no quieren eso, ¿verdad? 😀

Para los que no estén enterados de qué onda con el EVO, basta decirles que es el torneo de juegos de pelea más prestigioso e importante del mundo. Su sede original es en Las Vegas, en donde cada verano gente de todo el planeta se reúne para probar sus habilidades en diferentes títulos, además de pasarla bien y hacer crecer a la FGC (Fighting Game Community). En resumen, el EVO es como las olimpiadas de los juegos de pelea, con la diferencia de que aquí cualquiera puede participar en los torneos. Además, si le preguntan a personas que jueguen títulos de peleas seguramente al menos van a saber qué es el EVO, y más de alguno les dirá que es la meta de todo jugador de ese género ganar el EVO. Así de grande se ha convertido. Faltaría dar nada más como dato extra que fue precisamente en un EVO donde sucedió el momento más impactante de todos los tiempos en juegos de pelea, y que fue (y continúa siendo) la inspiración de muchos de los jugadores, tanto casuales como profesionales:

Como muchos de los jugadores de pelea más adiestrados son originarios de Japón, y hay una buena cantidad de ellos que no puede hacer el viaje a Estados Unidos, además de pensar en la comunidad asiática al considerar que es más fácil viajar a Japón que cruzar medio mundo para ir a Las Vegas, el creador del torneo decidió crear la versión Japón del evento hace 3 años, y salvo el año pasado que el evento se movió a Kyushu, la respuesta de la comunidad ha sido muy buena, por lo que parece ser que EVO Japan llegó para quedarse.

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Ser otaku

El famoso término que desató (y a la fecha creo que sigue desatando) controversia; aquí mismo he mencionado la diferencia de connotaciones que tiene en diferentes países, pero de un tiempo para acá me he puesto a pensar un poco más a fondo en la situación que viven los que son denominados así en Japón, especialmente por los casos de abuso (bullying) que se presentan en este país y por las consecuencias que estos pueden tener.

La gente califica a los otaku de “inadaptados sociales”, de gente “enferma” por vivir solamente para su afición, de vivir en un estado perpetuo de sueño al pretender convivir (y hasta casarse) con personajes ficticios, y de llamar “yome” (literalmente “novia”, pero usado principalmente para nombrar a la esposa de uno); critican su falta de cuidado personal, pobre presentación, y a veces hasta de higiene. Para ser sincero, sí: hay quienes encajan perfectamente en el estereotipo, y por eso muchas veces se piensa que son caso perdido. No obstante, pocas personas realmente se ponen a pensar en el transfondo de las cosas, en lo que hay detrás de la persona que vemos y señalamos como “otaku”. 

Como miembros de una sociedad, por naturaleza buscamos estar en un grupo; necesitamos comunicarnos, conocer otros puntos de vista y expresar el nuestro. Necesitamos “encajar”, y qué mejor si es en algo que te gusta. El problema es que desde el momento que los puntos en común son caricaturas, videojuegos, juegos de mesa o algo que la gente promedio no considere “normal”, automáticamente te conviertes en alguien “raro”, y de ahí se agarran todos para decirte cómo no encajas en el grupo de la “sociedad normal” (cualquiera que ésta sea, y si es que existe). Y esto no es exclusivo de Japón o México.

Alguien a quien le guste el fútbol en demasía puede ser llamado de muchas maneras, pero no necesariamente es un desadaptado social para los demás. ¿Por qué? Porque el fútbol se considera algo “normal”; hay mucha gente a la que le gusta y eso es suficiente para encajar en la sociedad. Ciertamente también hay detractores, pero la forma en la que estos se expresan de los amantes del fútbol no se parece a la que usan los que se quejan de los “otaku”.

La comunidad “otaku”, por muy “desadaptada”, “aislada” o “rara” que pueda ser, no es en realidad tan diferente en esencia a, por ejemplo, los grupos de personas que gustan de la lectura y se juntan para leer, o de las mujeres que gustan de una actividad en común y se juntan para realizarla y hablar al respecto.  Los “otaku”, o al menos la gran mayoría, lo que hacen es lo mismo: buscan encajar en algún lado; su refugio es su afición. Tienen trabajo, lo realizan bien y obtienen ganacias por él, y las usan para alimentar su afición. ¿Excesivo? Sì, y todo en exceso es malo, pero no es tan diferente como el aficionado al fútbol que gasta parte de su sueldo en ir a ver los partidos de su equipo favorito, en comprarse la playera oficial, etc., etc. ¿Que los “otaku” se ven ridículos con sus camisetas de monas chinas? A lo mejor, pero ¿qué hace diferente de traer la playera del Atlas a traer una de Belldandy? La aceptación de la gente.

Estamos en una época donde los que vimos animación japonesa fuera de Japón cuando éramos jóvenes ya tenemos la suficiente edad para comprarnos y darnos gustos que antes eran muy difíciles o de plano no podíamos. Ya muchos de nosotros no somos aprendices o recién egresados, sino personas económicamente activas, con una profesión u oficio, y ya no nos sorprende (o no debería sorprendernos) ver cómo la cultura popular de las caricaturas en general (no nada más las japonesas), los juegos de rol y de mesa, los videojuegos y demás aficiones consideradas raras o “solo para niños” en el pasado ahora están presentes en la vida diaria. Lejos estamos de aquellos días en donde tener una convención, bueno, una pseudo-convención de anime y manga era un evento tan especial y tan raro que simplemente no te podías perder. Ya no tenemos que preocuparnos tanto porque nos vean jugando Magic The Gathering, Yugi-Oh o similares y nos digan que estamos invocando al diablo. Ya no hay comentarios tan seguidos de gente que ve un semidesnudo en una caricatura japonesa y automáticamente la tilda de “pornográfica” y “dañina para los niños”. 

No obstante, la crítica a estas aficiones sigue viva: basta ver las reacciones de la gente ante los e-sports. Los comentarios respecto a las grandes cantidades de dinero que alguien se gana en un torneo “solamente por jugar vieojuegos” son generalmente de menosprecio: “¿Cómo puede ser que un chavo de 16 años se gane 3 millones de dólares solamente por estar de ocioso? “. Y ni se mencione que los videojuegos podrían convertirse en deporte olímpico porque “eso no es deporte. No tiene chiste, no hay muestra de habilidades excelsas”, cuando el tiro es deporte olímpico y podría alegarse que necesita mucha menos coordinación que la que se requiere para poder meter un combo complejo en una situación tensa en la final de un gran torneo de juegos de pelea. Me encantaría ver que uno de los que se quejan de esto se pusiera a jugar y entrenara para ganar un torneo de Street Fighter o de Fortnite, a ver si realmente es tan fácil tener el nivel que se requiere para al menos hacer un papel decente en ellos.

Puedes estar en desacuerdo con los “otaku”. Puede que no te guste lo que a ellos les gusta y puede que no te guste cómo lo expresan (algunos sí se manchan, sobre todo los que se clavan con algo y tratan de que todos vean el mundo con su mismo cristal). Sin embargo, y como en todo, no es que toda la comunidad sea así. En muchos de los casos cada individuo simplemente quiere sentirse parte de un grupo, de una comunidad, y fue en las monas chinas, en los “Nintendos”, en los “Pokemon”, esas cosas “de niños rata”, donde encontraron lo que buscaban. A veces es incluso para llenar un sentimiento de soledad o esconderse de algún factor de su vida que los asusta o los intimida (abuso, falta de atención de los padres, problemas personales en la escuela, etc., etc.), y es ahí donde hay que voltear a ver y donde hay que atacar, y no simplemente señalar a una afición como la causa de un suceso lamentable solamente porque la mayoría no la entiende. No es necesario que todos acepten todo, pero que no aceptes algo no quiere decir que es forzosamente malo o que tengas que ofenderlo. Una cosa es tirarles carro (SMASH NO ES UN JUEGO DE PELEAS), pero otra muy diferente es insultarlos.

¿Que si yo me considero un “otaku”, en la definición correcta de la palabra? No, para nada. Me gustan mis aficiones, trato de disfrutarlas al máximo y he aprendido a aceptar que hay gente que nunca las va a entender o a aceptar, pero no me cierro a opiniones y estoy abierto a discusiones al respecto. Tampoco estoy de acuerdo en que alguien vuelva dañino su gusto, ni que trate de convencer a los demás de que X o Y obra es lo mejor del mundo sin estar dispuesto a discutirlo. La única verdad que no necesita ser discutida es que el mejor Final Fantasy de todos los tiempos es el VI 😀

Al final, creo que se trata de simple tolerancia. Conforme me voy haciendo viejo me doy cuenta de lo simples que son problemas o situaciones a las que me enfrenté en mis años mozos, pero bien dicen que no se experimenta en cabeza ajena y que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

¡Feliz 2020!

Ha comenzado el año, y también el 干支 (eto, calendario chino). Es el año del ratón, el animalito que fue lo suficientemente listo para ser el primero en llegar al lugar donde los animales fueron llamados para formar dicho calendario (aunque engañando a la vaca, quien se supone sería la primera).

Estoy seguro que todos ustedes tienen proyectos y própositos para este 2020. No dejen que se queden en ideas o en papel y muévanse para intentar hacerlos realidad. Los sueños grandes toman tiempo, pero si trabajan en ellos, es un hecho que verán resultados tarde o temprano.

Ojalá que este año sea mejor que todos los anteriores, que esté lleno de esperanza y salud, y que si van a venir a Japón avisen para ir a saludarlos.

¡Échenle ganas!